La rebeldía de sentarte en un banco: así ha cambiado (y tú con él) en los últimos 40 años

  • ¿Qué fue de las calles sin coches de los ‘70? ¿Por qué ahora mandan en urbanismo las nuevas ‘plazas-parrilla’ sin bancos ni árboles?

  • El 90% de las calles españolas no cuenta con ningún banco y sólo el 5% de ellas son de prioridad peatonal, según un estudio reciente

  • Niños, adolescentes y ancianos son clave para recuperar la calle como lugar de convivencia y no sólo de tránsito y consumo

Contaban en su día los Estopa que, al pedir a un niño que se apartara mientras grababan un videoclip, porque invadía el plano, éste les espetó: “¿La calle es tuya?”. Tanta gracia les hizo que ése acabó siendo el título de su álbum de 2004. Casi veinte años después, aquella cuestión se revela cada vez más necesaria; tanto para los niños como para quienes dejaron ya de serlo. ¿De quién o para quién son las calles? ¿Y los bancos, que tanta vida aportan?

Dos modelos de ciudad luchan hoy por imponerse: el que concibe el espacio público como un páramo que cruzar cuanto antes, a riesgo de insolación, y donde solo se para para consumir; o el que lo siente como como un lugar donde disfrutar sin más propósito ni necesidad, más parecido al paisaje de quienes vivieron su infancia hace ya décadas.

“En este sentido, el banco es la joya de la corona”, explica a Uppers la arquitecta Ana Montalbán, también Directora Técnica de la asociación internacional sin ánimo de lucro ‘Red de ciudades que caminan’. “No es sólo un mobiliario para el ocio, sino también útil, usado por madres lactantes, mayores y personas sin hogar. Es de hecho un indicador del modelo de ciudad que impera, y una clave para recuperar la calle como lugar de convivencia, juego y cuidados, no sólo para el tránsito y el consumo”, añade.

La calle, para las personas

Según Montalbán, desde los años 80 y 90 “hemos perdido mucho espacio público para las personas debido a la invasión del tráfico”. Muchos recordarán sin esfuerzo esas calles donde los niños jugaban a cualquier cosa y nos quitábamos cuando pasaba un coche, sólo alguno de vez en cuando. Algo cada vez más difícil de ver: “Antes teníamos entradas arboladas a las ciudades que eran verdaderos bulevares, y ahora son carreteras de asfalto puro. Las ciudades están más llenas de coches, de manera que no es que desaparezca el banco en sí, es que desaparece muchísimo espacio para la convivencia. La calle debe ser para las personas”.

La usurpación del espacio por parte del tráfico se ha retroalimentado en los últimos años y el coche se ha acabado usando para todo, sobre todo en los llamados Paus, los nuevos barrios del extrarradio en los que la vida se hace hacia dentro de la urbanización, el exterior está blindado, no hay tiendas de proximidad y los niños juegan dentro del bloque o en la piscina propia.

De hecho, sólo en torno a un 5% de las calles españolas son “de convivencia” o calles-salón, es decir, con plataforma única y prioridad peatonal, según el estudio Callegrafías, creado por la Red de Ciudades que Caminan. Dan también otro dato relevante: el 40% de las calles con calzada y acera no alcanzan ni siquiera el mínimo legal de 1,8 metros libres de obstáculos para el peatón que establece la normativa de accesibilidad estatal (se recomienda entre 2 y 2,20 metros). Sólo el 20% de ellas se consideran con un “arbolado suficiente”, y casi el 90% carece de fuentes.

En cuanto a los bancos, la situación en las calles (no cuentan plazas y jardines) es “ridícula”: nueve de cada diez no tiene ninguno. “Debería haber uno cada 100 metros para que quien lo necesite pueda parar a descansar. Muchos ancianos no salen porque se cansan y acaban quedándose en casa”, explican.

De ahí que el número de unidades en cada localidad no sea tan importante como la distancia entre ellos. En este sentido, dentro de un área metropolitana como Madrid –donde habría casi 75.000 según datos oficiales de 2023– hay zonas muy acogedoras y otras que suspenden de manera flagrante. Otro asunto es el material: “Los de forja no favorecen en absoluto la ergonomía, en verano te achicharras al sentarte y en invierno pueden provocar hasta infecciones de orina por el frío”.

¿Hacia dónde vamos?

A pesar de que queda mucho camino, las nuevas generaciones de urbanistas lo tienen claro: el futuro pasa por volver a hacer de la ciudad un espacio a escala humana. Las ideas de vanguardia combinan el mobiliario infantil con asientos circulares que facilitan la conversación. Así ocurre en algunos lugares de Bilbao y Zaragoza, donde se han implementado bancos lineales combinados con otros individuales que facilitan hacer corrillo. “En el Parque de Luxemburgo de París tienes sillas individuales que puedes mover, como si estuvieras en el patio de tu casa”, apunta Montalbán. De hecho, ya hay marcas de diseño trabajando en este sentido, como la barcelonesa Escofet con su campaña We love the city.

