Todos tenemos recuerdos de nuestra infancia que, por mucho que pase el tiempo, ahí quedan. Recuerdos en los que muchas veces hay personas que desaparecieron de nuestra vida, especialmente de esos amigos que nos acompañaban, por ejemplo, en los meses de verano y que, durante unas vacaciones, ya nunca volvieron a verse. Algo parecido ha ocurrido en una residencia de mayores. Entre las muchas historias que habitan dentro de sus residentes siempre hay algunas que son de lo más especiales, como la de José Berral y Antonio Belman, de 94 y 92 años.
Ambos son amigos de la infancia, naturales del pueblo sevillano de Herrera. La residencia Fontsana Son Armadams, de Palma de Mallorca, ha contado su historia. “Eran amigos y cómplices en sus travesuras. Se pasaban el día jugando al fútbol con una pelota de trapo. De adolescentes empezaron a trabajar en la huerta que tenía la familia de Antonio y, después de faenar entre olivos y viñas, recuerdan comer, muchas veces a escondidas, alcachofas recién cogidas”, relatan.
Todo cambió cuando en el año 48 ambos separaron sus caminos, ya que José se machó con sus hermanos y su padre, que había enviudado, a Mallorca. Allí formó su vida, se casó y tuvo hijos que luego le dieron nietos. Sin embargo, nunca supo que Antonio también siguió sus pasos años más tarde, mudándose a la isla en la que también formó su familia. En total, 75 años sin saber nada el uno del otro, hasta principios de este año.
José y Antonio nunca se cruzaron en la isla, o eso creen. Fue en enero cuando estando en la residencia Antonio oyó hablar de José en la residencia en la que está desde hace alrededor de un año. “La alegría fue máxima cuando reconoció a su paisano, que también vive en el centro desde hace un año tras haberse quedado viudo. José y Antonio mantienen un buen estado físico y recuerdan perfectamente algunos de los episodios que vivieron cuando eran amigos de la infancia. Acaban de protagonizar un reencuentro de amigos que confirma como el destino a veces es caprichoso”, comentan desde la residencia.
Tras más de siete décadas sin verse, ahora tienen tiempo para ponerse al día, recordar los grandes momentos que pasaron juntos y crear recuerdos nuevos en esta etapa de sus vidas. José y Antonio han demostrado que la vida nunca deja de sorprender ni de emocionar, ni siquiera pasados los 90.