Hay ciertos alimentos mucho más delicados que otros que necesitan mantener la cadena de frío sobre todo una vez abiertos. Uno de ellos es la leche. Además, de forma incorrecta encajamos el cartón o la botella en una de las baldas de la puerta de la nevera ya que parece que precisamente está diseñada para ello. En Uppers te vamos a explicar por qué no debes guardar la leche en la puerta de la nevera.
En casa tenemos la obligación de almacenar correctamente la comida. Es la única manera de que cada alimento se mantenga en perfecto estado y de que se conserven sus principales características y sus valores nutricionales. Aquí entra en juego, dejando a un lado la alimentación seca (legumbres, pasta, arroz, conservas…), la temperatura de refrigeración que requiere cada producto mientras permanece cerrado y ya cuando se abre. Es el caso de la leche, la mantequilla, los yogures o los quesos. En esa conservación adecuada, donde es imprescindible conservar en frío, también es un requisito mantener la nevera en óptimas condiciones de limpieza. Esto implica revisar que no haya residuos de alimentos, manchas o suciedad en sus baldas, en los cajones y en la puerta incluyendo todos los accesorios de almacenaje que incorpora.
En general, los productos lácteos se deben conservar en el refrigerador a una temperatura de entre 2ºC y 5ºC y estar pendiente de sus fechas de caducidad o de consumo preferente como en el caso de los yogures. Por su parte, la leche, si no está abierta, no exige frío, pero sí un lugar fresco y seco lejos de una exposición solar directa. Ya abierta la botella o el cartón, es necesario meterla dentro de la nevera. En caso contrario, la leche empieza a desarrollar microorganismos que repercuten en el sabor, el olor y el aspecto hasta que se convierte en un alimento perjudicial para la salud.
Tanto la leche, como los yogures, la mantequilla, los quesos u otros productos lácteos no se llevan bien con los cambios de temperatura si se pretende que mantengan todas sus propiedades organolépticas. De ahí la estabilidad que necesitan a la hora de conservarlos.
Ahora bien, antes de definir dónde se deben almacenar los lácteos conviene conocer cómo se reparte el frío dentro del refrigerador y los distintos ambientes que se generan.
El punto de partida es que lo aconsejable es programar el habitáculo a una temperatura de 4ºC (a -18ºC el congelador) y tener presente que los grados suben si la nevera está muy llena y bajan cuando se empieza a vaciar.
El estante inferior, y que debajo tiene cajones, es la zona más fría, de modo que es la indicada para colocar los alimentos más perecederos como las carnes o los pescados crudos y los alimentos en proceso de descongelación. Muchos refrigeradores cuentan con unos cajones cerrados encima de los destinados a la fruta para todos estos productos citados.
Por su parte, en esos cajones para la fruta y la verdura, siempre en la zona más baja, se mantiene la temperatura menos fría. No obstante, la puerta es el área menos fría de todas ya que está sometida a cambios bruscos por el hecho de abrirla y cerrarla. De esta forma, la puerta debe destinarse a todos los alimentos que no necesitan tanto frío ni una estabilidad permanente como es el caso de las bebidas o las salsas que no son caseras (kétchup o mostaza). Así, este lugar no sería el indicado para guardar la leche, por mucho que haya un estante que parece diseñado para ella exprofeso.
Los estantes superiores y los centrales se consideran una zona fría y aquí se deben disponer todos aquellos alimentos que se deben conservar en frío una vez se han abierto y hasta ese momento han permanecido en la despensa. Por ejemplo, un envase de tomate frito, los platos ya cocinados, los que están listos para el consumo, las sobras, los huevos, los embutidos y por último los lácteos como los yogures, la mantequilla o el queso. Por tanto, en esta zona es donde se debe dejar la leche una vez abierta, aunque la costumbre sea colocarla en la puerta. Otra cosa es la leche fresca que necesita permanecer siempre en frío, tal como se compra en el supermercado.