Existen lugares en España que son auténticamente mágicos. Entre ellos, Canarias. Las ocho islas presentan paisajes únicos en cada una de ellas, con un encanto personal en cada rincón del archipiélago, caracterizado por sus tradiciones, cultura y gastronomía autóctona. Kilómetros de volcanes, playas paradisiacas, bosques de laurisilva… Y entre todo ello, un pueblo que se esconde a orillas del océano Atlántico dentro de una impresionante cueva que deja una estampa espectacular grabada en la retina de todo aquel que visita esa pequeña localidad.
El pueblo, Porís de Candelaria, se encuentra en la costa oeste de La Palma, una pequeña localidad pesquera dentro de una cueva bañada por el vivo azul del océano sobre el que se encuentra. Un lugar de cuento, donde ser capaz de desconectar por completo durante unas horas ante el mar y con la paz que transmite.
También conocido como Proís de Candelaria (proís significa piedra o cualquier otro objeto en tierra al que se amarra una embarcación), para llegar lo ideal es hacerlo en coche por una carretera estrecha con curvas cerradas, por lo que hay que tener una gran precaución, hasta una de las zonas de aparcamiento donde tendrás que dejar el coche para proseguir la marcha andando por el sendero que te llevará en unos cinco minutos hasta el Porís de Candelaria.
No obstante, quien quiera disfrutar de otras experiencias, también se puede llegar caminando a través de algún sendero, o en barco, ya que existen compañías que hacen ese trayecto desde el puerto de Tazacorte y, si hay suerte, puede que incluso te topes con algún cetáceo.
Se trata de una localidad con apenas un par de casas, por lo que dependiendo de cuál sea tu plan debes ir bien equipado con tu bañador y gafas para bucear (lo agradecerás si quieres contemplar el fondo marino), además de unos escarpines para sortear las rocas sin peligro. Eso sí, si la intención es pasar el día, no hay ningún bar ni restaurante, por lo que lleva agua y comida (y luego llévate la basura para evitar estropear el entorno).
Al llegar podrás contemplar la espectacular cavidad en la que se esconden un par de casas blancas que fueron construidas hace un siglo por familias que buscaban un refugio para pasar los sofocantes veranos algo más frescos. En ese breve paseo podrás ver todo su encanto y el horizonte que se dibuja sobre el Atlántico que, por la tarde, regala un atardecer del que difícilmente podrás olvidarte. Por no hablar que desde dentro, la cueva parece tener la forma de la isla de La Palma.
Si el día acompaña podrás darte un buen chapuzón en sus aguas transparente tras dejar tus cosas en alguna de las rocas. Eso sí, asegúrate de que es seguro saltar al agua, pues no hay socorrista, así que es mejor no alejarse demasiado de las rocas para evitar problemas con las corrientes marinas. En caso de que el mar esté bravo, lo más recomendable es contemplarlo desde tierra y otro día con más calma disfrutar de ese baño.