'Profesional' de la playa del sur vs. norte: "El beachspreading de Andalucía no se da arriba"

  • El paisaje costero en verano parte el país en dos: norte y sur

  • La discreción norteña contrasta con la tendencia familiar en las costas andaluzas a ocupar buena parte de la playa

  • El fenómeno se conoce como "beachspreading" y requiere un manual para desafiar la afluencia de gente

España es un país de contrastes. Para muestra, la estampa tan diferente que ofrece la costa en verano según nos encontremos en el sur o el norte. Hablar de ello nos haría caer en algún tópico que puede sonar rancio o repetido, pero hay reconocer su trasfondo de verdad, sin que ello signifique inclinar la balanza hacia un lado u otro de nuestro kilométrico litoral.

Una de las diferencias la marca la meteorología. Quien se encuentre en una plaza andaluza, por ejemplo, raramente tendrá que estar pendiente del cielo o de las nubes que amagan con una tromba de agua. El turista se entrega al placer del sol, el agua y la arena. Y lo hace de una forma expansiva en un fenómeno que, a pesar de llevar décadas con nosotros, ahora se ha rebautizado con el nombre "beachspreading". Las playas del sur invitan a la familiaridad, el disfrute y el esparcimiento de una forma tan natural que uno se ve en la tentación de arrastrar parte del hogar hasta la playa: sillas, sombrilla, barbacoa, juguetes, bolsas repletas de bártulos y, por supuesto, una nevera bien generosa.

Miguel: "En el norte nos comportamos de una forma más austera"

Eso es el "beachspreading", un concepto que integra el esparcimiento playero y una costumbre que define esa singularidad de la costa principalmente andaluza y levantina. Miguel Trapero, un comerciante madrileño de 48 años que suele alquilar una casa en Salobreña con su mujer, sus tres hijos, su suegra y quien se quiera sumar a lo largo la quincena, admite que este tipo de veraneo es para quien sabe disfrutarlo. "Si escogemos el norte, nos comportamos de una forma más austera, menos expansiva… Ni mejor ni peor, digamos que se impone el minimalismo y un turismo más activo. Más caminatas y otras actividades", dice.

Admite también que el "beachspreading" exige unas reglas que hay que aplicar desde el primer día. "La primera, el madrugón. Este chiringuito no se monta solo. Hay mucho que preparar antes de salir y mucho que hacer al llegar. Además, si no llegas puntual, te encuentras con que han invadido tu parcela".

Miguel se permite hablar de "su parcela" porque desde hace años, la familia se coloca en el mismo lado de la playa. "Esto significa que a eso de las ocho de la mañana uno de nosotros ya está aquí montando el tenderete. Hace años, lo hacíamos así y nos volvíamos a desayunar. Ahora este tipo de reserva ya no está permitido y, como mucho, una vez que tomamos el sitio, damos un paseo sin alejarnos de allí".

Poco a poco, los Ayuntamientos han tenido que ir poniendo el freno a la llamada guerra de las sombrillas con sus propias ordenanzas. La localidad malagueña de Algarrobo fue pionera en el veto de "la reserva previa" con la implantación en 2015 de una normativa por la que prohibía "la permanencia de sombrillas, parasoles, jaimas, veladores y demás enseres sin la presencia de su propietaria, con la finalidad de reservar el espacio físico de la playa". En una familia amplia como la de Miguel, guardar sitio significaría apropiarse de una amplia parcelita en medio de la arena. 

La cultura del chiringuito: hay más de 500

No obstante, no es la más expansiva. Se pueden ver carros de la compra que rebosan enseres. No faltan protección solar, mosquitero para la abuela, crema hidratante, tiritas y algún antiséptico de uso general. "Siempre hay alguna herida, una rozadura o algún corte superficial", dice este padre de tres hijos en plena adolescencia. Sus hijos se han acostumbrado a este despliegue, aunque el mayor empieza a echar mano del chiringuito que tienen a pie de playa. Y no lo ve mal. "Los fines de semana cambiamos la nevera por la terraza. Y también el café de la sobremesa hemos decidido tomarlo en el chiringuito".

Y después de una larga sobremesa, de vuelta a la playa a dormir una siestecita sin miedo a que al despertar la marea te sorprenda en alta mar. Un lujo casi exclusivo del sur. Germán Cantal, gerente de la Asociación de Chiringuitos Costa Tropical corrobora esta filosofía de disfrute máximo que está en el propio ADN de las costas andaluzas. Hay más de 500. "El chiringuito es un elemento tan importante en el paisaje playero como el propio mar o la arena. Es un turismo que admite, dentro de un decoro básico que se sobreentiende, un desenfado mayor. El chiringuito es cultura, convivencia, gastronomía… alegría con los cinco sentidos".

En ellos el espeto es el rey y la cerveza la reina consorte. "Cada uno tiene su propia especialidad, pero el espeto, el pescaíto, las ensaladas, la cerveza y el tinto de verano siempre están entre los más solicitados". Y a pesar del tinglado de las neveras al borde del mar, muchos de los chiringuitos tienen que dar hasta tres turnos de comidas. "No hay tregua. Desde los más madrugadores, que toman aquí su primer café, hasta bien entrada la madrugada, los chiringuitos son parte imprescindible para los playeros", añade Germán.

Un oasis, a pesar de la multitud

El chiringuito no ha dejado de evolucionar en estos últimos años para convertirse en un referente gastronómico más sin gastar mucho dinero. "Es ese lugar -indica Germán- donde disfrutas de tu tiempo libre, te olvidas de quién eres o de cuánto dinero tengas en la cuenta. Dan significado a las vacaciones de la manera más pura y natural. El clima, el estilo de vida andaluz, el concepto de convivencia de sus gentes, su habilidad para entablar una conversación, la prolongación del verano… El chiringuito es veraneo andaluz, cultura, gastronomía y nuestra propia historia".

Frete a la superpoblación del sur, el turismo siempre más discreto, cuantitativamente, del norte. Como advierten nuestros entrevistados, no es una cuestión de belleza. Ni siquiera de preferencia. "Cada lugar tiene su encanto y su riqueza. El clima cálido favorece la afluencia de gente y, aunque desde fuera la imagen puede resultar un tanto agobiante, no deja de ser un verdadero oasis para quien, como nosotros, acostumbra a pasar el resto del año en secano", zanja Miguel con claro acento castizo.