Las míticas viñetas de Astérix y Obélix han deleitado a varias generaciones desde su nacimiento en los años 60. René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo crearon algunas de las historias más divertidas del cómic europeo, y aún hoy siguen fascinando a quienes se acercan a ellas. Pero además también impartieron valiosas lecciones para entender el comportamiento humano con un lenguaje apto tanto para niños como para mayores.
Es el caso del cómic 'Obélix y compañía', todo un manual de introducción a la economía que vaticinaba que el mercado y la globalización moldearían la sociedad del siglo XXI más que cualquier guerra. Toda una clase de comercio internacional, marketing y sociología concentrada en 44 páginas, como nos recuerda el tuitero Joan Tubau.
La serie Astérix el Galo nos narra las aventuras de dos inseparables amigos, Astérix y Obélix, en la Galia ocupada por la Roma de Julio César a mediados del siglo I antes de Cristo. Ambos viven en una pequeña aldea que resiste al invasor gracias a una poción mágica de su druida Panoramix que los hace invencibles.
En esta historia, los romanos, ante la imposibilidad de acabar de manera definitiva con la aldea de los galos, deciden utilizar un arma más poderosa: el afán de lucro. Es decir, donde la fuerza falla, triunfará el dinero. El plan de Cayo Coyuntural, recién salido de la escuela de negocios, es introducir el ansia de dinero en la economía de la aldea gala, que hasta ese momento se organizaba felizmente a través del trueque, y corromper a sus habitantes.
Coyuntural se encuentra en el bosque con Obélix y se interesa por su menhir, una enorme piedra megalítica que lleva a cuestas. Cuando le pregunta por un precio, Obélix afirma que no lo sabe, que simplemente lo cambia por otra cosa. Finalmente le compra un menhir por 200 sextercios, asegurándole que le comprará todos los que pueda repartir. Obélix, sintiéndose obligado, deja de cazar jabalíes con su amigo Astérix y de divertirse para tan sólo dedicarse a producir menhires.
Cayo Coyuntural le sigue comprando más, aumentando los precios, y del mismo modo aumentando la avaricia del galo, que comienza a contratar a otros galos para que cacen jabalíes por él o trabajen con él. Casi sin quererlo, comenzaba la división del trabajo, la especialización y el comercio en la aldea.
Obélix se convierte en un tipo importante en el mundo financiero, pero casi todo el dinero que gana tiene que gastárselo en vestirse de seda. Astérix y Panorámix, los únicos galos no corrompidos por el dinero, quieren recuperar el control de la situación y jugarán las mismas cartas. Así convencen a otros aldeanos para que compitan con Obélix y también fabriquen menhires para los romanos. En realidad, aunque Astérix no conozca el término, está hinchando una burbuja especulativa del menhir.
En condiciones normales, una sobreabundancia de menhires llevaría a la caída de los precios, pero el único comprador del mercado absorbe toda la demanda y aumenta el precio que paga para estimular la avaricia de los galos, así que la burbuja no hace más que hincharse.
Cabo Coyuntural propone al César que, en lugar de tener los menhires infrautilizados, se vendan entre la población, aumentando su rentabilidad. Es aquí donde aparece la noción de marketing, una estrategia que, al principio, da sus frutos pero que, ante su éxito, acaba introduciendo nueva competencia en el mercado, a pesar de la prohibición expresa del César.
Ante la poca utilidad que se le puede sacar a los menhires, la demanda cae en picado y la burbuja de menhires estalla, llevando a las finanzas del César a la ruina. Obélix es el primero que se cansa del juego y se da cuenta que el dinero del César solo le hizo engreído. Cabo Coyuntural deja de comprar los menhires, acabando con el lucroso negocio que había llenado de riqueza a la aldea gala, que vuelve a la normalidad pre-burbuja.
Goscinny realiza en una historia un certero retrato del sistema capitalista y todo lo que mueve a su alrededor: la voracidad de los mercados, las leyes de la oferta y la demanda, la publicidad manipuladora y la deshumanización de una sociedad. Y a todo esto nadie supo nunca realmente para qué servía un menhir.