Nuestras frutas invernales preferidas son las naranjas y las mandarinas, cuya temporada en España empieza a principios de noviembre y termina a finales de junio, aunque la mejor época de las segundas concluye en marzo. Lo habitual es comprarlas a granel o por kilos en una bolsa de red que siempre es de color rojo. En Uppers hemos querido saber por qué naranjas y mandarinas se venden en una malla roja y no en otro envase.
Por un lado, el uso de sacos de malla para envasar muchos productos hortofrutícolas como cebollas, patatas o frutos secos además de los cítricos se debe a su condición de transpirable lo que permite que cada unidad se mantenga ventilada y en perfectas condiciones. Lo primordial es que evita que se produzca condensación, una reacción que perjudica la calidad de este tipo de alimentos y acorta su durabilidad. Además, las naranjas, los ajos o las cebollas ya disponen de una piel lo suficientemente dura y protectora. El uso de la malla posibilita su manipulación, logística y venta sobre todo cuando no se puede comercializar a granel. Además, la malla no añade peso porque es extremadamente ligera, es resistente e incluso si en casa se abre con cuidado puede reutilizarse.
Por otro lado, está el color concreto de las mallas que agrupan naranjas y mandarinas, pero no los limones o verduras como las judías verdes o los calabacines. Este color al que se hace referencia es el rojo y no se ha elegido al azar, sino que tiene un propósito detrás. Es decir, la elección de las mallas rojas para comercializar naranjas y mandarinas responde a una estrategia de marketing. Esta estrategia aprovecha lo que percibe el cerebro cuando se mezclan colores y formas, es decir, consiste en utilizar una ilusión óptica.
El color rojo de los hilos que forman la malla intensifica el color naranja y la forma redondeada de la fruta haciéndola más brillante y apetecible, de modo que el consumidor se siente tentado a comprar ese gran saco de fruta. Si en cambio esa malla fuera de color amarillo, verde o azul el contraste con el naranja de la piel no llamaría tanto la atención tal como percibe las formas y los colores el cerebro.
Por ejemplo, los limones habitualmente se envasan en mallas verdes con el fin de resaltar el amarillo de su corteza. En el caso de que se utilizaran esas mallas rojas el cerebro creería que se trata de naranjas por el efecto óptico de la combinación entre el amarillo y el rojo. Ya cuando el consumidor se acercara y cogiera la bolsa se daría cuenta de su error de percepción.
Este efecto entre los colores induce al cerebro a organizar la información en función de la luminancia percibida del objeto, el nivel de iluminación o el flujo luminoso que incide sobre una superficie. Así, en base a ilusiones ópticas se perciben los colores de las cosas y de los colores adyacentes o las otras cosas que están junto a ellas. Además, “la ilusión óptica hace que percibamos más luminosidad en los tonos cuando están más cerca de colores blancos que de negros”. De este modo, se engaña al cerebro que cree que el objeto es de un pigmento con una tonalidad diferente a la real.