Hace pocos días recibí una llamada maravillosa. Una agradabilísima desconocida de 70 años había encontrado mi nombre en la publicidad de una conferencia que impartí como experta en Arquitectura y longevidad, y a pesar de lo que muchos puedan pensar como imposible a esas edades, me había googleado, encontrado mi numero de teléfono personal y se había decidido a llamarme para preguntarme acerca de los proyectos que existían actualmente en el sector porque ella buscaba algo innovador para mudarse.
La conversación fue una autentica delicia, ya que se trataba de una mujer cultivada y muy divertida y entre otras muchas cosas hablamos de su búsqueda, los motivos de la misma y de lo que ella esperaba encontrar.
Me contó que tenía hijos a los que adoraba, pero a los que de ninguna manera quería hacer responsables de sus cuidados si algún día los necesitaba, ya que el ritmo de vida de hoy hacía imposible que aunque ellos quisiesen, pudiesen hacerlo -trabajo, viviendas pequeñas, lejanía, etc.-.En todo caso ella prefería estar con ellos una vez al mes con verdaderas ganas que todos los días sintiéndose una carga.
Me habló también de que en un principio había pensado quedarse en su casa y en caso de que las fuerzas fallasen, contratar a un persona que la cuidase, había incluso ahorrado para ello, pero su problema era que cuanto más lo pensaba peor le parecía, porque en primer lugar la ciudad de Madrid no le parecía un lugar agradable para envejecer y por otra parte le aterrorizaba aislamiento social que se produce cuando las personas mayores en situaciones de salud delicadas se quedan en sus viviendas.
Lo que también tenía muy claro es que en ningún caso quería irse a vivir a una residencia, porque ella estaba bien de salud y tenia la necesidad de seguir activa y sintiéndose útil. Por todo ello se había lanzado a la búsqueda de un nuevo hogar para vivir sus últimos años en plenitud, y aviso no era la única, tenía muchas amigas como ella.
Llegados a este punto me vi en la obligación de confesarle que, a pesar de que me hubiese encantado hablarle de muchas opciones diferentes, desgraciadamente a día de hoy, en nuestro país todavía no podíamos hablar de una oferta extensa de otras formas de habitar a esas edades y que a pesar de que se empiezan a conocer a través de los medios de comunicación opciones como el cohousing -viviendas autogestionadas de personas mayores-, proyectos intergeneracionales -donde mayores y jóvenes conviven-, viviendas tuteladas, apartamentos senior o incluso programas como los de Hogar y café para compartir vivienda de la Fundación Pilares, estos por ahora no suponen todavía una opción real para la mayoría de las personas que los están demandando.
Esta llamada viene a ilustrar tres realidades que os paso a resumir a continuación, que deberían hacernos reflexionar no solo a arquitectos y urbanistas, sino a también a las autoridades políticas competentes, promotores, constructores, empresas asistenciales y de servicios, gestores y un largo etcétera de agentes que son los implicados en la construcción de nuestro entorno inmediato.
La primera es que los datos son incontestables, vivimos en país con la esperanza media de vida mas alta de la OCDE por detrás de Japón, y en el que cada vez hay mas personas mayores, 9 millones y creciendo, ya que se estima que en 2050 el aproximadamente el 35% de la población será mayor de 65 años según apuntan los últimos indicadores estadísticos.
El envejecimiento de la población, también llamado tsunami gris, constituye un reto de grandes dimensiones a todos los niveles, comparable al que se enfrentaron aquellos arquitectos que diseñaron las modernas ciudades que acogían un éxodo rural masivo o aquellos que reconstruyeron las ciudades después de la guerra, periodos en los que la necesidad de actuar con rapidez y ofrecer soluciones innovadoras y adaptadas a los recursos existentes hizo que las soluciones aportadas sentasen las bases para muchos desarrollos posteriores.
A diferencia de entonces, en que el reto era un objetivo prioritario de todos los agentes públicos y privados implicados y por lo que se contrataron a muchos e importantes arquitectos, parece que hoy todavía no se ha llegado a considerar la escala y dimensión del reto de la longevidad y de lo mucho que esta afectará a las viviendas y a las ciudades que habitamos, e intentar anticiparnos al escenario, previendo qué características y necesidades reales tendrá esa compleja sociedad envejecida, y darle soluciones innovadoras a la altura.
La segunda es que este grupo social, no solo vive más años y en mejores condiciones, sino que también tiene un nivel de formación cada vez más alto, con ideas muy claras de dónde, cómo y en qué condiciones desea vivir esta última etapa de su vida, demandando nuevas soluciones, no solamente habitacionales, sino también de participación, de ocio, y de utilización de las ciudades.
