De mujer menuda, casi esquelética, al olimpo de las top models de los noventa. De los suburbios al lujo. De la cancelación al número uno en portadas de revista protagonizadas. De la cultura alternativa a encanar el exclusivo espíritu de Dior. De la embriaguez al bienestar vegano. De las noches canallas con Pete Doherty a la exquisitez del conde Nikolai von Bismarck. La biografía de Kate Moss se convierte en un tótum revolútum en el que los hechos se agitan sin orden, pero con la sensación de que tantas veces cae como tantas renace. Este 16 de enero cumple 50 años y sigue siendo el rostro de toda una generación.
Fue descubierta en la adolescencia. A pesar de su corta estatura, irradiaba encanto y es una cualidad que mantiene intacta. La joven fotógrafa Corinne Day acudió a la agencia Storm de Londres en busca de un rostro diferente. En el cajón de los "por si acaso" dio con la imagen de una adolescente de ojos separados y pómulos marcados. Era Kate Moss, casi una niña de 16 años y 1,70 de altura. Delgaducha, ciudadana de clase media de un suburbio de Londres, hija de un agente de viajes y una camarera… Una vida tan ordinaria que nadie habría imaginado lo que estaba a punto de suceder.
Dos años antes, en la terminal del aeropuerto JFK de Nueva York, llamó la atención de Sarah Doukas, fundadora de la agencia de modelos Storm. "La vi e inmediatamente supe que había encontrado oro", declaró más tarde. No obstante, Kate tuvo que esperar en ese cajón de lo insignificante en una época en la que despegaban estrellas rutilantes como Cindy Crawford, Naomi Campbell, Claudia Schiffer, Christy Turlington y Linda Evangelista. Todas curvilíneas, icónicas, altísimas, deslumbrantes… Ejercieron un dominio absoluto en la moda y la imagen de Kate era la antítesis.
Corinne, que sabía lo que era quedarse fuera de la escena por no ajustarse a estos estándares, quedó deslumbrada por la hermosura diferente de Kate. Era pequeña, pero paradójicamente poderosa. Al mismo tiempo pensó en esa cultura underground emergente en algunos barrios londinenses y también en la revista musical The Face, que en ese tiempo necesitaba reconectar con esa nueva generación. Kate era la imagen ideal que haría de engranaje necesario. Y así fue. Corinne capturó la inocencia y la gracia de su modelo con una autenticidad que hoy se considerarían pornografía infantil.ll
Su consolidación llegó con la campaña de Calvin Klein, en 1992. Sus piernas arqueadas, los dientes torcidos y su imperfección rompían con cualquier estándar de belleza, pero su fotogenia era increíble. La fotógrafa, Sylvie Lécallier, fue la responsable de aquella serie tomada en el Palacio Galliera. La modelo, de 18 años, y el actor rapero Mark Wahlberg, se quitaron la camiseta para promocionar la ropa interior. Tres décadas después, Kate declaró que se sintió "cosificada" y al mismo tiempo "vulnerable y asustada".
Pero no fue este el inicio o motivo de sus años salvajes. A los 15 llegó a beberse una botella de whisky y a fumar hasta 100 cigarrillos diarios. Y fue a peor. "De una sola vez, podía aspirar tres gramos de cocaína y beberse una botella entera de vodka", escribió Maureen Callahan en una biografía no autorizada.
Sus desfiles empezaron a ser los más alucinantes y sus eventos los más esperados para los profesionales en busca de emociones fuertes. En septiembre de 2000, el desfile Voss diluyó la frontera entre desfile y performance. Kate abrió el baile encerrada en un jaula de cristal inspirada en un manicomio victoriano. Aparecía con la cara vendada con una gasa y el cuerpo envuelto en seda. Lo peor es que era una auténtica musa para la moda, pero también para toda la camarilla adicta y esnob del londinense Primrose Hill de la que formaban parte Annabelle Rothschild y Bella Freud. Su lema era "Pasarlo en grande con la bebida, las drogas y los saltos de cama".
Al inicio del milenio, Kate seguía desfilando para Calvin Klein, para John Galliano en Dior (el primero que la llevó a una pasarela cuando tenía 17 años), Marc Jacobs y un joven Nicolas Ghesquière, que causaba revuelo en Balenciaga. Aparte de hermosa, tenía el don de hacer propia cada historia del creador. Pero no tardó en cansarse.
