Uno de los encantos de nuestra geografía costera se encuentra en el norte y forma parte de su paisaje, igual que las altas montañas, su cultura, su espléndida gastronomía, sus vinos o sus playas. Son los característicos toldos en forma de casetas con rayas azules y blancas. Ofrecen una estampa idílica en medio de algunas de las mejores playas de España y muy cerca de los acantilados más bellos y de esos campos de golf que en nada tienen que envidiar a los del norte de Europa en los que los veraneantes aprovechan la temporada para perfeccionar su swing.
La idea de las casetas nació en el siglo XIX en las playas de San Sebastián y Santander, ciudades pioneras en los baños de mar. A mediados del siglo XIX, se anunciaron en los periódicos los llamados entonces baños de ola o de oleaje en El Sardinero, la primera playa de España a la que acudieron los madrileños y los habitantes de las ciudades del interior. La mayoría era gente adinerada que siguió el ejemplo de la reina Isabel II, quien, acatando el consejo de su médico para tratar un problema dermatológico, inauguró la costumbre de bañarse en el mar. Primero en San Sebastián y luego en Santander. Las familias nobles instauraron en estas ciudades sus veranos elegantes, largos y tranquilos. De aquella época son algunos de los palacetes que hoy miran a los malecones.
Un artículo publicado en la Gaceta Médica el 20 de julio de 1849 mencionaba ya las casetas en su descripción de la playa de El Sardinero: "En la orilla del mar hay un bonito templete de hierro fundido elegantemente dispuesto para recibir la gente que de media en media hora conducen los ómnibus desde la ciudad y viceversa. Hay además dos diferentes casitas de madera con varios cuartitos independientes. Estas casas están un poco distantes entre sí, y se hallan destinadas una para señoras y otra para caballeros, teniéndose además en ellas almuerzos y meriendas".
Este paisaje inspiró en 1910 a Joaquín Sorolla su famoso lienzo 'Bajo el toldo, playa de Zarauz', el cuadro de mujeres vestidas de blanco observando el mar bajo un toldo en la playa de Zarauz. Durante décadas se mantuvo la predilección del norte por parte de la aristocracia, la alta burguesía y otras gentes influyentes que se alojaban en balnearios o en sus propias residencias de verano. Biarritz, San Sebastián o Zarauz eran los destinos preferidos. El balneario del Sardinero de Cantabria era, por ejemplo, frecuentado por Alfonso XIII. Este gusto por el norte impulsó una agenda cultural y de ocio muy atractiva en estas ciudades. De paso, servía para cerrar algún buen matrimonio.
El servicio se bañaba a las seis de la mañana y lo hacía con bañadores hechos con tela de sábana que, lógicamente, se quedaba pegada al cuerpo. A las diez lo hacían las solteras. Después, era la hora de los veraneantes que seguían en el agua la prescripción de sus médicos. Generalmente, eran entre tres y nueve olas. Los aristócratas, sin embargo, marcaban ellos mismos el tiempo. Construidas sobre una sencilla estructura de madera, las casetas disponían de una zona de descanso y un cuarto donde estos ricos guardaban los peines, las toallas y otras pertenencias.
Los baños se popularizaron y de aquellas imágenes quedan hoy las coloridas casetas de rayas azules y blancas que bordean el paseo marítimo y alegran las ciudades de buena parte de la costa vasca y cántabra. Siendo modernas, conservan ese atractivo aristocrático del siglo pasado.
Aunque parezca que aquí el tiempo se ha detenido, Íñigo García, gerente de la empresa que gestiona más de 500 toldos en la playa de Zarauz, nos cuenta que las cosas hoy son diferentes. “Empezando por los propios veraneos. Aquellos veranos largos de entonces ya no existen para nadie. Las estancias son lógicamente más cortas, pero los toldos se siguen alquilando igual. La mayoría de las familias las adquieren para la temporada completa, que va del 1 de junio al 15 de septiembre. Son veraneantes de toda la vida y, en su mayoría, personas de Zarauz, que quieren un toldo en primera línea de playa”.
Los toldos funcionan con concesiones privadas. En Zarauz, la temporada completa, del 1 de junio al 15 de septiembre, cuesta 395 euros por caseta. También se puede alquilar por 20 euros el día. Además del toldo, el alquiler incluye una silla y un banco de madera muy típico.
Como asientos no son cómodos, tienen su “charme”. Como lo tienen también las esculturas, palacetes y terrazas que jalonan esta playa de 2.500 metros, la más larga de Guipúzcoa y una de las más extensas del Cantábrico. “La caseta es un distintivo con una personalidad muy marcada. Se usa para dejar la ropa o lo que uno quiera llevar a la playa, pero su razón de ser no es su utilidad, sino el hecho de que sirva de punto de encuentro para pasar las jornadas playeras o el valor de la tradición.Hay familias que mantiene esta costumbre desde hace más de 70 años", indica Íñigo.
Y en el mantenimiento de esta costumbre tienen mucho que ver las personas que, como este gerente de Zarauz, se dedican a cuidar las casetas y bridar la calidad que exige este servicio. “Es un trabajo duro. Cada día hay que atar los toldos, controlar las mareas, que a veces suben mucho, o anticiparse a una galerna para que el viento que azota de forma súbita no los arrase". Íñigo es un hombre de mar y conoce bien su comportamiento. Sabe cuánto subirá la marea por la noche, si el mar se presenta tranquilo o cómo será el impacto de un oleaje. A veces empezamos a recoger con unas horas de antelación y dejamos solo los palos, que soportan bien estos incidentes meteorológicos.
Cuando el verano toca a su fin, sobrecoge la desnudez de las playas sin este elemento pintoresco. Las casetas no desaparecen, sino que empiezan su propio proceso de recuperación, una puesta a punto o "lifting facial" para mostrar su mejor cara al año siguiente. “A partir de septiembre, toca mantenimiento de los toldos, reparación de las sillas y los bancos o incluso hacer otros nuevos. El salitre, la arena, el viento y el propio uso obligan a un cuidado meticuloso”. El mismo procedimiento siguen los 440 toldos de la playa de La Concha, los 240 de Zurriola o los 424 en Ondarreta. Mientras, y hasta casi entrado el otoño, las temperaturas siguen invitando a bajar a la playa y darse un chapuzón.