Toda empresa familiar tiene un arranque que merece la pena contar, una persona digna de ser aplaudida y anécdotas dolorosas o divertidas que pasan de generación en generación. Álvaro e Iria Rodríguez, los hermanos que tomaron el testigo de Cafés La Mexicana hace 18 años, nos invitan a dar un salto en el tiempo para hablarnos de la mujer que dio nombre a su negocio en 1890. Su relato es necesario para entender por qué estos jóvenes, con excelente preparación universitaria, dan continuidad a un plan trazado hace mucho más de un siglo.
Su abuelo, José Rodríguez Corral, fue un niño del Madrid de antes de la guerra, de los de a pan duro, diente agudo. Huérfano de padre y siendo el mayor de nueve hermanos -el único varón-, nunca volvía a su casa sin algo con que calmar a aquellas bocas hambrientas. Un día conseguía unas judías, otro una vasija de vino que vendía a los curas. Hasta que cayó en sus manos un saco de café verde que probó a tostarlo en casa. Tal fue el aroma que desprendió, que no hubo un vecino en la corrala que se quedase sin un cucurucho que él bautizó como Joroko.
El olor llegó a Dolores Levil, una mexicana hija de inmigrantes españoles que había abierto tienda en la calle Preciados, y quiso conocerle. Fue el germen de un negocio que José avivó tras la muerte de esta mujer. Pidió créditos y ayudas para adquirir el local y registrar La Mexicana como marca comercial. No dejó de crecer y al local de Preciados fue sumando otros, en propiedad o en alquiler.
En 1975 inauguró una fábrica de 1.800 metros cuadrados, con una capacidad de producción de 2.000 toneladas de café, que daba empleo a 30 personas. Poco después, su hijo menor, Juan Carlos, se puso al frente, ya que el mayor había fallecido. Tenía solo 25 años, pero continuó su política de expansión hasta hace 18 años, momento en que dos de sus cuatro hijos, Álvaro e Iria, asumieron la dirección.
El padre ahora vive en un discreto segundo plano y son ellos los que explican cómo se ha ido produciendo la difícil tarea de ir dando el relevo de una generación a la siguiente. En su caso no hubo un salto traumático, sino algo naturalmente previsible: "Todos partimos de nuestro abuelo, cuya formación fue la supervivencia. Llevamos el café en el ADN. Nos hemos criado escalando pilas de sacos de café y haciendo fuertes con cajas de La Mexicana. Siempre decíamos que nos daban café en el biberón".
El retrato de esta familia es el ejemplo de empresa familiar en España, uno de los motores de la economía española y el mayor generador de empleo privado: 6,58 millones de puestos de trabajo. Más de un millón de empresas tienen carácter familiar, el 89% del total, según el Instituto de Empresa Familiar. El traspaso de padres a hijos suele seguir la fórmula de la donación. El padre cede en vida la titularidad y explotación de la empresa en un contrato que implica ciertas obligaciones fiscales, como el impuesto sobre sucesiones y donaciones, cuya cantidad se fijará según el lugar de residencia.
A punto de cumplir 131 años, La Mexicana supera con creces la vida media de cualquier empresa familiar en nuestro país, 25 años. Ni siquiera la mitad sobrevive a la primera generación y solo un 2,6% llega hasta la cuarta. En su longevidad tiene mucho que ver que no hay crisis que desbanque al café como uno de nuestros productos favoritos, pero también está el cumplimiento a rajatabla de los cinco atributos básicos del éxito que marca la consultora McKinsey para una empresa familiar: lealtad a ese legado, orgullo, compromiso con los clientes, responsabilidad social y cuidado del medio ambiente.
En apariencia es sencillo, pero en el relato de Álvaro e Iria se advierte lo que es trabajar duro. "Nuestro abuelo -dicen- fue estricto con nuestro padre y este lo ha sido con nosotros. Nos decía que para disfrutar de la vida tienes que ganártelo. La primera vez que él vio el mar tenía 30 años. Trabajó mucho y que tuvo que soportar mucha responsabilidad. Nos transmitió valores como la honestidad, la sinceridad y la solidaridad. Hemos sido fieles a esos principios, pero las cosas ya no funcionan como hace 30 años y no puedes estancarte. Nos costó mucho trabajo a los hermanos readecuar la empresa al mercado actual sin perder la esencia y sin dejar de identificarnos con aquel eslogan que La Mexicana presentó en los 90: Afortunadamente diferentes".
Cada época ha tenido sus propios retos y momentos complicados. Durante la guerra, Madrid fue primera línea de frente y estuvo desabastecido. "No llegaba café, pero nuestro abuelo, en lugar de cerrar su tienda, empezó a vender malta y caramelos. Años después nuestro padre fue de los primeros en franquiciar establecimientos, que por aquel entonces se llamaban distribuidores exclusivos. Cuando se empezó a hablar de lo que ahora llaman cafés de especialidad en los países anglosajones, decidimos adelantarnos y ser los primeros en traerlos aquí. Fue en 1998".
Durante una crisis de precios de materias primas que hubo en torno a 2011 los precios de compra se multiplicaron de manera insostenible. "Tuvimos que aplicar una subida parcial de precio a mitad de año, una medida controvertida y arriesgada para con los clientes. Pudimos optar por rebajar la calidad adquiriendo cafés más económicos, pero los hermanos consideramos que no y optamos por la transparencia con los clientes: repartimos comunicados en todas las tiendas explicando por qué habíamos tenido que tomar esa decisión".
Con la pandemia, han tenido que volver a esos principios tantas veces escuchados en boca de su padre y abuelo: perseverancia y optimismo. Antes de que se decretase el estado de alarma, reforzaron el canal on line y enviaron gel, guantes e información a las tiendas, a los clientes y a los trabajadores. En el tostadero y la oficina tomaron también las precauciones higiénico-sanitarias que recomendaba la OMS y comenzaron con el teletrabajo.
En general, las empresas familiares demuestran una capacidad mayor de supervivencia en las épocas de vacas flacas. El dato oficial lo arroja el Instituto de Empresa Familiar: el 70% de las empresas familiares sitúa su compromiso con la continuidad del negocio por encima de cualquier otro objetivo económico. Para Álvaro e Iria, tanto la fidelidad de los clientes, algunos ya de tercera generación, como la lealtad de su equipo humano han sido fundamentales. "Aquí hay muchas personas que están arrimando el hombro y apoyando en todo lo que pueden, con trabajo, actitud y comprensión. Da gusto trabajar con ellos. Eso es sin duda una fortaleza".