Eustaquio, el jardinero fiel del Real Jardín Botánico: "Los bonsáis de Felipe González se mantienen estupendamente"

  • Hablamos con este veterano guardián de más de 5.000 especies que fue amamantado a la sombra de una tabaquera

  • Durante el mes de noviembre se puede disfrutar de una colorida exposición con 300 calabazas escogidas por él del huerto, su obra más personal

  • Conoce y comparte vida y milagros de cada uno de los árboles, algunos especialmente singulares, como Pantalones, un olmo agónico

Eustaquio Bote podría recorrer el Real Jardín Botánico con los ojos cerrados y solo con palpar cada uno de sus árboles y plantas nos podría ir contando qué especie es y el punto exacto en el que se encuentra. Tiene 61 años y es el jardinero más veterano de este paraíso natural con 268 años de historia situado en el corazón de Madrid. Nos atiende con la ilusión de quien ha criado una familia más que numerosa.

Su obra más personal es el huerto del Jardín y, de manera especial, el cultivo de calabazas. Las hay de todos los tamaños, formas y colores, como puede apreciarse en la exposición divulgativa 'Calabazas', que muestra 300 ejemplares seleccionados por él mismo. Se mantendrá durante todo el mes de noviembre en la entrada del invernadero Santiago Castroviejo. "Juntas superarán los 2.000 kilos. Es una planta de carne pulposa con muy poca grasa y baja en azúcares. Según su procedencia, las hay en forma de botella, alargadas, redondas, lisas, rugosas y con una gran variedad de colores", nos explica.

"Mi madre me daba el pecho debajo de una tabaquera"

Nació en la comarca cacereña de La Vega y fue amamantado a la sombra de una tabaquera. "Soy hijo y nieto de agricultores y me crie en el campo. Mi madre me daba el pecho debajo de alguna de las tabaqueras plantadas y mi padre me enseñó lo laboriosa que es la tierra. Me enseñó a cultivar de cero. Cuando aprobé la oposición para obtener la plaza que hoy ocupo, había estudiado, pero, sobre todo, traía del campo extremeño un saber que no está en ninguna otra parte. Conocía todo sobre riegos, trasplantes, esquejes, injertos, semillas y plantación. Esto me dio una gran ventaja sobre el resto de los opositores, unos 400".

Los árboles desarrollan sus propios recursos para defenderse cuando les afecta una plaga o regenerarse después de una mala racha

Después de seis décadas de vida, conoce como nadie esa vida secreta que tiene la flora. Cuántas veces se habrá preguntado si sienten, piensan o recuerdan. Químicamente, no le cabe duda. "Desarrollan sus propios recursos para defenderse cuando les afecta una plaga o para regenerarse después de haber sufrido una mala racha".

Nos cuenta que muchos de estos árboles, que hoy lucen con impetuosa robustez sus trece o catorce metros de altura, son ejemplares que él plantó. "Es un legado que voy a dejar y me llena de orgullo", dice mientras observa que el jardín tiene todavía un colorido hermoso, con los árboles y plantas luciendo los característicos tonos del otoño. Enseguida cambiará. "Cada estación te ofrece una cara distinta. En un mes, algunas plantas habrán desaparecido. La naturaleza te enseña cada día cosas nuevas, por eso nunca terminas de aprender. Es algo muy bonito".

Intuición, paciencia y sabiduría acumulada

Nos advierte que el oficio de jardinero requiere mucha pasión para ir tomando nota de quienes saben y de lo que la tierra te aporta para luego trasladarlos a tus propios cultivos. Él aplica intuición, paciencia, cariño y mucha sabiduría acumulada a lo largo de toda una vida. "Aquí -señala- impartimos cursos y talleres en los que transmitimos muchas lecciones básicas para cuidar un jardín de esta magnitud, pero es imprescindible una gran vocación, una satisfacción por lo que estás haciendo".

Cuando empecé, usábamos mangueras, carretillas y aspersores que manejábamos de forma manual

En estos 38 años ha visto cómo se ha transformado el mundo y también cómo se ha tecnologizado el mantenimiento del Jardín Botánico, especialmente el sistema de regadío. "Cuando empecé, usábamos mangueras, carretillas y aspersores que manejábamos de forma manual. Ahora tenemos un programa informático muy preciso que se ocupa de todo". Su trabajo le permite también ser espectador en primera fila de los estragos que provoca el cambio climático, algo que ve de manera muy directa en las plagas. Pero, una vez más, la naturaleza le está sorprendiendo con su sabiduría. "Aprende enseguida. Hay árboles que, por el calor, se desprenden antes de una parte de sus hojas para poder resistir".

