Un día eres joven y al siguiente te recuerdas a tu propio abuelo. Con una esperanza de vida notablemente más corta, hace unos años llegar a viejo estaba vinculado a la jubilación, en torno a los 65 años. Pero el aumento de la esperanza de vida (86 años de media) y el cambio del mercado laboral han hecho que la llegada 'oficial' a la vejez, ese estado de dignidad y sabiduría asociado a la experiencia, sea un proceso totalmente subjetivo. Hay personas que quieren escapar del estereotipo más negativo de ser viejo y otras que se regodean en él. ¿Ser o sentirse viejo? Y antes de eso: ¿Qué es hoy ser viejo? Algunos uppers de entre 60 y 80 años nos responden; antes, sepamos qué coordenadas definen los límites de la vejez.
La mayoría de los expertos coinciden en que no hay una crisis de vejez como sí la hay a los 40 o a los 50. Pero también admiten que en torno a los 70 sí ronda una sensación de que se llega a una nueva etapa vital. Y llegaremos, insisten, con los ánimos con los que hayamos vivido.
Por desgracia, esa nueva etapa puede coincidir con algún problema físico o con algún signo de deterioro cognitivo, aunque realmente, con un buen estilo de vida, no hay por qué padecer las enfermedades sistémicas de la madurez (hipertensión, diabetes, colesterol).
No se puede hablar de una edad concreta en la que se pasa de ser maduro a ser viejo. Sin embargo, la OMS considera una persona de edad avanzada a aquella que tiene entre 60 y 74 años. Desde los 74 y hasta los 80 se es viejo, y a partir de los 90 se entra en la cuarta edad o vejez avanzada.
Según avancemos como sociedad, estas categorías probablemente tendrán que actualizarse. Mientras tanto, hay algo cierto: se aprende a envejecer desde joven y envejecemos como vivimos. La experiencia de estos tres uppers lo demuestra.
Maureen es costarricense y vive desde hace poco en España. Curiosa y dinámica, la suya es la experiencia de una mujer para la que los años son solo una cifra. "Tengo 62 años y no me considero vieja. Creo que el sentimiento de ser viejo es muy subjetivo. Me mantengo muy ocupada, sigo trabajando en consultorías, como hace más de 20 años, estoy sacando una Maestría en la universidad, hago ejercicio mínimo tres veces a la semana", explica.
Sobre los inevitables cambios físicos, los vive con serenidad: "Ciertamente hay una serie de cambios físicos, que hay que aceptar como parte de la edad, por ejemplo, algunas arrugas más, más sensible a los cambios físicos, como, en mi caso, algunas alergias. Pero nada que te detenga ni te quite la energía de moverte y desarrollar nuevos proyectos personales y sociales".
Si tuviera que definir su momento vital, la sabiduría sería la palabra. "En esta etapa de la vida también se tiene mayor sabiduría, más experiencias que permiten regular mejor las emociones personales y tomar decisiones más asertivas. Ya no se tienen los hijos pequeños, con lo cual tienes más libertad de movimiento. Y si has sabido manejar bien las finanzas, más holgura financiera".
Si hay un hombre encantado con su jubilación, ese es José Ignacio. Hace unos años, este antiguo directivo que anda por los 70 y tantos obtuvo una buena prejubilación y, desde entonces, su vida gira en torno a una apretada agenda de actividades culturales, deportivas y sociales. "Vivo como Dios. Es cierto que te tienen que salir los números, y que eso no siempre ocurre. Pero, en mi caso, durante estos años me estoy dedicando a lo que siempre me ha gustado: salir a andar, escribir algo y, sobre todo, leer", señala. José Ignacio es un miembro destacado del club de lectura de la biblioteca municipal de su barrio.
Aún no le ha llegado el momento de sentirse o verse viejo. "En estos años he adelgazado, ya no hay comilonas de empresa y a mi mujer y a mí nos gusta cuidarnos, salgo más, no perdono un paseo haga o no bueno... Planifico la semana con mi mujer y siempre estamos liados con algo", explica con un atisbo de orgullo. Cuando dejamos de hablar con José Ignacio es inevitable pensar que si esto es la vejez, estamos deseando ser viejos.
Acaba de cumplir 82 y es el ejemplo claro de que la vejez no 'sucede' de un día para otro. Su caso es la cara menos amable de cumplir años. Gabriel no sufre ningún tipo de deterioro cognitivo; de hecho, tiene una lucidez envidiable, pero "la chapa y pintura es lo que peor tengo, y también algún problemilla de motor", explica con guasa este aficionado a la velocidad.
Fue la velocidad lo que aceleró su paso a la vejez. "Hace 20 años tuve un accidente de moto. No fue grave y apenas pasé tiempo en el hospital; pero, desde entonces, empecé a moverme peor, cogí miedo a los coches y empecé a salir menos. Empezó la cuesta abajo", nos explica.
Este aislamiento social hizo que otras enfermedades fueran apareciendo y, lo peor, que no fueran diagnosticadas a tiempo. Es el caso de su degeneración macular, una enfermedad asociada a la edad que afecta a la visión. Hoy, con algún otro problema cardiaco añadido, Gabriel disfruta de una vejez serena, pero poco activa. Necesita los cuidados de sus hijos y de otras personas externas. "No ver es lo que peor llevo", asegura. Su ceguera parcial le ha hecho convertirse en Gran Dependiente. Es precisamente la dependencia lo que señala el peor límite de la vejez. Cuando son necesarios los cuidados externos y la ayuda de los Servicios Sociales, la vejez se expresa con su peor cara. Hasta entonces, y mientras podamos evitarlo, 'solo' seremos unas personas a las que la vida nos ha vuelto más valiosas y más sabias.