Paco Lucas, o el Comandante Lucas, como solía llamarle José María García en las etapas de la Vuelta a España de finales de los 80, tiene 69 años y lleva más de 43 pilotando helicópteros. Ha superado ya las 11.000 horas de vuelo entre Europa (sobre todo, España), África y Sudamérica.
En todo ese tiempo ha pasado por innumerables actividades. Desde la extinción de incendios, la que le ocupa en la actualidad, hasta la filmación, el rescate, la supervisión de líneas eléctricas o el transporte de personalidades VIP hasta, por supuesto, ejercer de piloto tanto para la Cadena SER como para la COPE cuando José Ramón De la Morena y José María García vivían su lucha más encarnizada en las ondas.
Comencemos por ahí, porque Lucas ha trabajado para los dos y no tiene más que buenas palabras sobre ambos. Les considera amigos suyos y los más grandes de la radio deportiva española.
¿Cómo fue aquella primera Vuelta a España? Le contrató Televisión Española.
La primera vuelta ciclista que hice fue todo muy novedoso. Era la primera vez que se hacía una vuelta ciclista española en directo y nadie nos había enseñado. Ahora llevan un avión y tres helicópteros, pero en su momento iba yo con varios equipos de tierra que subían lo más alto posible para hacer rebotar la señal y que el espectador pudiera ver algo de la etapa.
El segundo año me llamaron pero mi empresa no tenía la máquina que se necesitaba, así que llamaron a otros y a mí me fichó De la Morena para la SER, en la que estaba un equipo de chavales jóvenes con ganas de comerse el mundo. La batalla entre De la Morena y García en el ciclismo fue brutal, casi como en el fútbol. Se excedieron todos los límites. Ellos mismos han reconocido que era absurdo.
¿Cómo era su relación con De la Morena?
Desde el primer momento tuve una relación espectacular con él. Todavía somos amigos. Recuerdo la primera vez que hicimos el Angliru, que había una niebla increíble. Yo hacía lo que podía, pero eso no era un rescate o un incendio, era la Vuelta, así que le dije a José Ramón: ‘Tú te juegas la pluma, yo me juego la vida’. Él me dio la razón y nos fuimos, pero es cierto que, a veces, en medio de la vorágine, ni te enteras del riesgo.
¿Has tenido momentos muy complicados en la Vuelta? No parece lo más arriesgado de todo lo que has hecho en un helicóptero.
Me he jugado la vida haciendo la Vuelta igual que en un incendio o un rescate. Hay que saber medir los límites, pero la profesionalidad va por dentro y buscas todas las opciones posibles. Nunca me he negado a intentar ir a un sitio, pero si no se puede, no se puede. Ni trabajando con De la Morena ni después con García me pusieron jamás ninguna pega. Siempre querían ser los primeros, pero nunca se metían en mis decisiones.
Ha vivido la tensión entre ellos en primera persona y desde los dos bandos.
He trabajado para los dos y he visto de todo. Alguna vez casi llegan a las manos. Con el micrófono eran de una manera y personalmente de otra. Son dos pedazos de pan.
Haciendo una vuelta con José María García, se murió mi padre cuando yo estaba en Lisboa porque la etapa salía de allí. Inmediatamente, me llamó García y me dijo: ‘Paco, vete a casa’. Yo le dije que no porque al día siguiente salía la carrera. Y él, que se quedaba sin piloto si yo me iba, me dijo que me olvidara de todo y que me ponía un avión privado para ir a Madrid para enterrar a mi padre. Y así fue. Volví, estuve con los míos y al día siguiente regresé al helicóptero.
Recuerdo que cada día de esa Vuelta me preguntó cómo estaba llevando lo de mi padre y me animó cuando me vio un poco peor. Al terminar las tres semanas de carrera hizo un discurso en antena alabando la profesionalidad del Comandante Lucas por todo lo que había pasado. Yo no podía parar de llorar en el helicóptero.
Además, con García no ejercías sólo de piloto. Eras también el hombre del tiempo.
Me tenía de meteorólogo y se fiaban de mí todos los equipos de la Vuelta. Me metía en antena y me preguntaba cómo estaba el tiempo. En una etapa en la que la carretera era recta le dije que no iba a haber problema, que iba a hacer sol, pero un rato después la carrera giró 90 grados, directa a las nubes y les cayó a los corredores la mundial. Al terminar, García dijo en antena: ‘Comandante Lucas, pilotando no creo que haya otro como tú, pero de meteorología no tienes ni puta idea’.
Yo no me arrugué y al día siguiente, cuando me preguntó, le dije: ‘Pues José María, ahora hay nubes y claros así puede ser que llueva o puede ser que no, en el transcurso de la etapa te lo voy diciendo’. Entonces se hizo el silencio en antena y cuando aterricé todo el mundo me decía que hiciera la maleta porque estaba en la calle por el corte que le había pegado.
