La doctora Ana Molina lo dejó claro hace unos días en un programa de televisión: "ni un solo dermatólogo tiene ni usa esponja cuando se ducha". Molina forma parte del numeroso grupo de profesionales médicos que desaconsejan el uso de esponjas. De hecho, 9 de cada 10 las rechazan. ¿Por qué? Vamos a explicártelo.
Cuando se piensa en un entorno sucio, con multitud de gérmenes, pensamos de inmediato en el baño. Es, con mucho, el sitio donde, por razones obvias, hay más contaminación y tráfico de patógenos. Siempre pensamos en inodoros y tuberías, pero no pensamos en la esponja de baño.
Las esponjas de baño son, de hecho, un elemento imprescindible de la higiene personal. Sin embargo, un estudio publicado en Journal of Clinical Microbiology revela que son un caldo de cultivo importante porque recogen y extienden todas las bacterias del cuerpo.
La situación empeora si, después de la higiene, la dejamos en el entorno húmedo de la ducha. El agua caliente y, especialmente, el agua que se queda en la esponja representa el ecosistema propicio para la proliferación de todo tipo de gérmenes, que van añadiéndose en cada ducha. Los Staphylococcus, por ejemplo, las bacterias causantes de forúnculos o impétigos, van adueñándose de ella.
Por esta razón, jamás hay que utilizar la esponja sobre heridas o poros abiertos. En esos casos, la infección puede llegar a ser muy grave.
La recomendación de los dermatólogos es ducharse con un jabón suave pasando la mano por todo el cuerpo, insistiendo en las zonas donde se acumula más impurezas y sudor: axilas, inglés y genitales. En esta última zona, únicamente con agua caliente.
En principio, la higiene perfecta no necesita más. Sin embargo, si eres de los que necesitas usar la esponja para sentir una buena limpieza, puedes hacerlo siguiendo algunas pautas.
Si decides seguir usando esponja, hay que cambiarla cada dos meses como máximo y estar muy atento a cualquier cambio que experimente. Si se oscurece, cambia de color o, directamente, ves que tiene moho, hay que desecharla inmediatamente.
El enemigo de la esponja es la humedad, así que hay que lograr que se seque poniéndola en una zona aireada, idealmente al sol, el mejor desinfectante natural.
Para los que quieran asegurarse que acaban con los gérmenes, se les puede aplicar una solución de lejía. Pero esto solo es posible en las esponjas naturales. Las de plástico se estropearían. En este caso, además, también habría que aclararlas muy bien, ya que cualquier residuo de lejía puede irritar la piel.