En el complejo viaje de la crianza, la adolescencia emerge como una etapa especialmente desafiante tanto para los hijos como para los padres. Hasta entonces, los adultos se han ido guiando por su instinto, por las docenas de libros y artículos que han caído en sus manos desde que recibieron la feliz noticia de que iban a ser padres y, por supuesto, por sus vivencias particulares.
Pero la adolescencia supone un punto de inflexión en un camino que hasta entonces parecía lineal. Ahí la personalidad de los hijos tiene el mismo peso o muy parecido a la de los padres en la relación, con lo que hay que andar con pies de plomo para que la convivencia y la educación lleguen al puerto deseado por todos.
Pero, ¿cuál es ese puerto? Si le preguntamos a 100 padres qué es lo que quieren para sus hijos, los 100 responderán que la felicidad, pero no todos ellos, ni mucho menos, viven el día a día junto a sus hijos con ese objetivo.
Diana Al Azem, educadora y divulgadora sobre asuntos relativos a la adolescencia (autora de ‘AdolescenteZ: de la a a la z’), lo tiene muy claro. “Los padres luchamos y nos peleamos con nuestros hijos para que sean perfectos y no felices, mientras que lo que queremos en realidad es su felicidad”.
Buena parte de culpa de esta incongruencia la tiene la propia sociedad en la que vivimos. “Tenemos muchas expectativas con los hijos, muchísimas, y vivimos en una sociedad en la que el error está muy penalizado. Yo creo que hay que enseñar a los hijos a que los errores forman parte de la vida y son una grandísima oportunidad de aprendizaje. Una persona que lo hace todo perfecto no va a aprender nada. No pasa nada por no hacer todo bien”, argumenta Diana.
Un ejemplo claro de este tipo de situación se da en el ámbito académico. Diana, que lidia a diario con chavales de entre 12 y 18 años ya que es profesora de secundaria, lo expresa claramente a través de un ejemplo que cualquier padre o madre entenderá, ya que está a la orden del día: las notas.
“En las notas no está la felicidad de un alumno. Su felicidad está en unos padres que acompañan, que educan, pero que también están ahí para enseñar habilidades y herramientas que le pueda servir para toda su vida. Yo tengo chavales de 10 que no son felices y chavales de cinco raspado que son los más felices del mundo, pero eso deben verlo y entenderlo también los padres”, comenta la educadora.
Los aprobados o los sobresalientes, así pues, no dan la felicidad. Pero esto no es algo que deben entender los adolescentes sino también los propios padres, que a veces pueden estar mediatizados por lo que vivieron en su época como estudiantes y el horizonte que se les presentaba ante sus ojos. “Sólo nos centramos en que le vaya bien en los estudios para que lleguen lo más lejos posible laboralmente hablando. Esto es otro grandísimo error, otro cliché. Ahora el mundo es distinto al que crecimos nosotros, tienen muchas más oportunidades que simplemente ir a la universidad. Por eso digo siempre que lo que no podemos hacer es que nuestros hijos tengan una relación tóxica con el aprendizaje. Porque el aprendizaje es algo maravilloso”.
Por ahí llegamos a un tema en la charla con Diana que le toca la fibra porque se siente parte de un sistema que no necesariamente está funcionando. “Tenemos un sistema educativo que no se adapta a todas las necesidades del alumnado. Es decir, es un sistema educativo industrial en el que hay lo mismo para todos y al que llega le ponemos un 10 y al que no llega, le suspendemos. El problema es que eso no acompaña a alumnos que tienen otras inquietudes y que, por lo tanto, fracasarán académicamente aunque puedan tener otras capacidades muy buenas para otro tipo de trabajos”, explica Diana.
La esperanza es lo último que se pierde: “No sé si el sistema educativo cambiará algún día, ojalá que sí. Pero sí que creo que es muy importante que les hagamos ver que el aprendizaje es algo bueno, que si se conforman con un cinco porque quieren ser felices haciendo otro tipo de actividades, deportes, saliendo o teniendo más amistades, no pasa nada”.
Los padres, así pues, deben aprender a transmitir a los hijos que han de seguir su camino, pero también deben hacerles ver las consecuencias de cometer errores a todos los niveles: “Obviamente, una mala decisión va a tener consecuencias, pero consecuencias lógicas en lo que a la educación se refiere. Si tu hijo no llega a su hora, no puedes castigarle sin el viaje de estudios. No tiene sentido. El castigo en sí tiene poco sentido, pero este tipo mucho más”.
El castigo es un recurso que muchas familias utilizan pero que, a medida que avanzan los estudios al respecto, cada vez menos profesionales respaldan. Pocos creen ya que el castigo genere algo bueno. “La solución no está en castigar. La solución está en buscar una solución, aunque parezca redundante”.
Pero, ¿cómo? Diana Al Azem propone un camino: “Siempre digo que cuando los alguien se equivoca la primera vez, hay que dar otra oportunidad. Hay que explicarles lo que han hecho mal, pero sin consecuencias. Si vuelve a pasar, entonces ya sí que avisamos con antelación de posibles consecuencias, pero siempre relacionadas con el hecho”.
Una educación positiva puede llegar a ser trascendental en el futuro de una persona. Y potenciar su autoestima es una de las claves. “Hay que trabajar la autoestima de nuestros hijos desde casa escuchando más y validando sus emociones. Tienen que ver un ejemplo en nosotros, pero tienen que saber tomar sus propias decisiones con sus herramientas”, desgrana Diana.
Un buen paso, en este sentido, es dejar que los adolescentes pongan sus propios límites. “Tenemos que permitir que nuestros hijos en algún momento nos digan que no. Asumirlo, comprenderlo y trabajarlo. Es muy importante porque con una buena autoestima controlaríamos mucho mejor los casos, por ejemplo, de bullying”.
Y es que el bullying es un problema real, difícil de detectar y algo a lo que no se llegaría con tanta frecuencia si los adolescentes trabajaran su propia autoestima. Tanto los agredidos como los agresores. “Los protocolos contra el bullying existen, pero yo creo que antes de llegar a este punto se puede hacer mucho más. Tendría que ser obligatorio tener una asignatura dedicada a trabajar el autoconocimiento, la adolescencia, las emociones. Porque, al final, esto les va a ayudar mucho a evitar este tipo de situaciones desagradables. Normalmente son casos, tanto las víctimas como los acosadores, con algo en común y es una autoestima baja. Está el que tiene la autoestima baja y se esconde y se refugia en sí mismo y está el que tiene la autoestima baja y explota contra los demás por ese malestar o por ese dolor interno“, concluye Diana.