Si analizamos la configuración actual de nuestras ciudades, estas han sido diseñadas para una vida productiva, en la que la movilidad, el aprovechamiento de recursos y la logística de servicios. Es decir, están pensados para una población activa y eminentemente joven, y precisamente por ello mi anónima conversadora no veía Madrid como un lugar amigable para envejecer.
Por ello, sinceramente, creo que los urbanistas deberíamos empezar desde ahora a crear entornos más amigables para las personas mayores, lo que supone que las ciudades deberían rediseñarse para las diferentes capacidades humanas: la calidad del diseño urbano y su mantenimiento son cuestiones fundamentales que deben evaluarse y mejorarse en las ciudades envejecidas, y pasa por soluciones que no son tan complicadas o que no llevan un gasto aparejado tan importante.
Una ciudad con suficientes bancos y zonas de sombra para sentarse y descansar, aseos públicos, aceras amplias sin obstáculos, buena iluminación y señalización, arbolado y zonas verdes, espacios públicos accesibles de calidad, sistemas que ayuden a orientarse con claridad y dotaciones públicas que promuevan la independencia, la salud física, la integración social y el bienestar emocional.
Estas acciones desde el urbanismo no solo pueden mejorar las condiciones de vida de los mayores, sino las de todas las personas, creando entornos amigables donde establecer relaciones humanas de calidad y así poder combatir la temida soledad no deseada.
Por último, la conversación telefónica nos da una idea de cuánto ha cambiado nuestro modelo social con respecto a los cuidados, tanto en la posibilidad y forma de proporcionarlos, como en las preferencias a la hora recibirlos, tema de extremada importancia para el diseño y la concepción arquitectónica de nuestras formas de habitar.
Tradicionalmente, el modelo social español, en especial cuando aparecían problemas relacionados con la dependencia o la soledad, había asumido esta etapa de la vida de las personas mayores de dos maneras:
O bien asumiendo las propias familias el cuidado de las mismas, de manera interna en sus propios domicilios. Es importante señalar con respecto a este punto, como bien comenta la agradable desconocida, que muchas personas que hoy son mayores, especialmente las mujeres, tuvieron hacerlo en su día con sus padres y no quieren que sus hijos asuman esa carga. Por otra parte aunque estos quisiesen, hoy sería imposible por razones laborales obvias y por el tamaño y la tipología de las viviendas actuales.
O bien, cuando esto no era posible, la sociedad venía ofreciendo hacerlo de manera externa, a través de las llamadas residencias de ancianos, que según las encuestas son el lugar peor valorado para vivir por las personas mayores a día de hoy.
Por ello cuando una persona se hace mayor en España, prefiere quedarse en su propia casa el mayor tiempo posible ('age in place'). Hasta el 93,6% de la población así lo quiere, según apuntan los indicadores estadísticos
Teniendo en cuenta los datos acerca del parque de viviendas actual, es muy importante señalar que uno de los grandes retos futuros para los arquitectos será la necesaria rehabilitación y remodelación de viviendas y edificios existentes para adaptarlos a las necesidades de este colectivo (accesibilidad universal, espacios de socialización específicos, adecuaciones de tamaño a las posibilidades de mantenimiento, condiciones de confort y reducción de las demandas de consumo energético, etc.) y todo ello dentro de entornos integradores.
Pero no es menos importante, que como arquitectos, debemos también investigar nuevas tipologías residenciales colectivas más acordes a dichas necesidades para alojar a personas que quieran envejecer activamente en una vivienda adaptable a sus necesidades presentes y futuras, mejoras que giran en torno a la accesibilidad y adaptabilidad de los muebles y estancias que cambien a lo largo del tiempo de manera individualizada.
En resumen, no se trata solamente de resolver correctamente edificios adecuados para la gente que hoy es mayor, ni de avanzar decididamente en materia de accesibilidad, aspecto en el que se ha experimentado un cambio notabilísimo, sino también en anticiparse y pensar qué necesidades presentará la población que será mayor en el futuro. Todo reto plantea nuevas oportunidades y en concreto el de la longevidad abre nuevos e inexplorados caminos no sólo para arquitectos y urbanistas, sino también para promotores, y empresas innovadoras que sean capaces de anticipar este escenario y darle respuestas de calidad. Por ello creo firmemente que, como arquitectos, deberíamos ponernos manos a la obra.
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