El capricho de ser enterrado en el propio coche en lugar de usar un ataúd es una de esas excentricidades rarísimas y generalmente reservadas a millonarios o personalidades excéntricas, pero real como la vida misma. Habitualmente, quien pide este estridente descanso eterno ha sido en vida un gran apasionado del motor. Es el caso del empresario y político sudafricano Tshekede Bufton Pitso, líder del Movimiento Democrático Unido, fallecido en marzo de 2020. Poseía una valiosa colección de vehículos de alta gama, casi todos Mercedes, de la que finalmente tuvo que desprenderse por dificultades económicas.
Solo le quedó un Mercedes E500 de segunda mano, tan descacharrado que ni siquiera arrancaba. Pasaba muchos ratos en su interior escuchando la radio y añorando viejos tiempos. Para él era su único distintivo de su viejo estatus y pidió a la familia que se respetase su última voluntad de ser enterrado en su interior.
El entierro, que tuvo lugar en la parcela de la casa familiar de Cabo Oriental, fue multitudinario, a pesar de que se celebró en plena pandemia. La funeraria, según comenta un portavoz en su cuenta de Facebook, nunca se había visto en una situación similar. Tuvieron que usar una excavadora para mover el terreno y poder cavar con la profundidad suficiente.
Las imágenes, publicadas por la empresa funeraria en sus redes, son inquietantes. Tshekede Bufton Pitso recibió sepultura colocado en el asiento del conductor con el preceptivo cinturón de seguridad y las manos al volante.
En 2009, murió Lonnie Holloway, de 90 años. Además de exigir descanso eterno junto a su esposa, había pedido llevarse consigo sus rifles de caza y su automóvil, un Pontiac Catalina del 73 verde, un automóvil estadounidense de gran tamaño. Se despidió del mundo de los mortales en el asiento del conductor con el sombrero sobre la cabeza y la colección de armas en el asiento del copiloto. Como era de imaginar, su traslado exigió también la presencia de una grúa.
Una anécdota parecida llega desde China, donde, según publicó la prensa local, un hombre pidió permanecer en su viejo auto una vez fallecido. Se trataba de un Hyundai Sonata valorado en unos 1.350 euros, pero muy apreciado por su propietario, un aldeano de apellido Qi del municipio de Baoding, en la provincia de Hebei. La familia quiso respetar su última voluntad y usó una excavadora para poder darle sepultura con el vehículo en una zanja en medio de del campo.
Más mediática fue la decisión de Chiquinho Scarpa, un aristócrata brasileño millonario conocido por sus excesos. En 2014, recién llegado de Egipto, hizo creer que se había inspirado en los entierros de los faraones para preparar su propio funeral. Esto significaba que en lugar de ataúd era su deseo que le enterrasen en su Bentley de 450.000 dólares con el fin de disfrutarlo en el más allá. Llegó a cavar su propia fosa. Todo resultó una campaña de publicidad que tenía como objetivo promover la donación de órganos.
En Beverly Hills, la protagonista de un entierro al volante fue Sandra Ilene West, heredera de un magnate del petróleo muerta en 1977, a los 38 años, a causa de las secuelas que le dejó un accidente de tráfico. Su vehículo era un Ferrari azul de 1964. La zanja se cavó junto a la tumba de su esposo en el cementerio Alamo Masonic, en Texas, y existe abundante documentación publicada por los periodistas que cubrieron el funeral.
De hecho, este camposanto se ha convertido en punto de atracción turística. La mujer fue enterrada con un camisón de encaje y con el asiento inclinado cómodamente. El coche se selló dentro de un tanque para disuadir a posibles ladrones. Todo transcurrió según las instrucciones de la fallecida, quien lo dispuso en su testamento como condición inexcusable para que su cuñado recibiese su millonaria herencia.
A estas alturas alguien se habrá preguntado qué ocurre con esos coches pasado un tiempo. En 1957, en la ciudad de Tulsa (Oklahhoma), enterraron un Plymouth Belvedere Sport Coupé a modo de cápsula de tiempo con el fin de descubrir a las futuras generaciones la sociedad americana de entonces. El 15 de junio de 2007, cinco décadas después, se retiró la cubierta de hormigón y lo que encontraron fue un sarcófago enfangado de agua y lodo. La carrocería estaba totalmente corroída.
Por si estas historias están despertando alguna imaginación, hay que aclarar que la legislación española no permite el enterramiento en el interior de un coche ni en ningún otro habitáculo diferente a un féretro o un ataúd de madera o de un material biodegradable que cumpla estrictamente las características técnicas contempladas en la ley.
Se debe garantizar la ausencia de fugas o vertidos y su uso es obligatorio incluso en el caso de incineración. Algunas comunidades autónomas, como Extremadura, están empezando a usar materiales ecológicos en los féretros y ataúdes, a veces tan robustos como los convencionales.
Precisamente es uno de los elementos que mayor desembolso requiere un servicio funerario. Aunque existe una amplia variedad de estilos, acabados, motivos religiosos y presupuestos, no deja mucho espacio a la creatividad. Se puede elegir de pino, roble, cedro, cartón prensado, acero, cobre o bronce, por ejemplo, pero la carrocería del coche nunca la encontraremos en el muestrario ni en la lista de últimas voluntades.
Además, el decreto sobre policía sanitaria mortuoria establece que "las inhumaciones de cadáveres se verificarán siempre en lugares de enterramiento autorizados", lo que elimina la posibilidad de escoger cualquier espacio. Por eso, se considera "infracción muy grave el enterramiento de cadáveres, restos cadavéricos, criaturas abortivas o miembros procedentes de amputaciones en lugar no autorizado".
Las cenizas, sin embargo, sí se pueden depositar en sepultura, columbario, propiedad privada o esparcidas al aire libre, excepto si es una vía u otra zona pública, si bien pueden existir normativas municipales que impongan sus restricciones.