No los verás mirando obras. Son personas maduras, pero en lo mejor de la vida, con las energías aún intactas y muchos sueños por cumplir. Ya no trabajan, y llenan las horas de forma activa, escribiendo, viajando, estudiando, ayudando en iniciativas solidarias, participando en asociaciones o, simplemente, disfrutando de hobbies a los que, mientras formaban parte del mercado laboral, no podían dedicar el tiempo deseado. Son los prejubilados.
Los prejubilados españoles tienen una edad media de 53,8 años y el 80,9% de ellos son hombres, según el estudio 'Antecedentes del retiro laboral temprano' realizado por Juan José Fernández Muñoz, de la Universidad Rey Juan Carlos. En España, el 43,4% de las 309.000 personas que se jubilaron en 2017 lo hicieron de forma anticipada (cerca de la mitad).
Las prejubilaciones absorben el 6,9% del gasto total de pensiones en nuestro país; casi el doble que la media europea. Es una realidad al alza desde la crisis, y muchos provienen de la reconversión del sector financiero. En un alto porcentaje, más forzosos que vocacionales, pero, en su mayoría, dispuestos a exprimir al máximo el intervalo que va desde que se levantan hasta que se acuestan.
Lo cual no es fácil, porque la recién adquirida inactividad puede derivar en una inercia de sofá. Y no por falta de planes, sino por el desconcierto que provoca la nueva situación. "Las personas se encuentran con que de repente tienen que llenar su agenda. Pasan por un periodo de euforia, al saber que tienen tiempo para hacer lo que quieran, pero necesitan proyectos. Para muchos, es una tarea que no saben cómo abordar", explica la psicóloga Isabel Aranda, especializada en coaching.
"El trabajo tiene dos valores importantes, que son la autorrealización y la visibilidad social", añade. "Tú te ves capaz de hacer un trabajo y eso te refuerza; al mismo tiempo, está la valoración social por lo que haces. Cuando dejas de trabajar, pierdes todo eso". Esta experta lo constata a menudo en su gabinete. "Dicen: 'Voy a hacer algo', pero pasan seis meses y no saben qué hacer. Están empezando a desanimarse. Un desánimo vital, porque pierden el sentido de que valen para hacer algo".
Como dice Isabel Aranda, "está estudiado que las personas necesitamos tener retos, metas, para que tenga sentido la vida. Si no, esta se puede convertir en una rutina vacía".
Alberto, que ahora tiene 60 años, encontró formas gratificantes de llenar las horas. Realizador de televisión durante tres décadas, hace seis años se le invitó desde la cadena en que trabajaba a que aceptara una prejubilación. "Me sentía aún joven, con ganas de hacer cosas", recuerda. "Y aunque el cuerpo me pedía tomarme unas vacaciones y dedicarme solo a descansar durante unos meses, era consciente de que si me dejaba llevar, pasado ese tiempo iba a costarme remontar".
Así que desde el día uno de su flamante estatus, se volcó en sus dos grandes pasiones: viajar y escribir. Alberto y su esposa, Ángeles, funcionaria, realizan frecuentes escapadas turísticas. Estambul, Budapest, Varsovia, Estocolmo y un tour por la Provenza han sido algunos de sus últimos destinos. También viajan con frecuencia a Irlanda, donde trabaja su único hijo. Al mismo tiempo, Alberto dedica unas horas cada día a escribir una especie de libro de memorias, que está enfocando como una historia de la televisón en nuestro país, y que espera ver publicado cuando lo termine.
Escenario similar es el que rodea a Luis, de 59 años. Trabajaba en un banco, y a consecuencia de un ERE se le ofreció la posibilidad de prejubilarse. En su caso, le sucedió como cuando nos apagan la luz de repente: necesitó un tiempo para acostumbrarse a la oscuridad del desempleado. "Fue duro, porque los amigos de mi edad seguían trabajando y era algo que yo no podía hacer, aunque estaba en plenitud de facultades. Me sentí inservible, y ya cuando mi hija me pidió que me ocupase de llevar a mi nieto al parque por las tardes, lo hice encantado, pero vi que el resto de abuelos que hacían lo mismo que yo tenían 80 años. Pensé: ¿me he convertido en un anciano y no me he dado cuenta?".
Se tomó su tarea de abuelo abnegado como un trabajo, pero su esposa y su hija veían que no era suficiente. Pasaba el resto del día en casa, leyendo o cocinando. Le animaron que intensificara su actividad, y les hizo caso. Siempre le había gustado mucho la música, pero no sabía tocar ningún instrumento. Se apuntó a clases de piano; después de dos años toca con soltura muchas piezas y ha hecho piña con otros alumnos, de todas las edades, y con la profesora. "En el grupo hay gente joven, y me contagian su vitalidad", dice. Con frecuencia acuden juntos a conciertos en el Auditorio Nacional o a clubes de jazz.
Con el ánimo renovado, decidió también empezar a hacer deporte. "Todas las mañanas quedo con un grupo de amigos y nos damos caminatas de hasta dos horas", describe. Fruto del ejercicio, en la actualidad se siente más en forma que hace diez años, cuando se pasaba la jornada sentado a una mesa de oficina. "Me ha cambiado hasta el humor", destaca. "Ahora no me tomo nada tan a pecho".
Como subraya la psicóloga, llevar una vida activa tanto física como intelectualmente no es solo una opción: es una necesidad, si queremos evitar males mayores. "El riesgo es que la falta de objetivos lleva a la apatía", afirma. "Y la pérdida de interacción social y de la actividad laboral puede conducir a situaciones de depresión y ansiedad". Quizá sea preciso recordar que la esperanza de vida en España es de 85,8 años para las mujeres y 80,5 para los hombres. Quien se prejubila, aún tiene mucha vida por delante; y no es plan de convertir ese tiempo, como se diría en la jerga del baloncesto, en minutos de la basura.