Sin embargo, cuando vi a José María me dijo: ‘¿Sabes qué? No solamente he descubierto un gran piloto, también he descubierto un gran comunicador’.
¿Él subía sin problema contigo al helicóptero?
Le daba respeto, pero volaba porque formaba parte de su trabajo. Recuerdo que una vez, yendo de Palma a Vic para un traslado, me pidió que llevásemos a unos corredores y yo le dije que se iba a mover mucho, pero que no había problema. Él estuvo a punto de irse en barco pero al final vino conmigo. ¡Y tanto que vino!
Me hizo aterrizar en el centro de Barcelona, en un parque. Yo le decía que me iban a quitar la licencia y él, mientras yo le decía que aquello era una locura, paró un coche, convenció a toda una familia de que se bajara y al conductor de que llevara a los ciclistas al hotel.
Y no te quitaron la licencia…
No. Pero es que aquel viaje no acaba ahí. Nos fuimos hasta Vic, ya anocheciendo y con el combustible empezando a bajar. Ninguno de los dos sabíamos dónde estaba el Parador y no había GPS, así que aterrizamos para orientarnos y buscar el rumbo. Pero se hizo de noche, así que me dijo: ‘Toma este puro, ve fumando que voy a hacer una llamada’. Al momento tenía la solución: ‘Venga, despega y estate atento, que van a encender la luz de la pista de tenis’. Y las encendieron, quitaron la red y pudimos aterrizar allí de noche.
Un hombre de recursos.
Tampoco terminó ahí la aventura. Aterrizo y me dice: ‘Bueno, ¿qué vas a hacer esta noche?¿Te vienes conmigo al programa?’. Yo fui encantado, pero lo que no sabía era que aquella noche, como todo el equipo estaba viajando desde Mallorca, tenía que ser su productor. Y lo fui. Entre puro y puro le puse al teléfono hasta al seleccionador nacional. Me lo pasé muy bien pero dejamos la sala apestando al humo de todos los puros que nos fumamos.
En su helicóptero han viajado los más grandes de aquella época. Indurain, por ejemplo.
A Miguel Indurain le llevé muchas veces y cogimos confianza. Tanta, que al cabo de los años me invitó a ir a cazar con él.
Me acuerdo perfectamente de una vez que le llevé cuando quedaba sólo una etapa para acabar la Vuelta y le tenía que dejar en el Parador de Segovia, donde, por cierto, construyeron un helipuerto por nosotros porque siempre aterrizábamos en la piscina y volaban todas las tumbonas y las mesas.
Miguel estaba muy decaído porque iba a quedar segundo y decía que ser segundo no era nada en el ciclismo. Yo le consolé y luego le fui a ver a la habitación y le dije que seguro que algo bueno le esperaba en el futuro. Al año siguiente ganó el Tour.
Con Perico también trabó amistad…
He llevado 20.000 veces a Perico. Incluso a su novia, que me la subió una vez De la Morena para que viera toda la etapa desde el aire.
Recuerdo una vez que Perico se trajo a un compañero muy guaperas, un chaval muy arrogante. Era muy alto, muy guapo… Como Perico no tenía miedo y me conocía, me guiñó un ojo y me dijo que le hiciera un ‘vuelo de obispo’, que es cuando volamos muy suave y relajado. Entonces, de repente, les pegué un par de virajes y el chaval no sabía dónde meterse. Se agarró a Perico y el otro partiéndose de risa, dándole besitos en la mano y disfrutando como un enano.
¿Perico estaba ya curado de espantos?
A Perico, la primera vez que lo llevé en helicóptero, lo llevé de Valladolid a Salamanca. Iba con dos o tres más y no paraba de decir que parecía que estábamos en ‘Apocalypse Now’. Entonces vemos un puente de muchos ojos, pero muy pequeño y a Perico le cambió el tono. Me dijo: ‘¿Tú crees que cabemos por debajo?’. Yo, que le veía la cara de susto, le respondí: ‘No sé, lo voy a intentar’.
Se hizo un silencio sepulcral y yo, claro, cuando estábamos cerca del puente, subí, lo pasé por encima, y volví a bajar. Me dijeron de todo. Perico me quería matar.
¿Y no tuvo ningún susto gordo en todos esos años haciendo la Vuelta?
Alguno que otro. Tuve un accidente al principio con la Cadena SER. Iba muy justo de combustible y aterricé en un hotel. El helicóptero que llevaba era de los que tenían ruedas, muy antiguo. Nada más aterrizar pedí a los ciclistas -uno de ellos era Anselmo Fuerte- que se bajaran para dejar aterrizar a otros helicópteros.
Yo me bajé para ayudar a un ciclista que estaba herido, William Palacios. Se había dado una leche y tenía todo en carne viva. Le acompañé para que no se metiera en el rotor de cola porque estaban las palas funcionando. Cuando ya estaba caminando vi que alguno había tocado la palanca del freno y que las ruedas se iban a liberar así que les dije que corrieran. El helicóptero empezó a rodar, ellos se tiraron al suelo, y el aparato se estrelló contra una tapia. Me quería morir.
