Sin mochila a la espalda, sin las suelas desgastadas y sin el polvo que levantan las zapatillas al caminar. En su lugar, velas, timón y la fuerza del viento. Parece que tendremos que empezar a acostumbrarnos a otra imagen del peregrino. La profusión de peregrinaciones náuticas ha hecho que este sea el año santo más azul de la historia. Peregrinar en barco puede que no sea el modo más conocido para los miles de turistas que cada año hacen el Camino de Santiago, pero sí el más genuino.
Según la tradición, Teodoro y Atanasio, discípulos del santo, acompañaron su cuerpo decapitado desde Jerusalén hasta el cementerio en el que hoy se enclava la catedral compostelana. Embalsamaron su cuerpo antes de que fuese devorado por las aves carroñeras y se subieron con él a una de las barcazas que cruzaban el Mediterráneo en los meses de primavera y verano. Su crónica inspiró las peregrinaciones marinas que se hicieron durante los siglos XI y XII emulando esa misma travesía. Desde 2016, año en el que la Oficina del Peregrino reconoció oficialmente el barco como medio para conseguir la Compostela, se ha convertido en una de las opciones más atractivas y vistosas.
Carmen Herrero suma ya tres peregrinajes marinos. Ha recorrido en cada uno un mínimo de 100 millas náuticas, lo ha hecho en embarcación a vela y, conservando el espíritu del camino, ha caminado a pie los kilómetros desde el último puerto de atraque hasta la catedral. Son los requisitos para obtener la ansiada Compostelana, la acreditación que certifica la peregrinación a la tumba de Santiago.
Es palentina y estudió la carrera de Periodismo en Madrid. "Soy de tierra adentro -dice riendo-, pero el mar ya me atrapó la primera vez que lo vi y ahora que lo he vivido tan de cerca con esta experiencia solo puedo decir que es un placer inmenso. El Camino de Santiago a vela incentiva los valores propios de la gente del mar: solidaridad, compañerismo, superación frente a las condiciones adversas que te puede deparar el mar o esa calidad humana que te impide dejar a alguien atrás". Partió el 24 de junio del puerto de La Rochelle, en el suroeste de Francia, en uno de los 30 veleros que formaban la flota. "El 70% eran franceses enamorados del litoral norte de España y de esta forma de navegación sostenible".
Siendo, como ella dice, de tierra adentro, ha hecho del mar su pasión y su profesión. Después de trabajar muchos años en la comunicación de la moda y el lujo, montó su propia consultoría focalizada en el sector azul. Es, además, responsable de comunicación de El Camino de Santiago a Vela, un proyecto que nació hace siete años con el reto de impulsar la vela como opción de turismo náutico sostenible en las costas cantábrica y atlántica. Y lo están consiguiendo: "La demanda creciente de peregrinaciones náuticas ha hecho que este sea el año santo más azul de la historia. Es, además, una experiencia que apoyan institucionalmente tanto la Asociación Nacional de Empresas Náuticas (ANEN) como el Instituto Marítimo Español (IME). Al coincidir este año con el V Centenario de la vuelta al mundo de Elcano, está teniendo un significado especial", indica.
La travesía ha hecho parada en localidades como Hondarribia, Bermeo o Getaria, la ciudad natal de Elcano. "Hemos superado 16 etapas de navegación, haciendo parada en diferentes puertos en los que a los peregrinos se nos ha recibido con alguna ruta guiada, una actividad cultural o degustación de productos típicos. Esa fusión de deporte, patrimonio cultural, naturaleza y gastronomía explican por qué el camino a vela se está consolidando como una opción de turismo muy atractiva y sostenible. Por supuesto, sin desvirtuar la esencia cristiana".
Para Carmen esta edición ha sido una experiencia familiar doblemente gratificante y emotiva ya que ha servido para despedir a su hijo de 18 años antes de marcharse a Estados Unidos a estudiar el próximo curso. "Alquilamos un barco de 12 metros y medio con patrón con capacidad para mis cuñados, sobrinos y uno de mis hijos. Han sido tres semanas de travesía que han dejado momentos increíbles y recuerdos imborrables". Una vez en la Plaza del Obradoiro, da fe de que las emociones son tan intensas como las de cualquier peregrino que llega hasta allí a pie.