Cuando Argentina levantó la Copa del Mundo en México 86, Gerardo Ajmat, un ingeniero que por entonces tenía 29 años y trabajaba desde la mañana hasta la noche por un salario que pronto se vería licuado por la hiperinflación, vivía en Tucumán, al norte del país, y acababa de tener a su segunda hija. Viajar a ver un Mundial, por más pasión que uno le pusiera, por más horas extra que uno echara, por más que se jugara en el mismo continente, no solo era imposible. Era inimaginable. Aquel 29 de junio de 1986, cuando Diego Maradona llevó a la Selección a lo más alto, Gerardo le puso una cinta celeste y blanca a su hijo mayor, de un año, en la cabeza, y salió a festejar a la Plaza Independencia de la capital provinciana. Llovieron papelitos, la euforia ocultó todos los males de un país siempre en crisis, la Copa era argentina, pero verla, solo en el televisor.
36 años después, Gerardo Ajmat está en Doha. Ha conseguido cuatro entradas para la final. Va a ver a Argentina enfrentar a Francia con su grupo de amigos formado por Raúl Véliz, su cuñado, Nito Nadeff, y su hijo Federico. Tres uppers y un millennial. El partido significa mucho. Es el último partido en un Mundial de Lionel Messi, el Diego Maradona de estos tiempos, el “mejor jugador de la historia” para la gran mayoría de analistas del fútbol internacional. Argentina, otra vez enfrenta niveles de inflación que tienen a una gran parte de la población -alrededor del 40%- debajo del índice de la pobreza. Sin embargo, al menos 40 mil hinchas han conseguido pagar un billete para llegar a alentar a la Selección, incluso sin tener entradas para ver los partidos. Estar ahí es lo importante. Y aunque parezca inaudito, se le ha preguntado a los argentinos por las calles de Buenos Aires si prefieren ganar la Copa o que baje la inflación y la respuesta ha sido unánime: “Quiero ser campeón mundial”.
“Siempre fue un tabú ir al Mundial. No solo por el hecho de viajar desde Argentina, que está en el fin del mundo. Antes de que Internet facilitara las cosas, cómo conseguir las entradas era una incertidumbre. Solo iban los que tenían vínculos con la Asociación de Fútbol Argentina, o mediante algún contacto con algún sponsor o las celebridades”, explica Gerardo, que ahora es un experto en el arte de hacer filas virtuales para obtener su acceso a los Mundiales.
Pero, ¿cómo pasó de festejar en la Plaza Independencia de su ciudad natal a Doha? El camino del héroe siempre conlleva algunos fracasos. “En el 2006 estuve muy cerca. Había viajado por trabajo a Parma, en Italia, y tenía unos días extras para hacer un viaje más justo cuando en Múnich se iba a enfrentar Serbia con Argentina en la fase de grupos. Pero no tenía idea cómo conseguir las entradas. No había esa información y también podían timarte. No me animé”, recuerda apesadumbrado porque ese partido que estuvo a punto de ver terminó en una goleada que la prensa internacional calificó como “fabulosa, celestial y de ensueño”. Fue un 6 a 0, una diferencia de goles que no volvió a repetirse para la Selección en un Mundial.
Por suerte, la vida da vueltas. Gerardo no volvió a soñar con ir a un Mundial hasta el 2014. Se jugaba “al lado” de su país. En Brasil. Se enteró que había un sistema de venta de entradas por sorteo y se apuntó. “Por las dudas”, dice riendo. Consiguió comprar para tres partidos e invitó a su cuñado y a su hijo mayor a acompañarlo. “Vivimos por primera vez lo que era estar en el lugar donde se juega un Mundial. La fiesta en las calles. La euforia latinoamericana. Pero nos volvimos antes de la final porque ya era imposible conseguir un acceso. Pensé que esa había sido mi última chance de ver a Argentina en esa instancia. Por suerte, la vida da vueltas”.
En 2018, tomaba café con su cuñado y un amigo, recordando la gesta del 2014 y uno de ellos dijo: “Hay que ir a Rusia”. Los tres colegas ya habían pasado los 60, podían permitirse el gasto, no tenían hijos menores, sus mujeres los alentaron y ahora sí que sabían cómo comprar entradas y cómo pasarlo pipa en un Mundial.
