Desde un profundo vacío a disfrutar como nunca. Las sensaciones que pueden embriagar a una persona que experimenta sus vacaciones de manera independiente, tras años de vivirlas con la compañía de los hijos, pueden resultar distintas e intensas. Hemos hablado con varias de ellas para que nos cuenten sus diferentes modos de afrontar una situación que puede volverse novedosa e impactante en sentidos simultáneos y correlativos.
ObjetoresCecilia, de 52 años, y su esposo Martín, de 48, hace tres veranos que van de vacaciones en pareja y sin hijos, enfrentándose a esos momentos de soledad de formas algo opuestas. El detonante fue que su hija, que ahora tiene 19 y en aquel momento tenía 16, manifestó un claro deseo de no volver a ir con ellos porque se aburría. Prefería quedarse en casa y seguir viendo a sus amigos. Lo expresó así de claramente. Ambos consideraron que era lo bastante responsable como para quedarse en casa esas dos semanas pero, una vez separados, lo encajaron de forma distinta:
"A Martín no le importa", explica Cecilia, "él lo comprende y disfruta de la situación sin echarle de menos. Para él, poder hacer nuestros planes sin tener en cuenta sus gustos por unos días, tiene su lado positivo. Yo sin embargo, aunque también veo las ventajas, echo de menos a mi hija. Ya van tres años y no me termino de acostumbrar a que no esté. La verdad es que lo pasaba mejor antes en familia. Me resulta un poco triste en ese sentido que ya no le apetezca venir, aunque entiendo perfectamente que es normal. Pero no puedo evitar que se me haga un poco soso, siento cierto vacío y vértigo, aparte de que me preocupaba bastante al principio por si se estaría apañando bien sola en casa. A estas alturas confío en eso pero no me quedo del todo tranquila tampoco, y mi marido eso también lo lleva mucho mejor. Supongo que me cuesta bastante dar cancha y centrarme en mi propio disfrute".
El caso de Cristina es muy distinto. Tiene 51 años, es madre soltera de un hijo de 22 y ambos acordaron cuando él cumpliera 17 que se separarían durante las vacaciones sin ningún conflicto: "No me supone ningún problema, los dos lo preferimos así, lo hablamos hace años, veía que estaba preparado y que podía ser algo bueno para los dos, vivir un poco nuestra independencia separados. Yo por mi lado disfruto mucho con familiares y amigos y él lo mismo, planea cosas con su pandilla, hablamos de vez en cuando y todo ha ido siempre bien, de hecho cada vez mejor. Lo pasaba muy bien con él de vacaciones, aunque con el cambio valoré poder hacer lo que me diera la gana sin pensar en nadie, comidas, horarios... Claro que lo echo de menos y que a veces me he preocupado, sobre todo antes cuando era más jovencito, pero sé que si necesita de verdad algo me llama y sabe que estoy ahí y cuando nos vemos después de unos días me da mucha alegría. Vivimos juntos y no pasa nada por separarnos unas semanas de vacaciones, lo encuentro sano y refrescante".
Isabel y su marido se enfrentan a una situación peculiar: como pareja acaban de empezar a vivir sus vacaciones sin hijos por primera vez, ya que cuando dio comienzo la relación su marido era padre y juntos han tenido un hijo más, así lo que la compañía infantil y juvenil ha sido una constante en sus viajes. Su enfoque está lleno de sorpresa, descubrimiento y comodidad. "Lo que más valoro es poder disfrutar del viaje sin pensar en los demás”, explica Isabel, "que si les gustará este plan o no, que hay que buscar un sitio para comer porque estarán muertos de hambre, que si aquí hay mucha cola y no entramos…”
El contraste está siendo claramente positivo y esa libertad se ha vuelto un factor apreciadísimo por ambos, que se encuentran igual de satisfechos y alegres ante el panorama: "Hacemos lo que nos apetece en cada momento, si no podemos comer en condiciones no pasa nada, ya cenaremos. Si hay cola pero nos apetece un montón entrar la hacemos sin tener que justificar demasiado si merece tanto la pena… Entre hijos anteriores y posteriores siempre habíamos viajado con niños. Y eso que no han sido malos viajeros. Los hemos llevado a países lejanos, algunos de ellos nada cómodos, y no han sido pesados ni siquiera de muy pequeños, pero es inevitable que los viajes sean más tensos con ellos. Esto está siendo un descubrimiento maravilloso. Dentro de una semana nos vamos a Camboya. ¡Solos!", añade a modo de celebración.
Julián y Ana, ambos de 64, han llevado el asunto con cierta melancolía pero se han encontrado con un giro curioso del que han conseguido sacar lecciones valiosas. "Tenemos tres hijas y se fueron descolgando de las vacaciones familiares una a una en diferentes años hasta que nos quedamos solos y nos hicimos a la idea de que cada uno iba a su bola. Resultó un poco raro, aunque sea ley de vida nos sentíamos algo rechazados, era inevitable que se acabaran aburriendo con nosotros pero lo recalcaban mucho, que éramos un rollo, cosas de la edad", reflexiona Ana ante el recuerdo reconociendo cierto pesar.
Pero a la historia de las hijas de Julián y Ana aún les quedaban varios episodios: "desde el año pasado", continúa Ana echándole sentido del humor, "la mayor que vive por su cuenta se está volviendo a apuntar a planes con nosotros por gusto, por echar tiempo juntos. Lo cogemos con ganas y pensando en ello nos damos cuenta de que igual fuimos poco comprensivos al principio en vez de aprovechar los cambios que van llegando, porque todo tiene su gracia y al final la vida son fases. Era lógico que ellas quisieran su independencia y también que les vuelva a apetecer pasar ratos con nosotros en un momento dado. Nosotros también hemos acabado apreciando más nuestra libertad y compañía como antes de que nacieran, aunque nos costó en principio. Nos chocó el cambio después de tantos años de costumbre. ¡De todo se aprende!", acaba exclamando optimista presa de un espíritu parecido al de Isabel.
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