A sus 53 años, Álvaro aún mantiene el tipo para responder con elegancia por qué un hombre como él sigue estando soltero. Lleva haciéndolo desde que cruzó esa fatídica barrera de los treinta, a partir de la cual la soltería convierte a una persona en 'sospechosa' y empiezan a caer sobre ella las etiquetas de, entre otras lindezas, narcisismo, egoísmo, fealdad, rareza, exceso de manías o perdición. Ese retorcido "¡Algo tendrá!" elevado a pensamiento colectivo. "En mi generación, a esa edad los jóvenes dejaban la casa familiar para casarse. Todo el mundo parecía saber cómo debía ser tu vida al estrenar esa década y, si no cumplías con ello, todo se volvían mensajes subliminales. Con los años, la cosa no se relaja. La soltería se vuelve una especie de insulto o al menos singularidad sospechosa", explica.
Álvaro, que se dedica al negocio inmobiliario, sorteó tanto el mandato social como cualquier suspicacia que pudiese despertar su estado civil. El resultado es una cuota de disfrute vital envidiable. Si nos permite, podría ser Rupert Everett, el soltero estelar que consuela a Julia Roberts en 'La boda de mi mejor amigo' con aquel imborrable discurso en la escena final: "¡Qué demonios, la vida sigue! Quizás no habrá matrimonio, quizás no habrá sexo… pero, por Dios, seguro que habrá baile".
Reconoce que, por su posición, le toca escuchar y levantar el ánimo más de una vez, pero, si hay que comparar, se identificaría más con algún galán clásico. "Humphrey Bogart o John Wayne, por ejemplo. Con Bogart aprendí a fumar. Nadie echaba humo como él ni sujetaba el cigarro entre los dedos con tanto glamour", dice. Era la época de los tipos duros y él decidió serlo. Su afición a la nicotina terminó con las restricciones del gobierno, aunque confiesa que, de vez en cuando, echa alguna caladita. De Wayne, por cierto, aprendió cómo conquistar corazones, un hábito del que aún no tiene intención de desprenderse.
Álvaro se presenta a la entrevista con una gabardina beis y jersey de cuello vuelto. Con un aspecto nostálgico que acentúa su soltería. La mañana está muy lluviosa y su imagen en la puerta de la cafetería es la de un galán de los de antes, un dandi según el canon clásico, algo que se aprecia en su forma de mirar, hablar o andar.
"La soltería -avanza a Uppers- es poder, seducción, libertad y suspense. Nunca sabes lo que la vida te va a deparar y yo me dejo sorprender". El matrimonio prefiere observarlo desde su atalaya independiente, que le permite la claridad suficiente para ratificarse en su soltería y comprobar que le ha eximido de un montón de quebraderos de cabeza: préstamos para estudios de los hijos, peleas y divorcios, frustraciones parentales...
Los hijos nunca estuvieron en el guion de su biografía. Cualquier otra decisión podría ser reversible, incluso su condición civil si llegase la mujer capaz de enamorarle. Pero prefiere no detenerse en ello. "Si pudiese volver atrás, sería escritor o arquitecto. Cuando camino por las ciudades me gusta fijarme en los edificios. Me encanta la Gran Vía madrileña y, especialmente, la antigua sede de Telefónica. No es lo mismo hacer una casa que venderla, escribir un libro que venderlo".
La pandemia ha calmado sus aficiones, como las del resto del mundo, pero si hace un año le hubiésemos preguntado a qué dedica, por ejemplo, la mañana de un domingo cualquiera, habría respondido nadar, pasear por el Rastro de Madrid, jugar al golf o visitar una exposición de alguna artista underground… además de tomar el aperitivo en la Plaza Mayor. También ocupa su tiempo en los caballos y, cuando ha podido, se ha dejado ver por Ascot (Inglaterra), Pau (Francia) o en la Breeders' Cup (Estados Unidos), las carreras más populares.