Todo empezó con una historia de amor

También él parece haberse contagiado de esa fortaleza. A sus 61 años, sus manos están encallecidas, pero su salud es de hierro y la espalda permanece firme para continuar los años que hagan falta. "El trabajo te curte y, sobre todo, procedo de buena cepa", asegura con humor.

El trabajo te curte y, sobre todo, procedo de buena cepa

¿Cómo recala un hombre rural en una ciudad bulliciosa como Madrid? "El amor -responde sin dudarlo-. Con 29 años me enamoré de Montse, que trabajaba como cocinera, y me mudé aquí por ella, aún sin saber que acabaría en este paraíso vegetal con miles de especies vegetales bajo mi cuidado y tan ajeno al ruido de la capital encontrándome en pleno centro". Aquella joven que le conquistó hoy es su mujer y madre de una hija que les ha hecho abuelos recientemente.

Los bonsáis envejecen bien

Uno de los momentos que mejor recuerda fue la llegada de la colección de bonsáis que Felipe González donó a la institución, en 2005, después de dejar el cargo. Eran los pequeños tesoros del expresidente del Gobierno y aquello, en principio, suponía una gran responsabilidad, más teniendo en cuenta que algunos ejemplares son únicos en el mundo. "No dieron ningún problema y se mantienen estupendamente. La mayoría son especies autóctonas que él fue recogiendo en distintas regiones españolas, como pinos, tejos o encinas. Todavía despiertan mucha curiosidad, lo que hace que la Terraza de los laureles, que es donde se encuentran, sea una de las más reclamadas por los visitantes".

Pantalones y El Abuelo, sus favoritos

Después de casi cuatro décadas de cuidados diarios, Eustaquio se permite tener algún favoritismo. Nos habla de El Abuelo, un ciprés de más de 200 años "con un porte envidiable", y de Pantalones, el olmo más emblemático del Jardín Botánico. Este es un árbol de aproximadamente 225 años, que mantiene desde hace tiempo una lucha agónica contra la grafiosis, una enfermedad que se transmite por el escarabajo Scolytus scolytus. "Ha recibido varios tratamientos y ha habido que ir podando las ramas afectadas para evitar que la enfermedad se extienda. El resultado de las podas es un tronco con forma de pantalón invertido. De ahí el nombre, aunque el pantalón se está quedando cada vez más corto. Me temo que en un par de años habrá fallecido".

Es un ejemplo de resiliencia, pues incluso en sus peores momentos no dejó de sorprender con algunos brotes. Esta resistencia, demostrada a lo largo de más de dos siglos, especialmente a la grafiosis, llevó a la decisión, en 2012, de clonar cuatro ejemplares de Pantalones, que en la actualidad superan ya el metro y medio de alto. Como era de suponer, se encuentran bajo la custodia de Eustaquio y del resto de la plantilla de jardineros del Real Jardín Botánico.

Se despide con una joya culinaria

De su mano se pueden aprender muchas curiosidades, como que uno de los cultivares de calabaza recibe el nombre de Peter Pan porque al ser una calabaza plana, no tiene sombra, igual que el famoso personaje de Disney. Harían falta muchas horas para seguir escuchando todas las historias que Eustaquio puede narrar acerca del jardín. De especies longevas, de semillas singulares que él mismo encontró en diferentes parajes y que hoy son hermosas plantas, de personajes famosos que han pasado por aquí y han admirado su obra.

Pone fin a la conversación aconsejándonos un trocito de calabaza para echar a la cazuela. La mejor, una variedad blanca cuya semilla es exclusiva de sus tierras de La Vera. "Es una semilla autóctona que usaba la familia desde hace más de 200 años en la matanza del cerdo. La transmitieron mis antepasados de generación en generación y la traje también al Jardín Botánico. Añades un trozo a la cocción y aporta a los platos un sabor único". Este es un truco, nos confiesa, robado a su esposa Montse, la misma que le trajo a Madrid.