Amarse, enamorarse o, simplemente, enamoriscarse es propio del Homo Sapiens, incluso aunque vayan con bata y fonendo. Y, por lo que adivinamos, la situación que se crea no es del todo fácil. La doctora S. de la Torre, médica de atención primaria de 48 años, anotó hace un tiempo en su agenda una frase de Lev Tolstói que resume de forma acertada su momento actual: "el hombre sobrevive a epidemias, los horrores de la enfermedad y las agonías del alma, pero su tragedia más atormentadora ha sido, es y seguirá siendo la del dormitorio".
Su romance con un paciente fue una excepción que aún no se explica. Separada desde hace 12 años, dice que está casi tan habituada a resolver situaciones médicas delicadas como momentos incómodos, a veces ridículos, a causa de personas que entran en consulta creyéndose "los gallos del corral". Pero este no es el caso del paciente del que nos va a hablar, un funcionario en trámites de divorcio que llegó a su consulta hace casi un año aquejado por una tos persistente.
"Con 56 años, vi que llevaba tiempo sin pisar el centro médico, por lo que decidí actualizar su historial con analíticas y otra serie de pruebas que le obligaron a pasar por consulta con más regularidad de la que le habría gustado. Nos entendimos de maravilla, aunque aceptaba cada nueva cita a regañadientes y con un sinfín de excusas. Nos caímos bien y hubo complicidad desde el principio".
De la Torre asegura que trata a sus pacientes como algo más que un paquete de órganos, células y moléculas con signos y síntomas, aunque tiene que andarse con tiento para que el paciente no traspase los límites. "Son seres humanos que sienten y necesitan ser escuchados, pero hay que cuidar cada gesto y cada palabra para no dar lugar a equívocos. Con él no habría habido sospecha de nada. Nuestras conversaciones eran simplemente amables. La cosa cambió cuando coincidimos en un parque paseando a los perros. Fuera de nuestro contexto médico habitual, nos miramos de modo diferente. Él no era paciente ni yo su doctora. Le sorprendió verme con deportivas y gorra. Le gustó y yo lo advertí. De repente, pasamos a ser dos amigos conocidos sin ese muro infranqueable de la profesión. Hablamos durante dos horas y volvimos a vernos, casi de forma descuidada, en el mismo parque y a la misma hora en varias ocasiones. Me dijo que tenía un matrimonio roto con el que había iniciado los trámites de divorcio".
Cada mañana, al empezar su consulta, la doctora se sobrecogía al pensar que él pudiera presentarse sin cita previa. "Por primera vez, empecé a preguntarme si pueden enamorarse médico y paciente". Esta es, por cierto, la pregunta que colgó en un foro de médicos con un pseudónimo y lo que llevó a Uppers a querer saber más de ella y de este dilema que aún no ha resuelto.
La pandemia les ha mantenido distanciados, al menos físicamente. Ella ha estado saturada, con horarios y casos que le han llevado a caer rendida cada noche. A él se le ha complicado, solo de momento, su proceso de divorcio. Pero ninguna noche han faltado a su cita virtual, aunque fuese con un simple mensaje.
Del amor entre médicos y pacientes se habla muy poco, aunque para la literatura y el cine han sido siempre un argumento fascinante. ¿Pueden enamorarse médico y paciente? A esta pregunta ha vuelto, una vez más, la plataforma médica Medscape en su último informe sobre ética médica en España. A los profesionales encuestados se les preguntó si creían que en algún caso es aceptable iniciar una relación amorosa o sexual con un paciente. Solo el 10% respondió que sí abiertamente, sin ninguna condición. El 13% sí, pero transcurrido entre seis y doce meses una vez que dejó de ser paciente. La respuesta del 48% fue un no tajante y un 29% dijo "depende".
Freud lo llamó transferencia erótica y el psiquiatra Stephen J. Bergman escribió en su novela 'Monte Miseria' que aproximadamente el 10% de los psiquiatras mantiene relaciones sexuales con sus pacientes. En su relato abundan párrafos que nos hacen intuir qué ocurre cuando dos cuerpos, de repente, sienten atracción mutua, sin que importen las circunstancias: "Durante un instante tuve la impresión de sentirme atraído por ella, pero supe de inmediato que estaba equivocado y centré mi atención en quitarme aquella sensación de la cabeza".
O este otro: "Una vez, al marcharse de mi despacho, resbaló y cayó sobre mí. Instintivamente la cogí por la cintura y mi palma se topó con uno de sus pechos. De súbito, éramos un hombre y una mujer. El erotismo fluyó por nuestro ser como un pájaro aturdido".
Son amores que han plasmado, con mayor o menor acierto, muchos autores. 'Suave es la noche', por ejemplo, es una compleja novela en la que el autor, Scott Fitzgerald, narra su propio descenso a los infiernos con una historia de pasión infiel entre un atractivo y exitoso psiquiatra y una actriz. El cine está lleno de títulos romanticones, como 'Un pedacito de cielo' en el que una brillante ejecutiva descubre que tiene cáncer y acaba enamorándose de su oncólogo.
Para De la Torre era algo impensable. "Las relaciones de amor entre médico y paciente siempre levantan sospechas. Siguen siendo tabú y lo entiendo porque siempre puede generarte conflictos con tu propia ética profesional. Yo me enamoré, igual que les ocurre a muchos de mis compañeros. Es parte de la vida y no elegimos. Es inevitable que surja el amor con un paciente o un compañero, pero nuestros amores y lo que ocurra fuera de consulta es algo que debería respetarse".
La escritora Guillermina Mekuy, exministra de Cultura y Turismo de Guinea Ecuatorial, conoció a su esposo, ginecólogo un poco mayor que ella, mientras se sometía a un proceso de reproducción asistida. Aunque nació en la antigua colonia francesa, pasó su infancia en Madrid y se licenció en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma.
En 2008 se dejó tentar por la política en su país de origen con el objetivo de mejorar la situación de los derechos humanos y las libertades de sus ciudadanos. En junio de 2016 hizo un alto en su carrera política para ser madre en solitario. Quería formar una familia, por lo que se sometió a un tratamiento de reproducción asistida en Madrid, puesto que en Guinea no tenía esta opción. Después de varios intentos infructuosos, tomó la decisión de apartarse de la política para centrarse en su empeño maternal, lo que le costó una campaña de desprestigio en su país africano.
En medio de este proceso, conoció a Ignacio Palomo, ginecólogo español de 54 años y pionero en técnicas de reproducción asistida. Entre sus pacientes están Irene Villa y la baronesa Thyssen, aunque su ética profesional le pide discreción. Mekuy y Palomo forman una pareja unida por el amor y también por su compromiso con las tareas humanitarias y la labor de sacrificio con los demás.
Hay historias que dan la vuelta al mundo, como la del cirujano David Malock, conocido como el doctor de las estrellas de Hollywood. En 2013 acaparó titulares en la prensa internacional por haber hecho de Verónica, su futura esposa, la mujer que él creyó perfecta según sus cánones. Todo a golpe de bisturí.
Ella llegó a la clínica con la idea de hacerse una reconstrucción vaginal después del parto de su hija, pero el doctor acabó operando también otras zonas: mentón, brazos, piernas, glúteos brasileños, liposucciones, inyecciones de bótox… El cambio de Verónica fue radical. Después de esculpir a la mujer perfecta, el doctor se enamoró de su obra y en su primera cita le propuso matrimonio. Hoy forman una familia y siguen profesando su culto al cuerpo.