"Los viernes, si hacia las dos sonaba el teléfono y te llamaban de Recursos Humanos, ya sabías lo que pasaba: estabas despedido". Así comienza Ángel González a contarnos su experiencia como desempleado. Este comercial técnico y diseñador de interiores tiene 50 años, vive en Madrid, está casado y es padre de una adolescente. Trabaja desde hace dos años, pero los cuatro años anteriores no fue así. Estuvo 48 meses en paro.
Antes de arrancar con su relato, recordemos. Según la última Encuesta de Población Activa de primer trimestre de 2019, el 38,9% de los parados en España tiene más de 45 años.
"Yo trabajaba para una de las empresas más importantes de este país. Después de que se pasaran años sin despedir a nadie de repente empezó a haber despidos. En poco tiempo pasamos a ser 400. No me sorprendió ni me asusté. Llevaba seis años allí y estaba quemado", asegura Ángel. Quedarse sin empleo no le angustiaba, pero reconoce que en ese momento su lectura de la realidad no era la correcta. "Pensaba que si me despedían, podía hasta venirme bien. Nunca había tenido problemas para buscar ni encontrar trabajo", explica.
El despido le situó en un escenario totalmente distinto: "un viernes me llamaron y sucedió. Me metieron en un despacho y me dijeron: 'no tenemos ningún motivo para despedirte, pero tenemos que hacerlo'. Declararon un despido improcedente y me echaron”. Al menos, obtuvo una buena indemnización.
Si la parte económica no era, en principio, angustiosa, gestionar el despido desde el punto de vista personal y familiar fue más complejo: "la familia ya estaba al tanto y sabía que podía ocurrir. Por mi parte, sentía alivio, rabia e impotencia a partes iguales. Alivio porque dejaba sufrir la tensión de cada viernes. Impotencia porque no lograba entenderlo. En el fondo, siempre queda la esperanza de que no te toque, aunque había visto cómo se habían desprendido de mis compañeros. Y dolía porque sabíamos que detrás de cada despido había problemas o situaciones familiares delicadas. A veces, para aliviar la tensión hasta hacíamos bromas. ¿Quién sería el próximo?".
Una vez en el paro, la ruta de Ángel en busca de una nueva ocupación comenzó en las oficinas del SEPE cursando su demanda de empleo para solicitar la prestación. "Allí nos pasa a todos: nos miramos de reojo, como para motivarnos. Pones tu situación en contexto y al tiempo piensas: mal de muchos, consuelo de todos. En algún momento sí te sientes un poco desubicado en tu entorno. La gente tiende a ocultar lo triste y a veces no cuentas lo que realmente te preocupa. De todas formas, yo nunca he tenido ningún complejo, las cosas las he sentido con naturalidad. Siempre he pensado que mi situación iba a mejorar y que tarde o temprano iba a encontrar trabajo".
Pese a mantener un discurso positivo, la experiencia de Ángel atravesó momentos delicados que perjudicaron su autoestima. "De pronto, te ves en el momento de buscar trabajo en empleos muy inferiores al tuyo, en cursos que apenas te aportan nada, en entrevistas en las que te sientes humillado. Sabes que no tienes ninguna posibilidad porque te has dado cuenta de que, por ejemplo, no les ha gustado tu cara o tu manera de hablar. Las entrevistas de trabajo son imprevisibles. Y además sientes que se aprovechan de tu necesidad", explica mientras revive esos años.
Uno de los asuntos más complicados para Ángel fue superar las reacciones que su situación generaba entre su círculo más próximo. "Aunque te presentas a todo, haces todo lo que te aconsejan, soportas a los listillos que te dan consejos sin pedírselos, tu situación no cambia: estás en paro. Piensas ¿soy un inútil? ¿Seré yo el problema? ¿Qué falla en mí?". Junto a la inevitable condescendencia, Ángel sintió el machismo latente de su entorno, que veía con extrañeza que se encargara de las labores domésticas mientras estaba en paro y su mujer mantenía su empleo.
Esos años le sirvieron para valorar este tipo de trabajo: "El machismo está dentro de nosotros, hombres y mujeres. A algunos les parecía raro que yo me ocupara de la casa, pero para nosotros era lo lógico. Además de arreglar la casa o recoger a la niña del colegio, me ocupaba de otras cosas importantes de la economía doméstica de las que no era tan consciente, por ejemplo, los temas de bancos. Hay que ajustar el presupuesto continuamente. No se te va de la cabeza".
Para Ángel, el desempleo tuvo dos efectos positivos: volver a conectar con su familia y situar la salud como prioridad número uno. Antes de este largo periodo de paro ya había sufrido la situación de desempleo. Durante aquel otro periodo sufrió un infarto del que no han quedado secuelas. "Los médicos achacaron mi infarto al estrés. El paro es muy duro, hay que luchar mucho, adaptarte a lo que hay y salir a por todas. En casa no se puede estar. Con los altibajos que pueda haber, hay que tener claro que la salud es lo primero. Hay que cuidarla porque la desesperación que se vive cuando no se tiene trabajo hace que lleguen todo tipo de enfermedades".
Afortunadamente, la pesadilla del paro ha quedado atrás para Ángel. Ahora es él quien contrata a otros trabajadores y encuentra que no siempre es fácil. "Creen que no les compensa porque están cobrando la prestación o algún subsidio o sus parejas trabajan en cualquier cosa y con eso van tirando… Para mí, es un error. Incluso aunque no te guste lo que te ofrecen, es más fácil mejorar de trabajo desde un trabajo", concluye. Palabra de quien lo ha vivido.