Nos encanta, para qué engañarnos. Una copita de un buen vino de vez en cuando es un placer indescriptible. Más aún si se acompaña de un buen aperitivo, una buena comida o la compañía perfecta. Pero siempre tienes a ese amigo listillo que cree que sabe más que nadie porque una vez se hizo un curso de cata de vinos y desde entonces se ha convertido en el sibarita del grupo. Sin embargo, el vino son sensaciones y sabores, y por suerte, las catas de vino están cada vez más al alcance de todos.
Lo que antes era un lujo para unos pocos, ahora se ha abierto al gran público. Muchas bodegas ofrecen cursos de cata. Promocionan sus productos y ya de paso te llevas una pequeña formación con la que detectar en tu paladar nuevas texturas, que hasta entonces no te habías parado a saborear cuando bebías tu vino favorito. ¿Lo mejor? Son experiencias que puedes compartir con tu pareja o tus amigos, comparando los sabores y las sensaciones que cada uno encuentra.
Para disfrutar de la cata verás que vas a utilizar la vista, el oído y el gusto. Tres sentidos que cada vez que te sientas sobre la mesa usas inconscientemente. Una buena cata no solo necesita que tú estés preparado, sino también el lugar en el que se va a realizar. Por tu parte, mejor que no comas mientras dure la cata, tampoco fumes, y es mejor que no te hayas echado perfume para que no interfiera en el olfato. En la sala en la que te encuentres notarás que tiene una muy buena iluminación, con una copa adecuada para cada tipo de vino y totalmente limpia, sin olores extraños. ¿Estás preparado para comenzar tu cata?
Ya te lo advertimos, catar el vino no difiere de cualquier plato que comes. Lo primero es el análisis visual. Igual que lo que no te entra por los ojos no te lo comes, aquí analizas el color o la textura del vino, que rápidamente te orienta sobre qué tipo de caldo vas a saborear. Si ya tienes algo de experiencia, te dará mucha más información, como la edad o el estado de conservación. Increíble, ¿no te parece? Si miras la copa a contraluz detectarás si efectivamente el líquido es transparente, sin ningún elemento que flote, por lo que te encuentras ante un vino limpio.
Ahora te va a tocar sacar un sentido que en ocasiones pasa muy desapercibido en nuestro día a día pero que es una gran fuente de información: el olfato. Antes de probarlo, hay que olerlo. El aroma de cada vino es único, primero olfateas la copa con el caldo en reposo para conseguir la primera impresión y, a continuación, mueves delicadamente la copa y, ¡sorpresa, nuevos olores y matices! Una cata de vino no deja de ser subjetiva, puede que el olor de un vino te encante, pero a tu acompañante precisamente esa copa no le ha hecho ni pizca de gracia.
Y llegamos a la última y más ansiada parte, degustar el vino que ya has analizado. Es el momento de poner a prueba tus papilas gustativas. En una simple cata vas a notar muchos sabores desde que entra en contacto con tu boca hasta que lo tragas. La primera percepción puede cambiar totalmente en apenas unos segundos debido a que las papilas gustativas que aprecian los sabores están repartidas por toda la lengua, haciendo un viaje mágico lleno de sensaciones. Verás como dependiendo del tipo de vino, en tu boca durará el sabor un tiempo u otro, pequeños detalles que irás descubriendo con la experiencia.
Ahora ya puedes dar tu veredicto sobre ese vino que has catado. Ha sido una experiencia única que seguro que querrás repetir. Con una simple cata ya sabes detectar mucha información sobre el vino y, cuanto más vayas haciendo, mejor los podrás valorar. Al final lo que era simple curiosidad, te terminará convirtiendo en todo un experto, tus amigos ya bromean con darte el título oficial de enólogo.