Se acerca vertiginosamente el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad y deseamos con todas nuestras fuerzas que nos toque. Incluso nos permitimos un rápido cálculo mental de lo que podríamos conseguir gracias al premio: un coche descapotable, una casa rodeada de pinos con chimenea en el centro del salón, un año sabático para recorrer el mundo, celebrarlo, invitar, compartir…
Al final nos asaltan las dudas. ¿Y si me complico la existencia con tanto millón? Hay muchos ganadores de la lotería que acabaron arruinados al igual que cuando se cobran herencias estratosféricas. En Uppers vamos a analizar cómo es posible perderlo todo tras hacernos ricos con el Gordo de Navidad.
Dicen siempre que el dinero no da la felicidad, que hay muchas personas con cientos de propiedades y saldo de muchos ceros en el banco que son infelices. A tal afirmación asentimos incrédulos las personas normales con nóminas normales. Si se me permite una opinión: consuelo de muchos, consuelo de tontos.
Tal vez ser rico no lleve asociado ser feliz, pero está claro que ayuda y mucho. Por supuesto que disponer de una economía saneada para comer rico, vestir adecuadamente, vivir bien, viajar… te hace sentir bien. La condición es que todo ello se acompañe de salud, familia y amigos (con la misma buena salud) y una cabeza bien amueblada. Con ese cóctel muchos seríamos sobradamente felices.
La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) destaca que en la lotería de Navidad tiene un 70% de participación y después le sigue el Sorteo del Niño de cada 6 de enero con un 65%. Juega tanta gente que estadísticamente la probabilidad de que te toque el Gordo es casi imposible debido a que en el bombo se juntan 100.000 bolas iguales, todas con idénticas posibilidades de salir y otorgar el premio.
Los psicólogos aseguran que no estamos preparados psicológicamente para convertirnos en personas ricas de verdad de la noche a la mañana. Muchas personas que han sido agraciadas al cabo del tiempo han asegurado encontrarse en la más absoluta de las ruinas. Y no solo eso. También han reconocido haber acabado solos y enemistados con familiares y amigos de toda la vida.
Los psicólogos apuntan que hacerse rico de repente descoloca a cualquier persona; abandona su mundo, entra en uno desconocido, se convierte en un nuevo rico en un ambiente extraño rodeado de gente muy distinta… Aparecen sentimientos encontrados; se siente exultante por su golpe de suerte, pero mal porque los suyos no han sido tocados por la varita de la fortuna.
Por un lado, quiere compartir para disfrutar con los demás. Por otro, prefiere conservar su economía y no malgastar. Es una situación tan difícil que no todo el mundo está preparado para afrontarla. Ocurre que mete la pata con sus allegados y pierde las referencias de cómo comportarse con los demás. ¿Es preferible ser demasiado generoso con el “peligro de arruinarse” o conviene convertirse en un huraño? ¿Dónde está el equilibrio? ¿Me quieren por cómo soy o por mi dinero? Al final, incluso se corre el riesgo de que se desencadene una depresión.
El impacto emocional es de alta intensidad y no se cuenta con herramientas de recuperar el día a día, esa rutina en la que ahora, en la distancia, se veía feliz. Además, se añade la euforia. Una persona con tanto poder adquisitivo repentino se siente poderosa y capaz de afrontar cualquier cosa. La consecuencia es la toma de decisiones ilógicas e irracionales. Se emprenden negocios sin conocimiento y sin el asesoramiento que merecen o se realizan compras demasiado elevadas que después serán imposibles de mantener.
Normalmente, en aquellos casos donde el afortunado se arruina se debe una falta de conocimientos financieros y una errónea gestión del dinero. Coincide que las personas acostumbradas a un cierto poder adquisitivo son capaces de reorganizar su economía cuando se convierten en millonarios. Son más capaces de ahorrar y de gestionar su fortuna a largo plazo, con sensatez y con cordura.
Al contrario, cuando el entorno familiar ha sido ajustado económicamente hablando, el dinero de la lotería se gastará casi enseguida y se va a derrochar sin medida. Se añade el que se ha alcanzado esa riqueza sin esfuerzo y no se valora de la misma forma que si se ha ganado trabajando.
Ante tal llegada de dinero, los expertos en finanzas aconsejan asesorarse y actuar con inteligencia. Lo más adecuado es contratar a un gestor, a un experto financiero y a un abogado que ayuden a invertir, a buscar negocios equilibrados y no arriesgados, a emplear bien sus recursos… También pueden servir de freno ante las múltiples peticiones económicas de familiares, amigos y nuevos amigos a los que una negativa implica verse rechazado.
Aquel que se ha hecho rico repentinamente no debe pensar que el dinero va a durar una eternidad. Es mejor sentarse con un Excel a calcular los gastos mensuales antes de despedirse del trabajo, por ejemplo. Tampoco hay que dejarse llevar por la emoción y la euforia y malgastar el premio. Lo normal es ayudar a familiares y cumplir esos sueños, como comprarse el mejor reloj o hacer algún viaje a todo trapo. La condición es hacerlo con cabeza, sabiendo que hay un límite.
La mejor forma de actuar sería dividir el premio en tres partes. Destinar una al ahorro, a la inversión o al emprendimiento con asesoramiento. En definitiva, que también sea rentable. La segunda parte iría destinada al gasto y una tercera a los caprichos. Lo oportuno es que las decisiones no sean precipitadas.
Un error es dilapidar todo en una propiedad inmobiliaria. Sería mejor financiar una parte para seguir disponiendo de capital. Además, es importante dejarse asesorar para diversificar las inversiones en aquellos productos que encajen con nuestro perfil, repartir el capital en diversas entidades bancarias, en fondos distintos, etcétera.
Algunos expertos incluso remarcan la necesidad de ser reservados y precavidos. Es evidente, no hay necesidad de contárselo a todo el mundo y menos a aún si son personas poco allegadas. En definitiva, podemos convertirnos en un blanco fácil de indeseables.