Hay puntos en el mundo rodeados de una naturaleza increíble, realmente inhóspitos para vivir por sus condiciones climatológicas, pero estratégicos a nivel geopolítico. Esta es la razón de ser que vio nacer en Alaska a Whittier, un pueblo donde todos viven dentro del mismo edificio y nadie quiere abandonar. En Uppers hemos querido entender por qué se construyó en este remoto lugar semejante bloque de pisos -tiene 14 plantas en altura- que actualmente habita el 80% de los lugareños censados y alberga los principales servicios.
En realidad, aquí todo es peculiar empezando por la propia Alaska, una región que hasta 1867 perteneció a Rusia y que se conocía como la Rusia Americana. En aquel entonces, el zar Alejandro II se la vendió a Estados Unidos por 7,2 millones de dólares. El país había llegado hasta aquí en busca de dar caza a animales cuyas pieles demandaba Europa. Sin embargo, el zar creía que esa región congelada casi todo el año no servía para mucho más. Al cabo de los pocos años, tras la firma de la venta del extensísimo terreno, la operación se calificó como una auténtica ganga para Estados Unidos gracias a la explotación del subsuelo de donde extraer oro e hidrocarburos, por ejemplo.
En cuanto a la pequeña localidad de Whittier, se encuentra al fondo de un gigantesco fiordo, el Passage Canal, en la Bahía del Príncipe Guillermo y bajo un glaciar, pero al refugio de los mares del Golfo de Alaska. El problema actual es que, a 50 kilómetros, en el vecino fiordo Barry Arm existe el riesgo de que la nieve y la tierra caigan al agua y generen un tsunami que “podría tener efectos locales devastadores” en el lugar. De ese modo, la zona se encuentra monitorizada las 24 horas del día y los vecinos del pueblo disponen de un plan rápido de evacuación.
Los orígenes de Whittier son militares, sin embargo, cuando para Estados Unidos dejó de ser un punto geoestratégico importante, cerró la base y una parte de la población que había echado raíces en el lugar decidió quedarse.
Ahora, se ha transformado en un área de servicios turísticos en toda regla, pues su antigua zona militar portuaria se ha transformado en una dársena de cruceristas y en pantalanes para embarcaciones de pesca y de recreo.
Todo empezó en la II Guerra Mundial cuando Estados Unidos decidió construir aquí una base militar, Camp Sullivan, para ampliar el suministro a las líneas del ejército afincado en Alaska. El punto fue elegido por tratarse de un refugio natural ante las duras inclemencias del Golfo de Alaska, por ser un área con un clima típicamente nublado que proporcionaría protección contra los bombardeos aéreos, una profundidad suficiente de las aguas que permitía atracar a los grandes barcos que provenían de los puertos estadounidenses desde el Pacífico y además el Canal Passage estaba libre de hielo durante todo el año.
En agosto de 1941 se inició la construcción de dos túneles ferroviarios para conectar pasajeros y mercancías desde los muelles del puerto de Whittier con la localidad de Portage y más al norte con Anchorage, dos de las principales bases con las que contaba el ejército en Alaska. El 1 de junio de 1943 entró el primer tren en Whittier y empezaron a llegar barcos con cargamentos de modo que la pequeña área militar se transformó en un punto clave para fortalecer las defensas del ejército estadounidense contra la invasión japonesa.
Camp Sullivan terminó convirtiéndose en una ciudad desde la que se seguían realizando suministros militares hasta que, durante la Guerra Fría, diez años después, se construyeron el Edificio Buckner, hoy abandonado, y las Torres Begich (Condominio Begich Towers). La edificación de estas torres vista desde el puerto es chocante ya que rompe por completo el bonito paisaje.
Consta de unos bloques de 14 alturas que hoy ocupan apartamentos de tres y cuatro habitaciones y el único hotel del pueblo en los pisos más elevados que presume de abrir todo el año. También alberga una tienda de comestibles, la oficina de correos, una clínica, un área de reuniones y hasta una zona de recreo con mesa de billar.
En los años 60, toda la infraestructura militar se había transferido a la Administración civil de Estados Unidos y una de las dos torres se liberó para poder ser ocupada por los ciudadanos que no pertenecían al ejército. Actualmente, esta torre sigue funcionando como lugar de residencia.
Cuando termina el verano, el tiempo no permite ni andar por la calle, literalmente, de modo que hace muchos años se construyó un túnel subterráneo que une el Condominio Begich Towers con la escuela del pueblo. Solo unas cuantas familias no viven en las torres, pero se agrupan en unas viviendas unifamiliares ubicadas unas junto a otras a los pies de esta gigante edificación.
En cambio, en plena temporada estival, en Whittier hay mucho movimiento ya que en el puerto atracan los cruceros para que los turistas desembarquen y se suban al tren camino de Anchorage, la ciudad más grande de Alaska, o para realizar los muchos recorridos y actividades de aventura que se organizan por la zona. El pueblo sigue incomunicado por tierra. La única vía de salida, sin tener en cuenta el mar, es a través de esos túneles que excavó el ejército. Ahora los utiliza exclusivamente una compañía de cruceros y el ayuntamiento está en plenas negociaciones para que sus habitantes sigan teniendo un futuro.
Cuando Whittier era una base militar llegó a acoger a 1.200 habitantes. En temporada de verano visitan el lugar unas 700.000 personas al año pero en pleno invierno, al abrigo de estas macro torres, quedan tan solo sus 220 ciudadanos censados.