No era la niña más discreta ni la más educada, pero era una niña feliz. Y eso no le gustaba mucho a la censura franquista. Pero aunque los 13 episodios de la serie original de Pippi Calzaslargas apenas darían para una temporada a día hoy, cuando se estrenó en España (en 1974, cinco años después de que apareciera en las pantallas suecas por primera vez), bastaron para dejar huella en toda una generación.
Pippi era una excentricidad total. Pero probablemente su descomunal fuerza física (era capaz de levantar a su propio caballo) no era tan rara como su independencia: es una niña que vive sola en Villa Villekulla, sin la supervisión de adultos y tiene la capacidad de resolver problemas por sí misma. En ese sentido, rompe con todos los estereotipos de género de la época, incluso para la sociedad sueca. No es de extrañar que en España, pues, levantara más de una suspicacia entre los censores... e hiciera las delicias de los niños de la época. Porque más allá del 'estilo de vida' de Pippi, la libertad que ejerce en realidad era, y es común, a la de todos los niños y se basa en la creatividad y la imaginación. Pippi vive en un mundo de fantasía donde todo es posible y más importante aún, era capaz de 'contagiar' a sus amigos más convencionales.
Como en los libros originales -que creó Astrid Lindgren para leer a sus hijos en los oscuros días de la Segunda Guerra Mundial- Pippi es amigable y compasiva con todas las personas y animales. Pero como reconoció la propia autora, había en la escritura sesgos racistas que ahora se consideran 'políticamente incorrectos'. Y aunque Pippi no juzga a las personas por su apariencia o estatus social, y acepta a todos tal como son, es cierto que como tantos otros productos de la época, hay en la serie bromas y expresiones que hoy en día no se usan: la palabra 'negro', la exotización de los pueblos originarios, la gestualidad exagerada para imitar a las personas asiáticas, etc. Como resultado en emisiones posteriores la propia televisión sueca ha retirado algunos segundos de rodaje, con la aprobación de los responsables.
Las trenzas de Pippi se sostenían en el aire de manera insólita, desafiaban la gravedad. Tal vez en ese gesto, la ilustradora original de los libros, Ingrid Vang Nyman, intentó simbolizar el espíritu contestario de la historia de Lindgren. Porque lo que realmente desafiaba el personaje era la convencionalidad: Pippi se burlaba de la autoridad (los adultos y los policías, por ejemplo), cuestionaba la necesidad de trabajar para vivir (tenía un tesoro de monedas que utilizaba para hacer la compra) y era bastante anarquista en lo que se refería a las normas de conducta. A la vez, era, y es, un personaje optimista que siempre ve el lado positivo de las cosas aplicando soluciones creativas a sus problemas. Es más de los que puede verse en muchas series en la actualidad.