Llevar o no llevar el anillo de casados. Esa es la cuestión cuando hay en curso unos cuantos años de vida matrimonial. Juan del Val y Nuria Roca, famosos por no rehuir nunca los temas de pareja, se han posicionado hace unos días al respecto. "Quién quiera llevarlo, que lo lleve, yo me lo quité", ha dicho Juan del Val explicando que es "un símbolo que no le gusta nada". Su mujer asentía mientras que declaraba que ella tampoco lo llevaba. De hecho, no dudó en tachar de "antiguos" a quienes les sorprendía esta decisión.
Antes que esta pareja de periodistas, el debate saltó a la opinión pública hace unos años cuando el príncipe Guillermo de Gales mostró en un evento que no llevaba el anillo de su boda con Kate Middleton. La decisión del heredero a la corona mostró cómo el rechazo al símbolo matrimonial sigue generando polémica.
La tradición de sellar una unión ante una autoridad, religiosa o espiritual, ya ocurría en el Antiguo Egipto. Más al norte, en el territorio que luego sería Europa, fueron los celtas quienes instauraron la costumbre de bendecir la pareja con un símbolo que representara su vínculo. No es casualidad que ese símbolo terminara siendo un anillo circular, una esfera para representar la fusión perfecta e inquebrantable del nuevo núcleo familiar.
La cultura cristiana adoptó la costumbre del intercambio de anillos. Con la nueva usanza, llegó la simbología de nuevos compromisos, fundamentalmente el de la fidelidad, el cuidado mutuo y la protección de cada una de las partes. Ahora, con el nacimiento de nuevos tipos de pareja, ¿no puede ser obsoleto llevar algo que representa unos valores que quizá ya no compartimos? En el caso del matrimonio Del Val-Roca, su respuesta es unánime: "La fidelidad es un tema al que esta sociedad concede una importancia que no tiene. A mí la fidelidad me da exactamente igual, me parece una gilipollez y no le doy ningún valor", afirma el periodista. Cada pareja tiene sus códigos, y, aunque la tendencia a ir 'desanillado' parece instalada en la mayoría de las parejas de 50 años, un simple vistazo muestra que hay de todo.
Rosalba tiene 59 años y está casada desde hace más de 30. Sus hijos ya viven fuera de casa y disfruta de su nueva etapa vital en un nido vacío, cómodo, agradable y plagado de recuerdos familiares.
Nunca se ha quitado su anillo de casada. Independientemente de su estilismo, hay tres joyas que siempre lleva: su anillo de compromiso, el de casada y otro heredado de su abuela. Los lleva juntos, formando un diseño clásico, inseparable de su personalidad. "¿Por qué iba a quitarme el anillo? Para mí es un orgullo estar casada con Fer. Forma parte de mi historia y me gusta que él también lo lleve. Sigue siendo una manera de mostrar nuestro compromiso", explica Rosalba, que se define como "católica no practicante, aunque en algunas ocasiones sí nos gusta ir a misa".
En temas de anillos conyugales, Eduardo (62) es reincidente. Se lo puso el día de su boda y lo llevaba cuatro años después cuando en un viaje a Londres se cayó de su dedo en los jardines que rodean el Big Ben. Tanto él como su esposa se afanaron en buscarlo, sin éxito. A su vuelta a Madrid, y pese a que su mujer ya no lo llevaba, encargó otro. "Estaba cómodo con él. Me gustaba, era un recuerdo de familia, no solo del matrimonio, porque nos lo regalaron mis hermanos. En cuanto llegué a Madrid, me hice otro", explica.
¿Qué ha pasado en estos años para que ya no lo lleve? "Se me volvió a perder y como Ana, mi mujer, no lo llevaba desde hacía años, pensé que para qué. Ella dice que se lo quitó porque tenía un diseño antiguo. Puede ser, le gusta ir actual y quizá le parecía que le echaba años. A mí me dio cierta pena. No quería quitármelo, pero..." Eduardo no va más allá de los puntos suspensivos. Con su gesto, expresa de manera tácita que hay alguna asimetría en su relación.
"Yo no me he quitado el anillo de casado en veinte años. Mi mujer, en cambio, no lo lleva", así comienza Elías (50) a desgranar su relación con su anillo de bodas.
Elías se casó hace 20 años y durante cinco años ni él ni su esposa renunciaron al anillo. Fue ella quien decidió quitárselo. "Creo que en algún momento a mi mujer empezó a incomodarle en muchos sentidos y terminó pareciéndole una estupidez", asegura. Lejos de sentirse agraviado, lleva esta pequeña (o no tan pequeña) discrepancia con mucho 'arte': "Me siento muy cómodo llevando la alianza. Además, como somos pareja abierta, siento que es como ir 'con la verdad por delante'. Y te puedo asegurar que se liga más", concluye con una sonrisa.
Todos los que han compartido su testimonio dejan ver sus emociones en cada una de las historias. Para la psicóloga y terapeuta de pareja Lara Ferreiro, quitarse el anillo tiene un significado en la relación: "Todo depende de la situación previa. Pero si llevaban el anillo durante 20 años y, de pronto, se lo quitan, eso quiere decir algo. Puede haber infidelidad. En cualquier caso, habla de crisis de pareja, de problemas emocionales. Es el símbolo de que algo va mal y puede ser anticipo del divorcio. También es una elección personal, puede ser que con el tiempo nos resulte incómodo o que no vaya con nuestro estilo o que haya problemas de salud, pero normalmente hay cuestiones emocionales. Si ha habido alguna infidelidad, la persona agraviada se lo suele quitar como advertencia, para dar un toque", asegura.
Quizá lo más llamativo es cuando un miembro de la pareja decide quitárselo y el otro no. "En terapia algunas mujeres me han dicho que les ha resultado doloroso cuando su marido se ha quitado el anillo, al igua que, cuando en un proceso de divorcio, un miembro de la pareja se quita el anillo. Es un símbolo, necesitamos rituales y quitárselo en un momento concreto significa algo, por ejemplo, querer decir públicamente que hay un cambio en la relación, aunque siempre aconsejo quitárselo de manera consciente, no por un impulso de venganza. Nunca hay que hacer daño a la pareja con eso", señala la experta.
Lara Ferreiro insiste en que también en esto debe haber un acuerdo de pareja: "Quitarse el anillo tiene un enorme poder simbólico. Hay personas que se lo quitan y se sienten como liberados, empoderados. Hay personas que me han dicho que se sienten, incluso, 'menos casados' si no lo llevan". De hecho, escamotear el anillo matrimonial es un clásico del ritual infiel, aunque esto también esta cambiando. Existe un 'efecto llamada' del anillo, con la idea de fondo de que quien de verdad merece la pena está 'pillado', además del morbo de arrebatarle la pareja a otra persona.
La psicóloga, autora del superventas 'Adicta a un gilipollas', lo confirma: "En terapia muchos hombres me han dicho que tienen más éxito con el anillo puesto. A algunas personas les atrae lo prohibido, la adrenalina que se genera con eso. A esas personas les gusta también competir con otros. Lo cierto es que lo importante es la relación, no el anillo, pero no podemos olvidar que simboliza un tipo de status y de relación: es un objeto vital que representa el apego y el vínculo de la pareja".