Con el levantamiento de ciertas restricciones, la pandemia empieza a darnos un respiro a los tragaldabas. No será dentro de mucho cuando los viajes interprovinciales se reanuden y los españoles podamos retomar aquello que más nos gusta: comer y beber en compañía; coger el coche y plantarnos en mitad de la nada para disfrutar de los secretos de la gastronomía nacional.
Te proponemos cuatro viajes gastronómicos para que empieces a descubrir (otra vez) el placer del estómago saciado y el vino.
Galicia es sinónimo de bosques centenarios, retranca, pazos de piedra y, por supuesto, centollos del tamaño de bebés recién nacidos. Como casi siempre, lo que dicen los rumores falta en cierto modo a la verdad o se queda corto. Históricamente, las Rías Baixas tienen fama de concentrar los mejores restaurantes de Galicia.
Si no has oído el nombre de estos, apúntalos mientras te bebes un albariño: Viñoteca Bagos, A Curva, Sabino, Taberna Meloxeira. Pero en esta región no se quedan ahí a la hora de ofrecernos opciones, algunas centradas en empinar el codo con serenidad: bodegas como los Pazos de Lusco o de Señoráns; o si queremos mezclarnos con la tradición local, el paseo por las lonjas y sus misteriosas pujas de pescado, de reglas centenarias. Llevan más de cien años funcionando así.
Paisaje que entra por los ojos y buena comida tradicional en alguna casa de comidas de la zona (el gourmet sabe que hay que comer lo que en el día a día es conocido por todos). Más no se le puede pedir a la vida.
El espíritu del español nunca le hace ascos a un buen arroz tradicional o con invenciones atrevidas, aunque Valencia, como cuna de la cocina mediterránea, es mucho más en cuanto milagros para la panza. Una de las mejores opciones es buscar la fecha de la denominada ‘cuiba oberta’, una suerte de evento anual en el que restaurantes estrella de la ciudad acercan su cocina al ciudadano de a pie.
Lo más interesante de esta ruta es el componente de alta cocina que ha convertido a Valencia en un destino doble, tanto para el arrocero que no busque complicaciones en su gula como para el que aspire a paladear innovaciones de todo tipo, muchas de ellas relacionadas con el chef Ricard Camarena en sus restaurantes.
Cocina de mercado combinada con punzantes texturas y sabores a la búsqueda del paladar inconformista. Otras opciones son la paella de Casa Carmela, toda una institución, La Sucursal, con menús degustación basados en el producto de temporada, o si queremos escapar del bullicio de la ciudad y meternos de lleno en la Albufera, la arrocería Duna. Lo bueno es que solo hemos empezado a nombrar sitios en los que dejarse caer. Hay muchísimos más.
Asturias es algo más que delicioso colesterol y la contundente fabe en un mar encharcado y espeso de salsa. Además de anhelar una mariscada por principio vital, deberías fijarte en otro de los productos. Difícil no pensar en el verbo escanciar. La sidra, sí, esa bebida ácida y chispeante que desde 2002 está protegida por su propia Denominación de Origen, al igual que lo están sus otros productos típicos: el queso de cabrales y la fabada.
La sidra no solo es un componente esencial en la gastronomía de esta región, sino que goza de su propia ruta, en la denominada Comarca de la Sidra. Plantar el coche en pueblos como Colunga, Sariego o Nava, con un famoso museo dedicado a esta bebida, solo es el principio de un viaje que, además de la degustación de productos locales, nos entrega paisajes que cortan la respiración. El comilón puede pasearse por los campos llenos de manzanos y asistir a la recolección, fruto de las técnicas tradicionales con otras más avanzadas.
Untuosa tripa y casquería suenan con esta sugerencia: callos, oreja, morro; el cerdo atomizado y convertido en vergel para el que quiera salir a algún restaurante (sugerimos La garrocha o Lucrecio, con fama de los callos más gritones).
Una tierra bien conocedora de la matanza y la tapa, ruta obligada desde hace tiempo. Valladolid es, además, un lugar donde empieza a haber más ferias de restauración que de costumbre. No hace mucho que la ciudad cuenta ya con su propio concurso nacional de pinchos, con anzuelos fantásticos para el gastrónomo de pro interesado en pocas zarandajas: el de lechazo a la parrilla, por ejemplo, y muchas otras opciones más amigas de la alta cocina a precios asequibles.