En el otro extremo tenemos lo que el periodista y escritor Jorge Dioni López, autor de El malestar de las ciudades (2023), llama “plazas-parrilla” (la madrileña Puerta del Sol sería paradigmática en este sentido). Sitios “muy hostiles” al transeúnte por motivos concretos: “Sólo permiten el aprovechamiento económico: no hay árboles, no hay bancos, no hay fuentes… Así que puedes montar ferias, o directamente llenarlo de terrazas. Hemos descubierto que el espacio público puede ser más interesante para algunos que el espacio privado. Te pueden decir que ‘aquí no se pueden plantar árboles’. Pero claro: si plantas árboles quizá ya no puedas poner una feria en navidad. Es el modelo parque temático. Haces cola, te montas en algo [es decir, compras], o te vas al bar”.

El arte como reflexión

Los bancos se han convertido así en elementos cuasi revolucionarios. Un picnic de toda la vida pudiera ser peligrosa competencia para las terrazas de los bares. El artista alemán Fabian Brunsing pareció profetizarlo, en 2008 nada menos, con su Pay and Sit – The private bench (Paga y siéntate – El banco privado)., una performance en la que si metías 0,50 euros se retiraban los pinchos y barrotes que rodeaban un banco y podías sentarte. Un pitido avisaba al usuario antes de que los pinchos emergiesen. La idea fue aplicada poco después en un parque de China, y no es broma, para “evitar aglomeraciones”.   

En este sentido también lleva años trabajando el arquitecto y consultor de diseño danés Jan Ghel, determinante para que Copenhague ganara amplísimos espacios peatonales en las últimas décadas del siglo XX, quien ya en el 2010 escribió el libro Ciudades para la gente, donde desarrollaba los cuatro pilares básicos para recuperar a la persona como eje de la metrópoli: vitalidad, sostenibilidad, seguridad y salubridad. “No precisan tanto de dinero como de verdadera determinación política y ciudadana”, añadía.

‘Bancos fuera’

Pero los bancos también pueden ser fuente de discrepancias entre los propios ciudadanos: si “la ciudad no está pensada para los niños ni para los mayores”, afirma Montalbán, “los adolescentes directamente molestan”. Sus reuniones parecen identificarse en demasiados casos con botellón y conflicto. Olvidándonos, al parecer, de que la calle fue siempre el territorio de la educación sentimental de la adolescencia. Hasta hace no mucho, pasear de un sitio a otro y pillar un banco estratégico para estar con la pandilla o intentar ligar era el modus vivendi de los fines de semana sin Netflix ni centros comerciales. “Esos bancos sin luz en ciertos parques son también muy, muy importantes”, explica. 

“Mucha gente no quiere que la calle sea para las personas, sino para las personas como ellos”, asegura Márius Navazo, geógrafo consultor en temas de movilidad urbana y miembro del grupo Gea 21. “Prefieren veinticinco coches aparcados porque garantizan que no va a ‘pasar nada’. Quieren ir y volver de trabajar, tomar algo en la calle, en horario diurno, claro, y que no haya más. Lo que llamo la vida pasteurizada. Sólo cosas de ‘adultos’. Aunque todos hayamos sido jóvenes y nos quedáramos hasta las cuatro de la mañana en un banco hablando con los amigos”.

Navazo vivió una situación muy ilustrativa hace poco. Algunos vecinos de la calle en que vive en un barrio de Barcelona, la misma donde se ubica el colegio de sus hijos, pidieron la retirada de los bancos porque les molestaba la algarabía de niños y padres. El Ayuntamiento hizo oído y retiró los bancos; los que “molestaban”. Navazo redactó un documento, disponible para quien quiera que lo necesite, pidiendo al consistorio su reposición. Mientras tanto, “nos sentamos en el suelo”. Y algunos vecinos que reclamaron la retirada de los bancos se sientan sin complejos en el único que dejaron: el que no está delante de sus fachadas.

¿Quiere la mayoría de gente una ciudad más humana? “Todo el mundo te diría que sí”, aventura Jorge D. López. “Ahora los chavales del banco molestan y el carril bici y el no poder usar mi coche. Pero va ganando esa visión nueva de la ciudad. En muchos lugares de Europa iban en coche a todas partes hace cuarenta años y ahora no. Seguro que aquí, con mucho menos frío, la gente se acabará acostumbrando también”.