Antes de comprar los billetes de avión, ya tenían todos los tickets, el de la final inclusive. A último momento se sumó el hijo de uno de ellos, para demostrar que las generaciones jóvenes aportan al grupo de uppers: consiguió sus entradas para acompañarlos en un abrir y cerrar del móvil. Se hicieron unas camisetas personalizadas, con sus nombres y el mapa de Tucumán. Se hospedaron en hostels sin problemas de compartir habitación con extraños. En el Mundial, todo es alegría.
Argentina no pasó de octavos, pero ellos vivieron el fútbol de élite con la alegría de los aficionados más acérrimos. “Al quedar Argentina afuera, seguimos alentando a la Selección con nuestras camisetas, con nuestros colores. La gente se nos acercaba, nos pedía fotos, nos declaraban su amor por Messi y Maradona, nos entrevistaban de programas de todas partes del mundo. Armamos un lindo grupo, nos divertimos, lo pasamos bien, y tuvimos oportunidad de compartir con mucha gente de otras nacionalidades”.
El grupo es el mismo: tres uppers, que ahora cuentan 65 y un millennial. Qatar queda un poco más lejos, contando las escalas que hay que hacer para llegar desde Tucumán. Llegaron por distintas vías: Buenos Aires-Madrid-Ammán-Doha, Tucumán-Buenos Aires-Frankfurt-Doha. Consiguieron habitaciones en los complejos creados exclusivamente para el Mundial. “Más cómodo que el hostel y más limpio”, cuentan.
La Selección, sin dudas, no es la misma que estuvo en Rusia. Y el furor por Messi se ha quintuplicado. “Se generó una movida muy especial con Messi. Es impresionante cómo los cataríes tienen camisetas suyas, bufandas de Argentina, estandartes con los colores celeste y blanco. Increíble cómo la gente nos dice en la calle Vamos Argentina. El otro día en el autobús ponían canciones de Argentina que tenían grabadas, aunque no entendieran la letra. Todo el autobús cantando y era un día que no había partido”.
En Argentina, mientras tanto, la misma energía. Las calles están llenas de banderas pero no se cantan marchas patrióticas, se canta “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar, quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial”. En Tucumán, la primera nieta de Gerardo tiene dos meses y ya tiene una casaca albiceleste con el Diez. Porque el fervor por Messi trasciende generaciones y fronteras.
“Para entender el fervor de los hinchas argentinos por determinados ídolos del fútbol hay que remontarse a donde se gesta el ambiente. Cualquier club de Argentina, de primera, de segunda, de tercera, de cualquier provincia, tiene su propia hinchada, que diseña sus propios cánticos y siempre se asocian al líder. Cada club tiene su jugador destacado y los hinchas lucen su camiseta. Así nace la devoción por cada jugador”, explica Gerardo, que además de alentar a la Selección, es hincha fanático de Atlético de Tucumán.
“En el caso de Messi y de Maradona, no sólo ocurre en Argentina”, aclara. “Recordemos que el canto de Messi con un gesto de reverencia con las manos surge en el Camp Nou de Barcelona y es un ejemplo de devoción. Lo mismo ha ocurrido con Maradona. En el pueblo napolitano se generó la misma devoción. Basta visitar Nápoles para ver su figura en las calles”.
Gerardo Ajmat es mi papá y es una persona que se cansa poco porque es un apasionado. ¿De qué? Pues de muchas cosas: del fútbol, de la competencia en general, de los viajes, de la comida, de arreglar cosas, de inventar nuevos retos, de andar la vida. Se ha jubilado pero sigue trabajando porque el cuerpo aguanta y hay que aprovechar. Como había que aprovechar que pasó la pandemia y que se pudo viajar a Qatar. Como había que aprovechar que sus amigos tuvieran salud y ganas y que la diversión no tenga edad. Como había que aprovechar que pese a todo, Argentina nos da alegrías. Y que la alegría es, como la vida, pasajera. Es hoy.