A Emilio (49) no le pondrán jamás una multa por saltarse las restricciones por el coronavirus. Es de los que llevan mascarilla incluso dentro de su propio coche, guarda escrupulosamente la distancia de seguridad, se lava las manos cada media hora, no sale de casa sin su gel hidroalcohólico (con recambio) y evita los lugares públicos de interior desde marzo. Desinfecta minuciosamente él mismo cada mañana su mesa de trabajo y ha tenido ya varios roces con compañeros de oficina. "¡Ahora los calurosos no abren las ventanas!", se queja.
Pero, de un tiempo a esta parte, los conflictos se han ampliado al ámbito conyugal. "Este verano, mi esposa y yo visitamos a unos familiares de ella en un pueblo de Sevilla. A la hora de comer, pretendían que lo hiciéramos dentro de la casa. Me negué. Salimos a un pequeño patio. Estábamos a 40 grados, tuvimos que poner ventiladores…, pero me sentí más seguro", relata. Su pareja, Natalia, aunque cumplidora de las normas, es menos estricta, lo que propicia no pocos desencuentros. "A ella le gusta sentarse en una terraza a tomar una cerveza", prosigue Emilio. "Este año, yo me he mostrado totalmente en contra, cosa que ella no entiende; se enfada y se va sola o con amigas".
Podría decirse que la armonía es una de las claves de la estabilidad de pareja. Y justo cuando uno se había acostumbrado a las discrepancias políticas, futbolísticas o del orden que sea con la parte contraria, aparece de la nada una nueva fuente de potencial desavenencia. "La situación de la pandemia ha afectado mucho las relaciones de las personas convivientes", dice Trinidad Bernal, doctora en Psicología y directora de la Fundación ATYME (Atención y Mediación para el Cambio). "Doblemente: por la situación sanitaria en sí y por el efecto del confinamiento".
No seamos negativos: las divergencias por el cumplimiento de las medidas sanitarias no tienen por qué derivar en discusiones. Cuando estas se producen, es por una de estas dos razones que apunta la terapeuta: "Es más fácil que se den en relaciones que arrastran problemas anteriores; supone un plus, y el resultado es una pareja mucho más tensa y nerviosa. También hay que tener en cuenta el carácter de las personas: las hay que toleran mejor cualquier escenario nuevo mientras que otras lo viven con muchísima dificultad". Todos tenemos manías, que en estos momentos de crisis se hacen más visibles. "El problema es cuando el tipo de manía es muy diferente en uno y en otro y eso produce más choques", añade la experta.
¿Es mejor ceder, llevar la corriente a la otra persona (accediendo, por ejemplo, a ponerse la mascarilla en el coche familiar aunque lo crea innecesario), o resulta preferible iniciar una disputa verbal a fin de convencerle de que nuestra postura es la correcta? "Si puedes conseguir que en vez de sentaros en una terraza se vaya a dar una vuelta contigo, aunque luego te sientes tú en una terraza, podría ser un paso favorable. También hay que limitar las conversaciones y la sobreinformación sobre el tema", aconseja la psicóloga.
"Cuando la posición de la otra persona es exagerada, hay que evitar insistir. Se combate mejor dándole poca importancia. Lo importante en este caso es desviar la atención. Lo que les pasa a esas personas es que tienen un pensamiento circular, y lo que hay que hacer es distraerlas. Hablándoles de cosas que les gusten, sin darse cuenta dejarán de estar tan centradas en lo que le está inquietando. Es una buena fórmula distractiva", expone Bernal.
¿Y al revés? Uno de los dos cumple las medidas dentro de una sana normalidad y el otro es más despreocupado. En tal caso, "sería necesario conversar y exponer la postura de cada uno", explica Bernal. Incluso puede darse que esa dejadez sea una especie de reacción al marcado rigor del otro. "Esa es la situación peor —prosigue—. Ahí lo que hay es un modelo competitivo. La excesiva pulcritud de uno hace que el otro se sitúe en el otro extremo, como desafío. Sería necesario conversar y explicar la postura de cada uno”.
Quique (51) no lleva bien las restricciones. Como él mismo reconoce, se pasa el día "refunfuñando" por todo lo que oye o lee relativo al coronavirus; aunque al final cumple las normas, lo hace a regañadientes. A su pareja, Nuria, le cuesta Dios y ayuda convencerle de que no se quite la mascarilla cuando van por una calle solitaria o de que espacie más sus frecuentes tardes de cañas con amigos y conocidos. Consecuencia: él y ella dedican gran parte del tiempo que pasan juntos a discutir por la maldita pandemia.
La seguridad de sus hijos ocupa una parte importante de sus debates. "Ya sé que es obligatorio poner el termómetro a los niños antes de llevarlos al colegio —nos dice Quique—, pero es que en la misma entrada del centro también les miden la temperatura. Considero innecesario tomar la temperatura a una persona dos veces en quince minutos. A diario discutimos por eso. Al principio, medio en broma; ahora, en serio, y no me gusta; estamos todo el día malhumorados".
Un método para rebajar la tensión de una pareja desquiciada consiste en predicar con el ejemplo. "Con tu tranquilidad puedes crear un modelo a imitar, porque se transmite", apunta la psicóloga. "Pasa mucho con los niños y también con las parejas. Si tú te pones irritable con la manía del otro estás generando una acentuación de la manía, con el efecto contrario al que quieres conseguir. La tranquilidad facilita que la otra persona esté menos obsesionada".