Hace unas semanas se viralizaba el vídeo de una joven tiktoker que lamentaba entre lágrimas que las ocho horas diarias que pasaba trabajando, más otras cuatro que tardaba en ir y volver, no le dejaban tiempo para hacer nada más. Entre las burlas jocosas de los usuarios destacaba un mensaje que evidenciaba que algo ha cambiado en la relación de los jóvenes con el mundo laboral: "Os fastidia que nuestra generación se haya dado cuenta de que, efectivamente, el sistema de trabajo asalariado es abusivo y solo sois capaces de reaccionar llamándonos flojos en vez de pararos a pensar si acaso estáis muy contentos trabajando +8h al día en trabajos de mierda".
La autora de ese post en X era la escritora Ángela Vicario, y sus palabras sirven para visibilizar el abismo que hay entre cómo hemos percibido en general el trabajo los boomers y la Generación X y cómo lo hacen los millenials y especialmente la Generación Z. Tradicionalmente el hecho de ejercer un oficio se ha definido a través de conceptos como el esfuerzo, el sacrificio, la disciplina o la rutina. De satisfacer unas necesidades básicas, el trabajo pasó a ser una fuente de riqueza, y de ahí a convertirse en el centro de un proyecto de vida, prácticamente una cuestión identitaria. Pero los nacidos a partir de los años 90 tienen una concepción muy distinta a la que tenían sus padres y abuelos.
Las circunstancias sociales son muy diferentes ahora, la economía más inestable y los contratos laborales también. "Ahora el trabajo cumple más una función que una vocación. Es una generación que se ha formado a golpe de crisis, de precariedad", explica en El Heraldo de Aragón Alessandro Gentile, profesor de Sociología del Trabajo en la Universidad de Zaragoza.
"Los más jóvenes no están por la labor de que su vida sea una sucesión de trabajo, hogar y ocio, todo ello siempre en relación con el empleo, un empleo que, además, cada vez es más incierto, y todo este clima ha dado lugar a esas manifestaciones de renuncia o dimisión, que no significan ‘dejo de trabajar’, sino ‘dejo de trabajar así”, señala Mariano Urraco, profesor de Sociología de la Udima en Vogue.
Efectivamente, a medida que a los jóvenes les resulta cada vez más complicado acceder a la independencia económica y a la vivienda, su relación con el trabajo ha pasado a ser meramente instrumental. Si me pagan lo que me pagan y no van a subir ni un euro más ni voy a heredar el negocio, ¿por qué iba a matarme trabajando?
“Para las generaciones anteriores, que ahora tienen 60 o 70 años, el trabajo era lo que les daba identidad. Para los jóvenes, como el empleo es ahora más escaso, precario e incluso raro, no genera esa vinculación social fuerte que aportaba anteriormente. Ante esa situación, lo normal es que busquen la identidad en otros sitios, como el ocio, el consumo o la sexualidad”, añade Urraco en El Confidencial.
Así, el trabajo deja de ser lo más importante y respetar el tiempo libre para desarrollar aficiones y proyectos personales se convierte en un asunto crucial. "A día de hoy, aunque seguimos viviendo en sociedades definidas por el trabajo, la posición es más ambivalente: menos discurso de ‘el trabajo me realiza o el trabajo es necesario’ y más ‘voy a trabajar para después poder hacer otras cosas en las que realmente voy a manifestar mi identidad o lo que quiero ser’”, desarrolla Urraco.
Sin embargo, el sociólogo apunta que en el auge de este discurso de desafección respecto al trabajo también hay algo de protección psicológica ante una situación precaria. Incluso de postureo. "Para mí hay mucho autoengaño, en la medida en que no se ven posibilidades: si las hubiese, muchos de estos jóvenes que dicen que lo importante son otras cosas renunciarían y harían el mismo recorrido que sus padres o abuelos”. Por su parte, Gentile también cree que los jóvenes todavía buscan en el trabajo algo que resulte significativo en su vida, igual que las generaciones anteriores: "Somos lo que hacemos, pero no siempre lo que hacemos nos hace sentir bien".