Hace seis meses Guillermo y Rosa acordaron un divorcio muy peculiar: el de camas. De no haber sido así, hoy estarían totalmente desquiciados. Todo empezó cuando, después de un tiempo sin conciliar el sueño, Rosa empezó a tomar medidas (sin mucho tino). "Me privé de mi última taza de té y me prometí a mí misma que no consultaría el móvil una vez que entrara en la habitación. Busqué un tutorial en internet con nociones básicas para aprender a relajarme antes de acostarme e incluso ajusté la temperatura de la habitación siguiendo los consejos de mi marido".
Con 53 años y fotógrafa freelance, esta mujer andaba muy inquieta desde que leyó un artículo en el que la profesora londinense Vicki Culpin hablaba de las consecuencias de no dormir las horas suficientes: depresión, demencia, ataques cardíacos… Su sueño era tan ligero que se levantaba con la sensación de no haber pegado ojo. "Me notaba irritable, con dificultad para concentrarme. Cualquier imprevisto en el trabajo me dejaba fuera de mí". Su cabeza no dejaba de dar vueltas a las advertencias de Culpin. Probó, sin ninguna fortuna, un doble acristalamiento para evitar la entrada de ruidos del exterior. Las trifulcas matrimoniales no tardaron en llegar. Primero por el colchón. "Demasiado suave", decía Guillermo. "A mí me parece firme", replicaba ella. Luego por el espacio, que si quítate tú que me pongo yo… Por fin un día, cuando Rosa se puso a contar ovejitas en medio de la noche para tratar de retomar el sueño, se rindieron a lo que era evidente: lo único que podía contar en esa habitación era los ronquidos de su marido.
Su problema es de lo más común. Más de la mitad de los españoles ronca, según la Sociedad Española del Sueño, y a uno de cada tres le cuesta cerrar los ojos. Es un trastorno que afecta sobre todo a hombres, razón que lleva a Guillermo a no poder hablar de ello sin sonrojarse. Con cierta desgana, aceptó la propuesta de su esposa. Hoy duermen en habitaciones contiguas y reconocen que su relación ha salido fortalecida. "Dormir bien es vital, tanto como comer", asegura. ¿Ha sido una decisión acertada? La psicóloga Beatriz Goldberg, experta en crisis individual y de pareja, aplaude esta determinación siempre que sea de mutuo acuerdo y no unilateral. "Ocurre con frecuencia a partir de los 50 o 60 años, pero no siempre los dos consienten de buena gana empezar a acostarse separados. Es importante que los dos expresen su conformidad y no que uno se quede con la idea de que no le corresponde eso".
Pero entonces, ¿no hay riesgo de perder la vida sexual para siempre? ¿Y qué hay de esos momentos de confidencias que transcurren en la oscuridad? Goldberg nos invita a verlo de otro modo: ambos dormirán a pierna suelta y se olvidarán de las caras de recién levantados, los malos pelos, el aliento de la noche… "Muchas parejas maduras -dice- me han confesado en consulta que es un alivio librarse de todo ello y ganar ese momento de intimidad para levantarse cada uno por su lado y arreglarse un poco antes de verse las caras y dedicarse su tiempo de cariños y arrumacos. La vida sexual y amorosa no se reduce a la noche. De hecho, muchas parejas duermen juntas y apenas tienen relaciones, complicidad o gestos de cariño. El vínculo erótico no lo crean las sábanas. El error sería permanecer en la misma cama por una simple necesidad física de estar al lado del otro".
Hay que reconocer que para algunas parejas dormir juntos es una norma inquebrantable y que no a todo el mundo le incomoda ese vaho mañanero, a veces maloliente, según concluyó el psiquiatra estadounidense Paul C. Rosenblat en uno de los estudios que aparece en su libro 'Dos en una cama'. De acuerdo con sus resultados, descansar pegados propicia las pasiones, aleja los miedos y ayudaría a detectar a tiempo una emergencia médica, como una hipoglucemia o un episodio de epilepsia. La postura idónea, matiza, sería mirándose de frente.
Goldberg aconseja mantener ese espacio propio que cada uno considere saludable. "Llega un momento en el que la simbiosis cuesta mucho y acrecentamos nuestras manías particulares. Aunque sea un gesto de puro individualismo, muchas personas deciden mantener esa distancia cuando llega la noche. Esto se observa mejor cuando uno emprende una nueva relación después de una ruptura o un tiempo de soltería. En este caso hay una tendencia frecuente a pernoctar en casas separadas".
Donald Trump y su mujer Melania podrían ser un buen ejemplo, pero son muchas las parejas célebres que cuentan con naturalidad las ventajas de tener camas diferentes. Bertín Osborne y Fabiola comparten habitación, pero no colchón. A él le gustan las sábanas frías y cuando se calienta se despierta. También María Teresa Campos y Edmundo. A la hora de dormir cada uno se va a su habitación.
"Llegada una edad empecé a descansar peor y tomé la decisión de no compartir mi cama con nadie más", ha declarado la presentadora en más de una ocasión. Puede que esta sea una de las claves para lograr una relación tan longeva como la de la reina de Inglaterra y el duque de Edimburgo, aunque ya quisiera más de uno disponer del mismo espacio que los aposentos reales para sumarse a esta práctica.
De acuerdo con una encuesta de la National Sleep Foundation de EEUU, el 25% de las parejas duermen en camas separadas y el 10% en habitaciones diferentes. Las estadísticas podrían repetirse en cualquier país europeo. Los expertos señalan que los ronquidos, el insomnio, la hiperactividad nocturna o las discrepancias en cuanto a la temperatura y los hábitos antes de acostarse y al levantarse pueden acabar con el descanso de cualquiera. El sueño es una prioridad cuando uno se va a la cama puesto que afecta a nuestro estado de ánimo y a nuestra salud.
Las mujeres pierden hasta tres horas por noche en comparación con los hombres, y los ronquidos son los culpables, según reveló recientemente una investigación encargada por la firma Bensons for Beds. Sumarían 45 días al año. Esto hace que empiecen la jornada agotadas, circunstancia que, a su vez, lleva a sentirse deprimidas y a descuidar la alimentación.
En otra encuesta, esta vez realizada por la Universidad de Leeds en Reino Unido, el 29% de los participantes culpó a su pareja de su mal dormir. Ellas se mostraron más propensas a sentirse molestas por la presencia masculina en la cama. El neurocientífico británico Neil Stanley, firme defensor de separación de lechos, calcula que la opción de camas diferentes reduciría a la mitad las probabilidades de crisis en la pareja. Él mismo la lleva a la práctica y, según dice, con éxito. "No tiene sentido pelear por un pedazo de colchón cuando el sueño tiene tan alto valor terapéutico. Quien no descansa bien ve reducidas sus defensas y se expone a virus y bacterias".
Su opinión es que deberíamos considerar el dormir como un acto necesariamente egoísta. "Nadie puede compartir tu sueño. Si sabes que tu pareja está a tu lado, entonces estás despierto. Ninguna objeción si ambos duermen plácidamente".