Las canas están de moda. Igual que las arrugas, ya no se esconden. Es verdad que el culto a la juventud sigue reinando, pero cada vez son más las personas que deciden mostrar el paso del tiempo tal cual, sin reparos ni artificios, especialmente las mujeres, a las que socialmente siempre se les ha castigado más el envejecer. Una revolución que no solo lideran actrices o cantantes, también la propia realeza se ha plantado ante los cánones de belleza que, supuestamente, hay que seguir.
La actriz Andie MacDowell contaba hace unas semanas que se había “cansado de querer parecer joven. Me hace gracia cuando alguien me dice que el pelo me hace parecer mayor. ¿Cuántos años crees que tengo? Voy a cumplir 65”. Desde hace años, la actriz se ha dejado de teñir, dando como resultado mechones grises y blancos que se pierden en su negro capilar.
“Cuando me empezaron a crecer la canas durante el covid me di cuenta de que me quedaba bien. Algo pasa en nuestros cerebros cuando vemos a una mujer con el pelo gris, es cierto, eso ocurre, pero a mí no me importa. Quiero ser vieja. No quiero ser joven, ya he sido joven. Ser una persona mayor que intenta ser joven es un gran esfuerzo”, reflexiona la actriz.
En España el movimiento de las canas y las arrugas, al menos en mujeres, aún es tímido. De las últimas en sumarse ha sido Petra Martínez, actriz de ‘La que se avecina’, que a partir del confinamiento dejó su pelo blanco. Pero sin duda alguna, la pionera en España ha sido Ángela Molina. La actriz nunca ha escondido sus canas, ni siquiera cuando aparecieron las primeras, tampoco las arrugas. Es, además, un icono por su larga melena gris, poco común entre las mujeres a partir de los 60 años, en los que es más común el pelo corto.
Entre ellas también está la realeza, en concreto, Carolina de Mónaco. La princesa del Principado lleva tiempo mostrándose tal cual, sin artificios. Un aspecto que ha destacado Boris Izaguirre en su última columna en El País, a la que llama “valiente”. “Es lo que pienso al verla asumir el paso del tiempo sin recurrir a intervenciones estéticas severas”, escribe Izaguirre.
“Carolina de Mónaco ha crecido frente al escrutinio público. Ha vivido pocos días de su vida sin ser observada. Pese -o quizás- a todo eso ha decidido no recurrir a la cirugía plástica para enfrentar la vejez. Y así la vemos, al lado de su hija Carlota, sin teñirse el pelo, la piel cansada, párpados caídos. Pero con una determinación que algunos ven desafiante”, expone el periodista.
“La madurez de Carolina Grimaldi se abre a una inesperada forma de entender el hacerse mayor, con una renuncia que sorprende en estos tiempos tan perfilados por lo artificial”, sentencia Boris Izaguirre.