Con razón y sin dejar su característico punto de ironía, se define a sí mismo como "un ácrata burgués". Lo de ácrata por rebelarse contra cualquier rigidez, sobre todo si es impuesta. Lo de burgués le viene de casta. Natural de Bilbao, pertenece a una familia de abolengo, con condado incluido. Hace unos años volvió con su madre a la casa familiar, en la localidad madrileña de Boadilla del Monte, donde asegura que disfruta de una gran autonomía personal. "Nunca he seguido un proyecto vital calculado, ni creo que sea necesario", explica asumiendo el tono de quien acostumbra a que le pidan justificación.
Álvaro cumple el perfil en el que se fijan los analistas para decretar que los singles son un estupendo filón para la economía y una poderosa fuerza social. Independientemente de sus salarios, su poder adquisitivo está por encima de la media y toman sus propias decisiones de compra con hábitos alejados de los de una familia convencional, según la multinacional financiera Morgan Stanley. Son poco ahorradores porque les gusta invertir en ellos mismos, en cuidarse y en proyectar una determinada imagen. Viajan más, disfrutan más y no siguen tendencias estacionales, sino que se muestran flexibles.
Cada vez más hombres y mujeres eligen la soltería como opción de vida, gente como la actriz Charlize Theron, que hace unos meses declaró que no necesita a nadie para ser feliz. ¿Tendencia? "Dejémoslo en decisión -responde-, tan respetable como cualquier otra. Tampoco tiene por qué ser más divertida o satisfactoria. Para mí la elección fue un gesto de honestidad conmigo mismo y con mi modo de vida. La pareja no es una condición para sentirse autorrealizado, vivo o satisfecho. Si llega el amor, perfecto. Bienvenido sea. El matrimonio está demasiado mitificado culturalmente, como un modo de alcanzar la plenitud personal y la felicidad. No deja de ser una utopía colectiva".
Álvaro se muestra especialmente empático con la población femenina. "La sociedad es más implacable con las mujeres. Todavía se las presiona con el dichoso reloj biológico y la odiosa expresión del arroz que se pasa. No obstante, estamos olvidando por fin el apelativo tan horrible de solterona. Hoy a la mujer sin pareja se la identifica con independencia y crecimiento personal. Vamos rompiendo viejos esquemas y se nos permite anteponer otros valores, como la amistad o la lealtad con uno mismo. La vida en pareja es complicada y muchas personas deberían reflexionar sobre ello antes de formar una familia, sobre todo pensando en el bien de la infancia".
Son muchas las personas que hoy celebran su soltería. El sociólogo estadounidense Elyakim Kislev, autor del ensayo 'Feliz soltería', ha examinado la vida de solteros de hasta 78 años de diferentes países y su veredicto no deja lugar a duda: va siendo hora de cambiar el concepto de soltero. Hay que desligarlo de cualquier connotación de frustración o desengaño y asociarlo a empoderamiento. El sociólogo aclara que es importante diferenciar soledad crónica, aislamiento social y sentimientos de soledad. Los dos primeros hacen referencia a un largo periodo y afecta la salud física y mental. El sentimiento de soledad es una percepción subjetiva y pueden sentirlo igual personas casadas que solteras.
Lo que Kislev observa en sus análisis es que la felicidad del soltero está muy ligada a la percepción que tienen de su situación y a la capacidad de desprenderse o no de los estereotipos. No es igual asumir la soltería con resignación sintiéndose un viejo solitario o frustrado que disfrutar de la soledad y de los lazos sociales como sustitutos eficaces del matrimonio.
Álvaro asegura que encuentra placer en su soledad y admite que se puede permitir experiencias y emociones de las que tendría que privarse si estuviese en una relación, como viajar o conocer personas fuera de su círculo. Lo importante para él es que mantiene un círculo familiar y social sólido y una red de amigos amplia. Los datos de Kislev confirman sus palabras: los viudos, divorciados y los nunca casados socializan hasta un 45% más que los casados. Y tienen más amigos. Son el mejor acicate contra la soledad.
Vista así, la soltería va camino de convertirse en el estado civil más corriente del futuro por reunir las condiciones favorables para alcanzar la plenitud vital a la que aspira cualquier ser humano. Aún tenemos que enseñar a las personas a encontrar un sentido a su vida al margen de ser parte de una unidad familiar o de una pareja.