La crianza nos tiene reservados unos cuantos momentos complejos. Pero quizá el que genera más angustia es ese en el que ves que los hijos van a cometer un error y queremos evitarlo. El instinto de protección natural hace que tratemos de impedirlo por las buenas (en una conversación serena), por las malas (empiezan las subidas de tono) o por las de "porque yo lo digo".
Si lo pensamos un poco, ¿es realmente necesario que impongamos nuestro criterio? Todos hemos cometido errores más o menos jóvenes que nos han permitido adquirir experiencia, entender cómo funciona el mundo y crecer como personas. Nos equivocamos tanto o más que nuestros hijos, y aquí estamos. ¿Debemos dejar que los hijos se equivoquen?
Muchas veces el miedo es el que nos empuja a la sobreprotección. "Tenemos tanto miedo al cambio que desarrollamos mecanismos de defensa como el autoengaño o la resignación para no cambiar", explica la psicóloga Rocío Rivera López en su libro 'Me cuesta estar bien'.
Sin embargo, a lo largo de la vida es habitual que nos encontremos con momentos en los que debemos realizar alguna modificación en nuestro estilo de vida. Y en esa actualización es posible que incurramos en errores. ¿Por ello dejaremos de hacer los cambios necesarios? "En algún momento, puede que tengamos que dejar a nuestra pareja, cambiar de ciudad o atrevernos con un trabajo nuevo. En esos momentos, en la mayoría de nosotros aparece un sentimiento de temor y miedo que puede hacer que no nos atrevamos a dar ese paso y, por tanto, nos quedemos anclado en nuestra zona de confort", asegura la experta. En esos casos, cuanto más posibilidades de error, mayor deseo de protección. Sin embargo, los errores son funcionales. Cumplen un objetivo.
Aunque intentemos negar emociones como la confusión, la tristeza o la ira, las emociones negativas no desaparecen. De hecho, cumplen su función, ya que hablan del deseo del niño. Cuando los niños y los adolescentes se sienten respetados, escuchados y queridos, incluso en medio de la confusión, la tristeza y la ira, son finalmente capaces de encontrar modos de elaborar e integrar aspectos difíciles o complejos de manera sana y significativa.
Por esta razón, muchos terapeutas abogan por permitir a los hijos que se equivoquen y no estén permanentemente sobreprotegidos por sus padres. En líneas generales, cuando los padres sobreprotegen a los niños sin darles la opción de que resuelvan sus propias dificultades, los hijos tienen problemas para manejar sus emociones, algo que tiene consecuencias como la intolerancia a la frustración.
Es necesario dejar que los niños y los jóvenes se equivoquen y que vivan el error como algo natural. Si eliminamos el error de nuestras vidas, estamos admitiendo que solo prevalecen los que no se equivocan, lo que conduce a una menor autoestima y mayor dependencia de los padres. Por el contrario, las equivocaciones nos permiten aprender y reconducir situaciones. De hecho, hay al menos cinco razones por las que debemos dejar que nuestros hijos se equivoquen.
Si intervenimos cuando vemos que se acerca la equivocación, el mensaje indirecto que puede llegar al niño o al adolescente es que no confiamos en que sea capaz de hacer las cosas por sí solo.
Cuando no permitimos que los hijos cometan sus propios errores lo único que conseguimos es retrasar el momento en que salgan al mundo por sí mismos. El peligro es que serán poco autónomos.
Para fomentar la autonomía, hay algo previo indispensable, y es el disponer de una base de seguridad y confianza. Esto implica que debemos educar en la cultura de la perseverancia; es decir, en el valor de intentar las cosas las veces que sea necesario hasta cumplir el objetivo. En la medida en que la persona sienta que puede, realizará por sí sola acciones dirigidas a alcanzar aquello que desea o necesita.
Según afirman los expertos, con cada uno de nuestros actos transmitimos a los hijos mensajes que no verbalizamos. Cuando sobreprotegemos a un hijo para que no se frustre ante los fallos que pueda cometer estamos favoreciendo la dependencia emocional de los padres y la ansiedad.
Si dejamos que nuestros hijos cometan sus propios errores, les ayudaremos a entrenar la flexibilidad ante imprevistos con los que no se contaba, algo fundamental para la vida adulta y un avance enorme para su autonomía.