Ángela tiene 70 años, dos hijos, seis nietos y una espléndida cabellera de un maravilloso tono blanco. De ella emana una personalidad arrolladora y cálida. Ángela es una de esas personas que transmite independencia, buen rollo y alegría de vivir. Y, en buena parte, esa serenidad viene de la propia aceptación de su edad, sus arrugas, su momento vital y su pelo blanco. Blanco, pero no descuidado. Ella representa ‘el cielo de las canas’. Vamos a contarte cómo vive su paraíso capilar.
“Empecé a pensar en no teñirme cuando vi lo perjudicial que eran las sustancias químicas de los tintes para el pelo y el cuero cabelludo. Siempre he estado muy atenta a las tendencias, tanto en la moda, como en la cultura… Además, mi hija siempre me tiene al tanto de lo que le parece más interesante. Empecé a tener algún problema de alergias y lo achaqué a los tintes. Por otra parte, nunca me ha gustado ir a la peluquería, pero como no soy mañosa, me gusta arreglarme y tengo mucha vida social, tengo que ir más de lo que me apetece porque soy muy coqueta. Pero teñirme siempre lo he vivido como una obligación”.
Las obligaciones no parecen estar hechas para Ángela, una mujer de decisiones rápidas. “De pronto, de un día para otro, decidí que iba a dejar de teñirme. Fui a mi peluquería y cuando Isa, mi estilista, me preguntó si ponía el mismo color, le respondí que iba a dejarme el pelo blanco. Se sorprendió, pero me ayudó con toda su experiencia. Lo primero que hizo fue cortarme el pelo para que no se notara tanto la diferencia entre las raíces y el resto. Me hizo un corte muy mono, que me favorecía mucho. Además, mi madre y mi hermana ya se habían dejado el pelo canoso y les quedaba muy bien”, explica. A favor de Ángela han contado sus inmensos ojos azules, una piel jugosa y un maquillaje discreto pero eficaz que, pese al pelo blanco, le hace parecer más joven.
En general, las mujeres no nos animamos a tener el pelo blanco por los largos meses de transición con una melena canosa en la raíz, teñida en los medios y decolorada en las puntas. El tiempo de abstinencia de teñido representa lo peor de la belleza capilar. Al menos en los cánones habituales. No fue el caso de Ángela. Si normalmente se tarde un año en tener una melena canosa decente, ella lo hizo en un verano. “Aproveché los tres meses de vacaciones. Entonces teníamos una casa en Ibiza; allí era más anónima, tenía menos vida social y pasábamos muchas horas en barco. Aunque siempre me he cuidado, no me costó nada estar menos pendiente de mi melena. Entre el corte de pelo y el tiempo de vacaciones, en septiembre volví con la cabeza prácticamente blanca. A mi vuelta, la gente me decía que me quedaba bien y yo, la verdad, me sentía muy bien. El pelo blanco también necesita cuidados, buenos champús, cortes de pelo bonitos… Sigo yendo a la peluquería, claro. No hay que descuidarlo”.
“Abuela guay” no es una simple expresión, es el apodo de Ángela en el whatsapp de uno de sus nietos. Con ellos va a irse este verano a Los Ángeles. En septiembre, viajará con las amigas a Egipto. Todos los años hace un par de viajes de larga distancia con su círculo más íntimo. Además, juega habitualmente al golf, hasta hace poco al tenis y en su casa de Pirineos anda unos 10 kilómetros diarios. Se cuida. Es disciplinada con los tratamientos de belleza, que en su mayoría se aplica en su propia casa. Si el envejecimiento activo no existiera, Ángela lo habría inventado. ¿Qué papel cumplen las canas en todo esto? “Siempre he sido así, activa, sociable… Lo cierto es que mi pelo me ayuda a sentirme bien conmigo misma. No sabría qué aconsejar a alguien que duda entre dejarse el pelo blanco o no. Cada mujer es un mundo. A mí me ha ayudado a verme y sentirme bien”. Ya lo decíamos al principio: Ángela representa el cielo de las canas.