El boom de la sofisticación de la cerveza es un fenómeno al alza. Artesanales, gourmet, IPA… A la tradicional caña del bar ahora le han salido un montón de apellidos y los estantes del supermercado se han llenado de variedades que apetece probar. Pero como milagro científico que es este jarabe de cebada, servirla bien para tomarla en casa también requiere técnica. Más si lo hacemos desde España: ¿sabías que en el era precovid fuimos el segundo país con más consumo del mundo, siguiendo a República Checa? Consumimos más de tres mil millones de litros de cerveza al año -3.328 millones en 2020, según Cerveceros de España-, así que hagámoslo bien. Si no eres de los que tiene su propio barril y grifo en casa, toma nota de estos consejos para servirla fresquita, espumosa y en toda su esencia.
En España, a diferencia de otros países de Europa, la cerveza nos gusta bien fría. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de 'que esté muy fresquita'? Depende en realidad del tipo de cerveza que vayamos a tomar. Una frase que te vendrá bien tener a mano: a mayor graduación e intensidad, mayor temperatura. Esto quiere decir que las cervezas más ligeras, con las que buscamos un buen trago refrescante, tipo lager, son las que invitan a tomarse más frías (entre unos 4 y 8 grados). Y las más intensas pueden requerir incluso doblar la temperatura (entre los 12 o 16 grados). Pero conviene siempre atender a las indicaciones de consumo del propio fabricante.
¿Puedo usar el congelador si la acabo de traer a casa y me apetece tomarla pronto? Mientras lo uses como mero método para enfriar, no hay problema. Pero ojo con que no llegue al punto de congelación. Si esto pasa, la cerveza, literalmente, pierde su química: se disuelve su gas carbónico.
Beber a morro del botellín o de la lata fría está muy bien para salir del paso o disfrutar en un momento concreto de relax, pero no es lo más aconsejable para conseguir el efecto profesional que aquí andamos buscando. Hablemos de vasos, de temperatura y de cómo limpiarlos.
El vaso tulipa es la estrella. El más versátil y que, en mayor medida, encaja con la mayoría de tipos de cerveza. Lo que lo hace idóneo es su forma. Su parte de abajo permite que la cerveza libere su burbuja, y su ligero ensanche por arriba consigue que conserve bien la espuma. Así la cerveza queda protegida y la experiencia, con más abertura para olfatear la cerveza, es más reconfortante. Por lo general, los expertos desaconsejan siempre usar vasos de tubo.
El vaso fresquito, pero no congelado. En momentos de sed extrema apetece ese vaso congelado que sostenga a la cerveza. Si te quieres dar el gusto, permítetelo. Pero lo ideal es que esté esté simplemente frío. ¿Por qué? Porque el hielo que puede quedar en el poso del vaso hace el mismo efecto que si le metieras a la cerveza un cubito: porque al enfriar la cerveza no va a permitir que esta libere el gas carbónico y no dará lugar a la fabricación de la espuma. Por tanto, para que la cerveza no sufra cambios térmicos -tampoco un vaso más caliente, que haría el efecto contrario-, lo ideal es que vaso y bebida vayan de la mano en lo que a temperatura se refiere.
Un truco: antes de tomarla, refrescar el vaso con agua fría. Aprovechamos así para limpiarlo. Si lo quieres secar antes de servir, no lo hagas con ayuda de gamuza ni trapo, deja que se seque en el ambiente y apoyado sobre el culo del vaso, mejor que la zona por la que bebes no repose sobre ninguna superficie.
Prepárate para entrenar el giro de muñeca como si se te fuera el oro olímpico en ello. La inclinación perfecta a la que se debe colocar la botella o en su defecto la lata al servir la cerveza es de 45 grados. Exactamente la mitad de un ángulo recto.
Con esa inclinación volcaremos el líquido dorado en sobre el vaso hasta que lo llenemos en sus tres cuartas partes. Hazlo con el botellín muy cerca del vaso y permitiendo que la cerveza se deslice por las paredes del vaso, que no choque con fuerza. El ritmo también es importante: ni muy rápido ni muy lento. Un fluir constante y orgánico. Una vez lleno en esta medida, toca rematar. Atiende al siguiente paso.
Toca coronar la cerveza con su espuma blanca. Este es el remate final y también el signo de que hemos completado el proceso con éxito. De nuevo interviene la muñeca: ya servidas las tres cuartas partes como mencionábamos en el punto anterior, toca volver a abrazar la verticalidad. En este último tirón, con la botella ya en posición recta, calcula que quede espacio para los dos dedos aproximados de espuma et voilà.