Una de las imágenes más icónicas de los 80, es de 1979: la joven teniente Ripley, sobreviviente del Nostromo, se prepara para la hibernación, se quita el mono verde y se queda en ropa interior, cuando el xenomorfo suelta su terrorífica garra sobre ella. La película es 'Alien, el octavo pasajero' y la escena, dicen fue diseñada por Ridley Scott para hacer que la mente de los espectadores se enfoque totalmente en Weaver y olvidé por un momento la amenaza del monstruo. Lo logró.
Poco más de cuatro décadas después, Sigourney Weaver sigue enfrentando depredadores. Pero esta vez no están en el espacio ni vienen de otro planeta. 'Las flores perdidas de Alice Hart' es una miniserie basada en la novela homónima de Holly Ringland y cuenta la historia de Alice, una niña víctima de violencia que tras unos trágicos sucesos termina viviendo con su abuela June (Weaver), dueña de una finca llamada Thornfield, de la que es celosa guardiana.
No hay mujeres perfectas en 'Las flores perdidas de Alice Hart'. De hecho, June es a ratos heroína y a ratos villana. No se trata de una idealización. De hecho, escopeta en mano, recuerda más bien a uno de esos personaje otoñales de Clint Eastwood. Solo que Thornfield es un refugio para mujeres víctimas de violencia de género, las flores, y June, en lugar de ir por ahí matando gente es una campeona de los cuidados, tanto así que, de ahí el claroscuro del personaje, puede llegar a dañar a las personas que quiere proteger.
A lo largo de los episodios, vamos encajando las piezas del drama que se cierne alrededor de Alice, mientras vemos también cómo se desarrolla la vida en Thornfield, donde no vive ningún hombre y que a primera vista es un lugar seguro, un refugio en el que florece la sororidad, pero que tiene grabados en sus cimientos historias terribles.
'Las flores perdidas de Alice Hart' -Rodada en Australia, en gran parte en un espectacular cráter convertido en parque nacional- recupera a la mejor Sigourney Weaver en mucho tiempo y es una denuncia sin contemplaciones de la violencia masculina a partir de personajes femeninos que también se equivocan, se desquician, se pervierten. La diferencia en la serie, y un poco en la vida misma, radica en la violencia que pueden generar los hombres y en la voluntad de sanación colectiva de las mujeres. Un impecable alegato a favor de la denuncia.