Con la llegada del invierno y las frías temperaturas muchas parejas confiesan que sus relaciones sexuales dejan de ser tan asiduas. Hasta el momento no se cuenta con un estudio fiable que avale esta falta de libido invernal. No obstante, en Uppers hemos querido saber por qué el deseo sexual aumenta en verano y se relaja en invierno. Para ello, hemos charlado con Patricia J. Díaz, psicóloga, sexóloga y terapeuta de pareja del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid.
Antes de adentrarnos en todo lo que influye el invierno y el verano en el deseo sexual, es interesante recordar cómo repercuten las estaciones del año en el organismo, en el estado de ánimo y en la capacidad física de cada persona. Lo normal es estar muy activos y enérgicos en los meses veraniegos e ir apagándonos al llegar los meses fríos. La primavera y el otoño son preparatorios porque es cuando se empiezan a acusar los cambios de la temperatura, del clima y de la alimentación, además de la variación de las horas de sol.
En concreto, es la luz del sol y su calor lo que afecta en mayor medida a las condiciones físicas y psíquicas. La primavera y el verano nos llenan de felicidad y hacen que las preocupaciones sean más llevaderas. La causa está en que gracias a esa luz del sol el organismo es capaz de producir vitamina D y serotonina en grandes cantidades. Según avanza el otoño y llega el invierno esos niveles de serotonina van descendiendo de forma progresiva porque disminuye el tiempo de exposición a la luz natural.
Las hormonas regulan las funciones biológicas del ser vivo: desde el crecimiento hasta la respuesta al estrés o la reproducción y están supeditadas a factores externos. La serotonina, a la que llaman la hormona de la felicidad, actúa como un neurotransmisor y regula el apetito, el sueño, la ira, la temperatura corporal y el estrés, pero también afecta a la sexualidad.
Ante la menor producción de serotonina durante los meses invernales llega la apatía y ese apetito sexual disminuye. Al volver los meses más luminosos los niveles de esta hormona se disparan, aumentando las ganas de relacionarse sexualmente; de nuevo se despierta esa libido que estaba adormecida.
Por otra parte, entra en juego el papel de la hormona del sueño, la melatonina, que depende de los periodos de luz y oscuridad; aumenta sus niveles al atardecer, induciendo al descanso, y se reduce la producción al amanecer. En invierno, ante un tiempo de luz natural menor, muchas personas tienden a dormir más. Ese sueño que les invade también podría influir en la libido sexual.
Ahondando en el campo psicológico, Patricia J. Díaz destaca que “a medida que se va acercando el verano, disminuyen la carga de trabajo y el volumen de responsabilidades. Se van proyectando las vacaciones, posibles viajes y el momento de parar, lo que nos va sacando de la espiral del estrés en la que el ámbito laboral nos envuelve”. La psicóloga apunta: “Esas épocas de mayor volumen de trabajo es un factor que a muchas personas les provoca dificultades para despertar su apetito sexual”. Por tanto, continúa J. Díaz, “cuando se rebaja la presión laboral y se relativizan el estrés y la ansiedad durante los meses de verano nos abrimos a tener encuentros sexuales”.
También repercute que el buen tiempo da pie a relacionarse socialmente. Según Patricia J. Díaz, “el verano es una época más expansiva que el invierno en la que se organizan nuevos planes de ocio. La salida de la rutina nos hace conectar de nuevo o de forma distinta y aumenta la apetencia sexual tanto para las parejas como para los solteros”. Precisamente, añade, “es la monotonía de nuestra vida y de nuestra actividad sexual lo que nos hace perder la ilusión y la apetencia”.
Otro aspecto que repercute y puede incrementar la libido sexual es la ropa. En invierno, tanto en casa como en la calle se combate el frío capa sobre capa, pero en cuanto aprieta el calor llega el destape. “Al llevar menos ropa se estimula el sentido visual. Esas zonas del cuerpo que en invierno habían estado cubiertas y se liberan en verano como el cuello, los brazos, el pecho, las piernas… se transforman en estímulos eróticos”, subraya la sexóloga.
Tampoco hay que olvidar que el llevar menos ropa “estimula igualmente el sentido táctil”, dice. “Ese roce de piel con piel también despierta el apetito sexual. En invierno nos metemos en la cama con pijama de forro polar, pero en verano prácticamente en ropa interior. Esa sensación de piel con piel por un lado es relajante y por otro estimulante y erótico”, concluye Patricia J. Díaz.
Como recomendación, para que en invierno no decaiga el apetito sexual, la sexóloga propone organizar planes de ocio distintos que nos hagan salir del letargo y de la monotonía, además de subir la calefacción en casa en ciertos momentos para enseñar piel.