En febrero de 2001, Kate anunció su retirada de las pasarelas y reveló sus motivos a la revista Time Out: " Odio este trabajo. No quiero volver a tener que decir nunca más que era modelo. En la moda, el exceso no tiene ningún propósito creativo, diga lo que diga la gente. Es una cuestión de fuga (…) Era la única manera de salir noche tras noche y tener todas esas cenas aburridas. Nunca tenemos derecho a estar cansados". Fue el inicio de una relación ambigua, de idas y venidas, con la moda, pero sin rechazar sus lucrativos contratos publicitarios, sobre todo con Chanel.
Con 29 años, y en medio de una ola de críticas desde las ligas antitabaco, da a luz a su hija Lila Grace, cuyo padre, Jefferson Hack, actúa más de asistente. Lejos de moderar sus excesos, celebra su trigésimo aniversario a modo de orgía con el título 'Los felices y los condenados', en referencia a la novela de Francis Scott Fitzgerald, el escritor de la generación perdida a quien conoció durante su relación con Johnny Depp (entre 1994 y 1997). La fiesta terminó en una suite de Claridge’s, con "champán, humo y sexo grupal".
Su vida se resumía en lujo, vodka y cocaína. Sin embargo, mantenía la cabeza cuando se trataba de inversiones financieras. Compró una granja, muy apreciada por las revistas de decoración, y montó algunos negocios, convirtiéndose en una de las personas más ricas de Inglaterra.
Durante décadas, la modelo fue una brisa de aire fresco en un país estancado en la tradición, el IRA y la pobreza de algunos suburbios. Los jóvenes deseaban una primavera renovada rebosante de energía y confianza. Además de Kate, descollaba toda una generación de diseñadores, arquitectos, cineastas, músicos o escritores como J.K. Rowling, que publicó la primera entrega de la saga Harry Potter. El mismo Tony Blair, que era guitarrista de rock, mostró debilidad por esta nueva generación de estrellas.
A Kate no le ayudó su gusto por los chicos malotes. Con Johnny Depp formó durante tres años la pareja más sexy y más enganchada a las drogas, según Callahan. "El apetito de ambos por el alcohol, las drogas, los cigarrillos y el sexo era voraz", señala en su libro. El romance ocupó las portadas de todo el mundo. Demacrados, drogados y aparentando despreciar la fama. En esos años el barniz grunge se resquebraja. River Phoenix muere en la puerta del Viper Room de Los Ángeles, Kurt Cobain se pega un tiro en la cabeza. Para colmo, Depp acabó rompiéndole el corazón.
Con Pete Doherty, poeta, compositor, pintor y actor, formó otra desquiciante pareja. Se conocieron en 2005, cuando la modelo acababa de romper con el padre de su hija. Dijeron de él que fue el culpable de que Kate descendiera hasta el fondo de los infiernos, pero, a pesar de su fama de juerguista empedernido, era evidente que no necesitaba cicerone para entregarse a la cocaína, el whisky, el vodka o la cerveza.
Su último amor es el conde Nilolai von Bismarck, de 37 años, tataranieto del canciller alemán Otto von Bismarck. Con un historial de ingresos por intoxicación, puede decirse que su linaje no le priva de ese signo de fatalidad que persigue Kate.
Hace solo unos meses, se divulgaron unas imágenes con titulares que destacaban el aspecto envejecido de la modelo, con los dientes grisáceos, el rostro apagado y arrugas alrededor de la boca que recordaban el hábito del tabaco. "Kate Moss, irreconocible", "Kate Moss, desmejorada" repitieron los medios. Ella, sin embargo, en alguna entrevista ha advertido que el envejecimiento no le quita el sueño, que recibe la madurez como un camino vital necesario.
Y todo parece indiciar que lo hará siguiendo la gracia de la incorrección y lo que le dicte su alma libre. Tan inestable que hasta tiembla la promesa hecha a sí misma de cuidarse, practicar yoga, desprenderse de sus malas costumbres y ser la mejor embajadora de su propia marca de bienestar, Cosmoss.