Hace solo un año que desapareció. La marca de ropa Kling fue durante años la preferida de miles de mujeres de todo el mundo. Camisetas o vestidos con un aire infantil y cuqui a la vez que divertido que llegó a contar con unos 600 puntos de venta en todo el mundo. Hasta que, al final, todo se descalabró. Su historia la cuenta ahora su fundador, el argentino Papo Kling, en el libro ‘Fractura expuesta’ que él mismo define como su “autobiografía no autorizada”.
A lo largo del libro cuenta su experiencia al mando de Kling, que “estuvo atravesada por una permanente contradicción”. Y lo hace a partir de 2015, momento en el que “la empresa comienza a desmoronarse y, con esta debacle empresarial, aparece mi propio derrumbe", su abogado llega a plantearle que, pese a ser improbable, la posibilidad de cárcel existe. "Mi experiencia al escribir fue un gran ejercicio de olvido, lo que no pude borrar de esos años es lo que acabó impreso".
Realmente Papo Kling acabó montando un imperio de la moda sin interesarle lo más mínimo la industria textil. “La moda no me atraía, pero sí lo que giraba en torno a ella. Pero más allá del innegable componente sociológico que pueda tener la moda, armar un proyecto y tener la posibilidad de poder convocar a tanta gente talentosa detrás de una idea es una experiencia irrepetible”, nos cuenta.
¿Esperabas el éxito de Kling?
Más bien me preguntaba a diario cómo era posible que aquella locura estuviese sucediendo. Siempre fui muy inseguro y vivía permanentemente paranoico, aterrado con la idea de que en realidad yo era un impostor.
¿Y que personajes públicos y famosos vistiesen con sus prendas?
Hubo muchos y coincidió aparte con un momento generacional muy particular, todo amplificado por algo novedoso que por ese entonces comenzaba a asomar: las bloggers, las precursoras de las influencers. Pero de las primeras que aparecieron, recuerdo a personajes tan dispares como Patricia Conde, Eva Amaral, Anne Igartiburu, Natalie Portman o Russian Red.
¿Por qué crees que surfearon la ola de la crisis sin problema?
A nuestro alrededor la industria de la moda se estaba desmoronando, como gran parte de la economía mundial. Muchas de las grandes y viejas empresas simplemente no pudieron adaptarse a la fabricación en Asia a la velocidad con la que empezaba a acelerase el mundo, a la comunicación instantánea. Nosotros, junto a algunas otras marcas que emergieron en esos momentos, ocupamos ese lugar; uno donde la moda dejaba poco a poco de ser una interpretación de la época para convertirse en una lucha contra el tiempo.
¿Cuándo te diste cuenta de que la cosa no iba bien?
En un momento dado fui consciente de que ya no estaba trabajando para mí, sino que, como empresario, trabajaba para el sistema. Los deseos que cree tener un emprendedor son, en realidad, las necesidades del sistema, y que yo confundía como propias. Por ejemplo, crecer, multiplicar la facturación, ampliar las colecciones, abrir sucursales en nuevos países. Mirado con cierta distancia, pareciera que lo que hoy mueve a la gente ya no es la acumulación del placer, sino el mero placer de acumular. Siempre se puede seguir acumulando, esa es la indiscutible potencia del capitalismo.
¿Pensaste que Kling podría reflotarse en algún momento?
Necesitaba reflotarla: tenía cientos de empleados, proveedores, acreedores, personas por todo el planeta que directa o indirectamente vivían del ecosistema de la empresa. Pero también es cierto que las marcas tienen sus momentos, y quizás Kling había cumplido ese ciclo de marca novedosa de los 2000, la que representaba para toda una generación de mujeres aquella transformación radical que tuvo el mundo en esos años.
Ahora que tienes más experiencia profesional y personal, ¿volverías al mundo empresarial?
Creo que la historia que narro enfrenta lo individual, cruel y frío que puede ser el proceso mercantil de llevar adelante un emprendimiento empresarial y lo pone en contraste con lo luminoso que puede reconocerse en un proyecto creativo grupal, en donde lo que importa tiene más que ver con sentirse realizado: es increíble cuando lo común produce algo virtuoso. Sin embargo, la realidad es que en el mundo empresarial lo único que impera son las lógicas mercantiles y todo está regido por parámetros individuales: por la competencia, la productividad, la plusvalía, etc. Una empresa debe ganar dinero y esa es su única razón de ser. Posiblemente cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
¿Qué hay de la polémica con varios grupos feministas por una campaña en 2017? ¿Cómo la gestionaste?
En nuestro proceso de creación siempre fue importante el componente ideológico. En nuestras campañas había a menudo referencias al activismo político o a movimientos contraculturales, pero nunca se me ocurrió pensar que por ser una empresa, cuyo objetivo era la venta de ropa, cualquier campaña provocativa o manifestación artística podía ser malinterpretada. Y sucedió con una campaña cuya consigna era que todo el equipo implicado debía ser de mujeres e interpretar libremente el universo de la marca. Los grupos feministas nos denunciaron al Observatorio de la Mujer por utilizar el cuerpo de una mujer sin bragas y en plataformas para vender nuestra ropa. Más allá de que la intención de las activistas no era tanto nuestra campaña en sí como el hacer una denuncia ruidosa —por ese entonces aún no se hablaba tanto de cancelación— supe enseguida que el éxito de una marca, fuese la nuestra o cualquier otra, pasaba por reducir su opinión política o moral hasta hacerla imperceptible. Si eras una marca, no podías hacer arte. Mucho menos dar opiniones políticas.
Al final producían en masa, ¿cómo te diste cuenta de la gran contaminación que producía fabricar tantas prendas?
Un día estaba en una fábrica en China. Entré a una nave enorme con miles de barriles y, mientras los miraba sorprendido, el fabricante me confesó que eran todos para nuestra última colección, la que en ese momento estaba en producción. Contenían acrílico. Fue un punto de no retorno.
¿Se te pasó por la cabeza cómo hacer más sostenible Kling?
En Portugal, hablando con un proveedor de algodón orgánico, le pregunté si él creía que era posible producir de forma responsable, con trabajadores bien pagos y en condiciones dignas y sin dañar el planeta. Me respondió que quizás yo debía dedicarme a otra cosa. Ahora que el concepto de circularidad está tan de moda, quizás, como consumidores, el mayor aporte a la circularidad que podemos hacer es dejar de consumir.
Con perspectiva, ¿disfrutaste en esos años?
No. No estaba preparado para tener una empresa de ese tamaño y complejidad, pero la responsabilidad y el peso de estar al frente siempre lo sentí, y al mirar atrás lo que veo es una lucha perramente por mantener un proyecto a flote mientras intentaba arreglar mis propias contradicciones. Disfruté recién unos años después, y mucho, pero de la experiencia de narrar aquellos años.
¿Con qué recuerdo te quedas?
La gente. Aunque vivamos tiempos fóbicos, cualquier experiencia coral, como es un proyecto de construcción de una marca, tiene algo de mágico.
Si pudieses decirle algo al Papo Kling de hace 20 años cuando empezó con la marca, ¿qué le dirías?
No le diría nada. Los consejos vitales son como si hicieses trampas, el equivalente a hackear un juego. Siempre recuerdo esa conversación en 'Regreso al Futuro' cuando Doc le prohíbe a Marty McFly interferir en el pasado para no alterar el futuro.