Me horroriza tener canas. Lo digo así, como si fuera de Alcohólicos Anónimos, porque sé que al otro lado hay gente que me comprende. Algunas marcas intentan convencernos de lo hermosa que es una cabellera nívea como las cumbres del Himalaya. No digo que no, simplemente que ese cáliz no es para mí. Babeo cuando en Instagram veo a señoras imponentes con melenas blancas nucleares, pero yo, en cuanto tengo un pelo gris, me siento vieja y fea. No es que me vea así, es que me siento así.
Todo empezó allá por mis treinta y muchos, una edad en la que se es demasiado joven tanto para morir como para tener canas. Entraba yo en casa cuando el espejo del ascensor, ese que nunca logramos domesticar, me devolvió una imagen desoladora: un ramito, no de violetas, sino de relucientes canas justo encima de la frente. Algún disgusto me habían dado ese día y lo que yo pensaba que era flema británica se convirtió en pelo descolorido. Desde entonces, ha sido un no parar. Y lo siento, no consigo asumirlo. Solo quiero borrar las canas de la faz de mi cabeza. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Con cuánto dinero? Voy a contarlo todo.
Como todas las decisiones trascendentales, no es lo mismo pensarlo de joven que añosa. En la edad de las primeras canas vale todo con tal de fingir que no existen. Cuanto más fuerte el producto, mejor. Es la orgía del tinte con amoniaco, de los colores-casco que cubren hasta las ideas, del volverte morena zaína aunque no lo seas, del agua negra corriendo por la ducha… Todo vale con tal de ganarle la batalla al pelo gris o pelo blanco. Porque esa es otra: canas blancas, pocas; grises, color ratón triste, todas.
Con los años, la salud capilar empieza a reclamar su espacio. Ya no apañamos el pelo de cualquier manera. Para que esté bonito, necesita sentirse mimado. Hay que cuidarlo como merece; para ello me bebí (no literalmente, aunque también) todos los papers sobre salud y cuidados capilares. Y después de leer, beber y superar resacas de 'bar colours', solo había una solución posible: baño de color, el evocador y sinestésico término con el que las peluquerías definen los tintes vegetales.
Ahí empiezas a vislumbrar al abismo. El baño de color es caprichoso, puede que cubra la cana, puede que no, cubre menos… En resumen, la etapa del baño de color, aunque bella, es efímera. Al final, la cana tira al monte y solo la química consigue dominarla. El amoniaco volvió a mi vida.
No he hablado de la henna porque no he pasado por esa etapa. Me es simpática, da unos colores preciosos, pero cuando se va decolorando (es lo que tiene la ducha diaria) el pelo luce un incomprensible degradado desde la raíz. Además, la henna es al pelo lo que la Caída del Imperio Romano a Occidente: un cisma, un antes y un después. Y no lo digo por no callar. Si después de una henna volvemos al amoniaco, la melena se chamusca. Esta es una de las grandes verdades capilares que casi ningún peluquero quiere reconocer (excepto el que me lo contó después de sufrirlo en sus propios pelos).
¿Cuál es mi umbral de cana? Bajísimo. Esto quiere decir que a los diez días de darme el tinte ya empiezo a revisar las raíces. A duras penas consigo eliminar el impulso de acabar con la cana-baby. Me frenan la salud capilar y las machaconas campañas de pez-queñines, no gracias. A los 15 días ya no me conozco: el espíritu de Vidal Sasoon me posee y me insta a que ponga orden en esa escala de colores. Y entonces lo hago: compro y me doy cualquier cosa que prometa acabar con mi pesadilla. Otras veces voy a la peluquería y me dejo hacer y me dejo también mis buenos dineros, pero esa es otra historia, la que viene dentro de un par de párrafos.
El límite está en las cuatro semanas. Si superas el mes de cana sin cubrir, ya entras en otra dimensión: la de señora descuidada, para mí, la peor categoría estética. A los 28 días aproximados y con el pelo gris en todo su ceniciento esplendor hay que ponerse en manos profesionales.
Las cosas como son: la peluquería es el mejor sitio para obtener un color bonito. Con o sin canas. Un buen establecimiento no solo va a dar con el tono adecuado, sino que también va a saber qué le falta, qué tratamiento le va mejor, qué tipo de corte y hasta qué tipo de secado necesita nuestra melena. Todo esto ocurre en las buenas peluquerías. En las ‘normales’ (y que cada uno defina su normalidad) van a resolver rápido con mayor o menor éxito, pero una cosa es segura: entraremos como el barón Ashler (si eres upper, sabes quién es) y saldremos con el color de la juventud. Al menos capilar.
También me tiño en casa. Hacia el día 15 del ciclo del teñido, me hago el retoque de raíz y, señores, no tengo producto fijo. Cambio de marca y hasta de tono, jugándomelo todo en las cartas de color de las grandes marcas. Detrás del ‘castaño miel radiante’ o del ‘avellana con sombras de sol’ hay conceptos sutiles que mi pelo no siempre comprende. Pero, qué demonios, una no dedica su vida a erradicar las canas para aburrirse.
Incluso en su versión low cost (tinte de marca reguleras aplicado en casa), el color capilar es uno de los negocios más rentables para las peluquerías y las grandes casas cosméticas. Crear un color es muy barato, ya que se compone en su mayoría de materias primas sintéticas. El tinte más económico de marca blanca deja sus buenos beneficios, y en la peluquería, más, porque los proveedores suelen ofrecer un dos por uno: un tubo de color gratis por cada unidad comprada. Este es otro secreto revelado en mi larga vida como probadora de pelus.
En mi caso, me gasto una pasta. Aunque me retoco en casa, voy a alguna peluquería maja, de esas que hacen maravillas y tienen la manía de cobrarlo todo. He llegado a pagar más de 200 euros en busca del color perdido. También pico en todos los anzuelos con forma de tratamiento anti-canas, desde rimmels o sprays disimuladores a carísimas ‘infusiones’ de color. Lo último: un suero de una súper marca que promete acabar con el proceso de la decoloración desde la raíz del cabello. De dentro a afuera. Como la belleza está en interior pensé yo que iba a salirme el pelazo de mi infancia. Error. Comprobarlo ha costado 60 euros. No aprendo. Voy a probar algún tutorial de Youtube con recetas de café. Insisten en que sea orgánico y no me parece mala idea. Si la cana persiste, al menos me habré hecho con un buen café.