El increíble bosque de secuoyas gigantes de Cantabria por el que querrás perderte

España está llena de secretos. En una de las provincias del norte en la que se respira la sal del Cantábrico y la naturaleza más pura de sus valles y montañas se esconde una increíble masa forestal que te transporta a un mundo fantástico. Es el bosque de secuoyas gigantes de Cantabria por el que querrás perderte y que en Uppers nos ha embrujado.

Cualquiera podría creer que para ver estos árboles obligatoriamente es necesario trasladarse a los bosques de secuoyas de California, Estados Unidos, sin embargo, solo hay que acercarse a la comunidad autónoma cántabra. Aquí ha crecido el Monumento Natural de las Secuoyas del Monte Cabezón, un bosque de ejemplares de 36 metros de altura que además alcanzan 1,6 metros de perímetro medio.

La forma más fácil de llegar al bosque de Secuoyas del Monte Cabezón es en coche (3 minutos) o andando (media hora) desde el pueblo cántabro de Cabezón de la Sal, que se ubica entre Torrelavega y la conocida Comillas. Precisamente, desde Cabezón hay que tomar la carretera regional CA-135 dirección Comillas y atravesar la Autovía del Cantábrico (A-8), que circula paralela al mar. En la entrada del bosque hay un aparcamiento para vehículos y todo el recinto está acondicionado para que sea disfrutado por todas las edades y para personas con movilidad reducida.

Los iniciales fines económicos de las secuoyas de Cantabria

La historia del bosque cántabro de secuoyas gigantes, que se extiende en 2,5 hectáreas, es muy singular. La región acogió con esperanza la plantación de casi 900 ejemplares en los años cuarenta, durante el franquismo, en el Monte Cabezón. Este tipo de árbol es de crecimiento rápido y a futuro se hacen gigantes. Además, los que han estudiado sus particularidades destacan que cuanto más viejos son más crecen todavía.

En aquella época en España, esta plantación se veía como una posible salida económica para los lugareños que al cabo de décadas podrían vender la madera, tal como hoy se sigue haciendo con los bosques de eucaliptos, por ejemplo. Las autoridades “buscaban reducir la dependencia de importaciones extranjeras, incluyendo las de materias primas forestales”.

A las pequeñas secuoyas les gustó esta tierra húmeda rodeada de montañas donde los inviernos se alargan y el calor nunca es agresivo. Sin embargo, cuando llegó el momento de talar ya no interesaba su madera y cada árbol siguió creciendo hasta que el bosque se transformó en este lugar tan espectacular. Es más, en 2003 el Gobierno de Cantabria declaró las Secuoyas del Monte Cabezón un Espacio Natural Protegido y después lo nombró Monumento Natural para entrar a formar parte de la Red de Espacios Naturales Protegidos de Cantabria.

El Bosque de Secuoyas de Monte Cabezón dispone de una senda que se adentra entre los altísimos troncos. Aproximadamente se tarda entre media hora y una hora en recorrerlo completamente. No obstante, es inevitable entretenerse más de la cuenta intentando alcanzar la copa de los árboles con la vista. Además, la frondosidad de las ramas más altas, repletas de hojas verdes y perennes impide ver el cielo y mucho menos el sol.

En diversos rincones del bosque de secuoyas se han instalado bancos para descansar y dejarse llevar por la magia de estos árboles. Desde el mismo aparcamiento se accede a una pasarela de madera tratada de más de 200 metros de larga que penetra en el interior y completa una especie de ruta circular. Gracias a esta pasarela se salvan los obstáculos de la orografía del terreno para quienes lo tienen más complicado como aquellos usuarios de silla de ruedas.

La envergadura de los gigantes troncos del Bosque de Secuoyas de Monte Cabezón transforma a los visitantes en seres insignificantes que toman conciencia del poder de la tierra en estado puro. Con toda la humildad posible, el paseo reconforta porque se reconecta con la naturaleza y se vuelve a vibrar lejos del ruido de la humanidad.

La visita, ya sea observando el grosor de los troncos o su increíble altura, merece la pena en cualquier estación del año, tras la primavera habrá que volver en verano, en otoño y en invierno. Los lugareños solo ponen una condición: no abrazar a los árboles. Esa costumbre que parece un gesto idílico para sentir el bosque deteriora visiblemente los troncos y el manto del suelo.