Cambiemos de tercio y volvamos a los orígenes. Llevas 43 años pilotando…
Sí, toda una vida. Yo empecé con el helicóptero de palas de madera. Eran helicópteros pequeñines. Y todo lo que hay ahora mismo en la industria del helicóptero lo hemos ido creando los de mi generación. Todo empezó con la gente de mi edad y se ha desarrollado hasta lo que es ahora.
¿Y qué es con lo que más te has divertido en todo este tiempo?
Lo que más me divierte ahora mismo, indudablemente, son los incendios forestales. Salir a un incendio y ver que ya tienes conocimientos, porque todas las actividades de los helicópteros parecen peligrosas, pero no lo son. Lo único que necesitan es de experiencia. Experiencia práctica y buenos profesores, que es lo que somos ahora nosotros: buenos profesores. Hace 30 años tenías que ir poco menos que a improvisar. Estabas empezando tú con esa manera de apagar incendios.
Suena extraño lo de disfrutar en una situación de tanto estrés.
Cuando voy a un incendio forestal no me entero del paso del tiempo. No podemos volar más de dos horas y yo me entero de que llegan las dos horas porque el combustible me ha bajado y tengo que ir a repostar. Si no, no me enteraría.
Es un trabajo en equipo muy bonito, ves cómo evoluciona la gente de tierra, les apoyas, les ayudas. Y ahora, además, puedes colaborar tirando el agua desde el aire en las llamas, que tiene su técnica. No te puedes meter en todos los focos de incendios.
¿Cómo recuerdas tu primer incendio?
Perfectamente. Fue en el puerto del Pico, con el Icona. Hace 40 años. Llevábamos un tipo de helicóptero que era muy antiguo. Entonces no existían los bambis (las bolsas que se pueden cargar hasta con 1.000 litros de agua) para tirar agua. Nosotros lo único que hacíamos era transportar a las cuadrillas de personas.
Yo no me podía estar quieto así que empecé a coger a gente de otras brigadas y a llevarlas también. Además, daba vueltas alrededor del incendio para informar de su evolución a los de tierra. Les decía por dónde se complicaba o por dónde podían usar un río o una carretera como cortafuegos. Desde arriba se coordina mejor que desde abajo, que antes tenían que hacerlo por intuición.
¿Cómo describirías la sensación de escuchar la sirena que te llama para ir a apagar un incendio?
La sensación cuando sonaba la sirena (ahora te localizan directamente en el móvil) era y sigue siendo de incertidumbre. Te dan una información, pero es muy vaga, muy relativa. Y tú no sabes lo que va a haber. En lo único que piensas es en ir corriendo a ver qué hay porque cuanto antes lleguemos, antes lo apagamos.
¿Y cuándo llegas?
Cuando estás llegando tu cuerpo te pide actuación. Aparece la adrenalina y empiezas a pensar si arrancarías por aquí o por allí, aunque lo primero que hay que hacer al llegar es informar de la gravedad, de qué tipo de incendio es, si hay casas cerca o no, si hay carreteras… y dar las coordenadas exactas.
Tiene que ser agotador…
Cada dos horas de vuelo descansamos 40 minutos. Ahí te hidratas bien, te relajas y te preparas para seguir. Cuando llega la noche estás reventado de volar todo el día, pero es un cansancio muy gratificante.
También has sido piloto de rescates. ¿Alguno te marcó especialmente?
Muchos. Cada uno tiene su historia. En rescates aprendes mucho de la vida porque ves de todo. Ves gente que hace burradas, pero también a otros que, por mala suerte, acaban muy mal o incluso muertos. Al principio siempre llamaba al día siguiente al hospital, pero dejé de hacerlo. Me dijeron los más veteranos que ni se me ocurriera. Muchas veces te llevas un golpe duro porque el rescatado ha fallecido.
También hay momentos gratificantes. Una vez estaba en Navarra con un helicóptero de rescates y me llamaron para ir a rescatar a unas niñas. Había una chica que estaba destrozada, se había caído por un cortado de cuatro metros. La llevamos al hospital y terminó poniéndose bien. Al cabo de un tiempo, en un control que estábamos haciendo, me vino un señor y me dio un abrazo. Me dijo que era el padre de aquella niña y me dio las gracias. A mí se me encogía el alma.
Los rescates también tienen su miga y su riesgo.
En un rescate hay que saber medir bien. Vas a buscar a una persona, pero tú vas en el helicóptero y llevas a más. Y si te matas, no les rescatas. En un incendio me dijeron una vez: ‘Los árboles se plantan y crecen, las vidas humanas no se plantan y no vuelven’. Siempre hay que poner ciertos límites.