Llega el momento de irse de vacaciones para una parte importante de la población. Este año será más caro que el anterior, la inflación se nota, pero eso no nos frena. La prueba es que el curso pasado ya llegamos al récord de 58.750 millones de euros gastados en viajes (datos del INE). Contra viento y marea, el frenesí viajero no ha decaído de cara al descanso estival: hemos llegado a los 185,9 millones de desplazamientos vacacionales y la estimación para 2024 es subir otros 10 millones.
España es un país que recibe turismo internacional sin parar y es normal que nosotros mismos también elijamos nuestro país. Del total de viajes de vacaciones que hacemos, un 89.6% de los viajes son de turismo interior. Pero cómo pasamos el descanso estival también ha sufrido cambios a medida que España se ha ido transformando.
La generación del baby boom fue la del desarrollismo, la que vivió la gran migración hacia las ciudades y se benefició de la modernización del país. Eso explica por qué para ellos las vacaciones eran, esencialmente, el “regreso al pueblo”. Era el momento en el que los andaluces y extremeños afincados en Barcelona regresaban a Almería, Jaén o Huelva para ver a sus padres, los cuales continuaban allí ligados a la economía tradicional de subsistencia. Algo parecido de Madrid a Zamora o de Bilbao a Burgos. Era el momento en el que los abuelos veían a sus nietos y, coincidiendo con el verano, eran los momentos de verbenas o fiestas patronales.
Mucha de esa generación se benefició de un gran proceso de movilidad social. Ello llevó, en muchos casos, a que por razones afectivas mantuvieran el vínculo con el pueblo. A veces heredaron y mantuvieron la casa familiar. En cualquier caso, iban a ser la primera generación que normalizaría tener una segunda residencia.
En aquella época el modelo de crecimiento urbanístico desordenado empujó al ya clásico apartamento en Torrevieja. El resultado fue que el turismo de interior se fue moviendo a la costa, especialmente la del Mediterráneo (el litoral atlántico estaría más protegido en parte por las comunicaciones deficientes, en parte por el tiempo más inclemente). Aquellos que vivían en zonas turísticas compraron en primera línea sus apartamentos simplemente por salir del caso urbano y como un elemento de ahorro.
De este modo, las generaciones siguientes seguirían la estela de sus padres. La disyuntiva entonces era playa o montaña en función de si se mantenía el ligamen con el pueblo de sus abuelos – y, de paso, si era un destino apetecible de verano. Al margen de eso las vacaciones se irían diversificando con familia, con pareje, con amigos… Incluso alguna escapada con la revitalización del glamour turístico del Camino de Santiago y, con la entrada en Europa, la mayor apertura de los españoles jóvenes a probar el interrail. Para muchos de ellos viajar fuera se asociaba a la migración exterior, a irse para trabajar, no por placer. Pero todo ello fue anterior a la generación milenial, que sería la que conviviría con la llegada de los vuelos low cost.
Este abaratamiento de los costes de viajar en avión, algo en paralelo a la modernización de las infraestructuras en España (en tren y carretera), ensancharía los horizontes de toda una generación. Dentro del país se expandieron los destinos, pero también los viajes al exterior se normalizaron.
Incluso durante la carrera universitaria, con los viajes de fin de curso a Roma o París, con los intercambios lingüísticos con Reino Unido. Este hecho hizo que más allá de la segunda residencia, salir de España se volviera algo más común. Al principio con los típicos paquetes turísticos a Punta Cana. Después, con el obligatorio viaje a Tailandia con foto sobre elefante.
Y es que el cambio también se ha notado en el legado que dejamos de las vacaciones. Mientras que para las generaciones mayores sólo quedan fotos mal reveladas en el pueblo, lugares donde las mujeres aún vestían de negro con pañuelo, hoy cada story de Instagram recoge, de manera fungible, la experiencia del momento. Algo también muy generacional, por otra parte. Con todo, sea como sea, más sólido o más digital, los españoles seguimos apegados al ritual de las vacaciones. Y es que tal vez, en tiempos tan polarizados como hoy, nuestro gran punto de acuerdo sea que nos merecemos un descanso.