Hay figuras que representan, ellas solas, toda una época. Algo así es Mario Conde, un icono de la España posfranquista en la que corrían a la par la gomina y los millones. Ese periodo bisagra entre los 80 y lo 90, todavía jaloneado por la inercia del poder y la impunidad. La caída de Banesto, que tenía cuando fue intervenido por el Banco de España en 1993, más de 7 millones de clientes, supuso para muchos el fin de una burbuja (vendrían otras) de corrupción y amaños económicos y políticos, pero no supuso en absoluto la caída del carismático Conde, un auténtico titán del discurso castizo y seductor.
En su momento, se dice que Conde llegó a tener un palacete en Madrid, una mansión en Mallorca, una finca en Sevilla un palacio de caza en Toldo y un castillo en Orense. Escándalos (y embargos) de por medio, hoy, Conde se ha quedado al menos con su finca sevillana llamada Los Carrizos, que de momento habita alejado del mundanal ruido.
Como se sabe, Conde fue además una inteligencia precoz, casi un 'enfant terrible' del derecho y las finanzas. Con veinticuatro años (1973) aprobó las oposiciones de abogado del Estado con la mejor nota de la historia de este cuerpo. Cuatro años después, fue nombrado director general adjunto al laboratorio farmacéutico de Juan Abelló Gallo, con quien hizo fortuna y quien a la larga se convertiría en su socio en la aventura de Banesto. En 1983 Conde y Abelló vendieron la a la multinacional Merck Sharp and Dohme por 2700 millones de pesetas e invirtieron en otros laboratorios que, en 1987, vendieron a su vez a la multinacional italiana Montedison por 58.000 millones de pesetas, que fue en su momento la operación económica más importante realizada en España.
Con ese dinero, Juan Abelló y Mario Conde abandonaron el mundo farmacéutico y se dirigieron al ámbito financiero, tomando una importante parte del capital de Banesto. Y el resto es historia de la picaresca económica española: agujeros patrimoniales, malversación, apropiación indebida de fondos. Conde fue acusado y condenado en 2001, pero evitó la cárcel pagando la fianza; y por segunda vez en 2002, cuando finalmente ingresó a Alcalá-Meco.
¿Qué hace Mario Conde hoy en día, tras haber sido íntimo del Rey Juan Carlos I, haber cumplido cuatro años de cárcel (de los 20 a los que fue condenado en 2002), haber sido juzgado nuevamente en 2016, haber escrito un libro, haberse prodigado en platós, haber enviudado, haberse casado nuevamente y haber intentando varias veces incursionar en política con escaso éxito? Hace aceite de oliva.
Así lo consigna un reportaje de El Mundo, que da cuenta de su retiro tranquilo: "Durante el confinamiento en 2020, que pasó en Los Carrizos, donde se dedica a comercializar aceite, conoció a Adriana, que años atrás saltó a las portadas por su supuesto noviazgo con el rey Felipe de Bélgica. Divorciada del empresario Felipe del Cuvillo y madre de tres hijas, es un ser especial pues además de cotizada pintora, ha hecho teatro, participó como cantante en el jazz Corner andaluz, y comparte con Mario su pasión por el campo y una visión espiritual de la vida. Ella junto con sus hijos Alejandra, recién divorciada de Fernando Güell, y Mario, y sus tres nietos, Fernando, Alejandra y Lourdes son hoy su bastión".