El roce hace el cariño, según se dice. Y también el conflicto. Esta realidad inapelable se formuló magistralmente en el dilema del erizo, la parábola de Schopenhauer que mostraba una paradoja en la que todos podemos reconocernos: los erizos se buscan en las horas más frías para darse calor y sobrevivir, pero, al mismo tiempo, deben calibrar bien la distancia para no hacerse daño con sus púas.
Todos necesitamos el calor del otro, pero cuando el calor -o la relación- asfixia, nos alejamos. Y esa soledad nos produce heridas. Las discusiones de pareja son el ejemplo perfecto de esta dinámica. Como diría el flamenco, "ni contigo ni sin ti".
En realidad, mucho de ese calor asfixiante, de esas peleas repetitivas, tienen que ver con conflictos ocultos que afloran en formas manifiestamente agresivas o pasivo-agresivas, actitudes que se dan cuando hacemos preguntas capciosas, no validamos los sentimientos de la otra parte o negamos su importancia. No reconocer las heridas del otro es una de las formas más habituales y graves de manipulación.
Salir de este bucle de peleas exige crear nuevos patrones para poder mejorar la dinámica. Lo primero y fundamental es saber observarse y ver cuándo van a salir las emociones menos positivas para la convivencia.
Pero no siempre es posible la auto-observación. En entornos sociales, junto a otras personas, hay unas cuantas reglas escritas y no escritas que, en principio, pueden poner coto al famoso 'secuestro de la amígdala', ese momento en el que la parte más primitiva de nuestro cerebro toma el mando.
Sin embargo, en la intimidad, sin más coto que nuestro enfado y la necesidad de desahogarnos, es probable que el conflicto pueda estallar. Cuando lo hace, debemos intentar siempre no traspasar ciertas líneas rojas: temas que sabemos que duelen o palabras que son dañinas para la relación. ¿Y una vez desatado el incendio y arrasado todo, qué hacer? Los psicólogos recomiendan aquí aplicar la regla de los tres días.
Tres días es un buen periodo para que cualquier conflicto baje de intensidad y pueda empezar a abordarse. Los expertos insisten en no dejar de pasar más de tres días después de una discusión para evitar que el problema se cronifique o se agrave.
La convivencia puede hacer que la relación, aparentemente, siga en el día a día. Pero una discusión no cerrada, sobre todo cuando está provocada por temas importantes en la vida de la pareja, puede contribuir a minarla y a hacer que empecemos a ver al otro no como a la persona que queremos, cuidamos y, a su vez, nos cuida, sino como una fuerza hostil que no nos valora y no nos ayuda a crecer como personas.
Teniendo claro cuándo debemos actuar, queda saber cómo. Y aquí los expertos también ofrecen sus recomendaciones: