Mi amiga Carmen está encantada con la reforma de su casa. Me la enseña vía Zoom y cuando llegamos a los baños hay una sorpresa: lo que muestra ya no es el cuarto de baño principal y el resto. Lo que veo es "el baño de Joaquín y Marcos (marido e hijo, respectivamente) y este otro, el mío". Mientras lo dice, recuerdo una entrevista con Beatriz D’Orléans, ex relaciones públicas de Dior en España, en la que afirmaba que vivía feliz separada y que jamás volvería a compartir baño y espacio para el cepillo de dientes con un hombre.
Días después leo que Michelle Obama declaró en una de sus apariciones en televisión ('Today Show', espacio de máxima audiencia) que "una de las claves para un matrimonio feliz es tener baños separados".
Más celebrities se posicionan al respecto: Joan Collins o el actor Michael Caine. Este último afirma en Esquire que una de sus reglas matrimoniales es "nunca compartir el baño con mi mujer". Y lo dice alguien que lleva casado 40 años. Demasiadas razones para ignorarlas. ¿Tener baños separados es indispensable para la salud de la pareja?
Uppers ha hablado con Guillermo Fouce, psicólogo, profesor universitario y presidente de Psicólogos Sin Fronteras, sobre esta tendencia de hacer un 'divorcio de baños', al estilo del 'divorcio de camas'. En su opinión, "puede ser útil, básicamente porque evita posibles conflictos o posibles situaciones de fricción según los hábitos que uno tolere o no tolere del otro. Si uno tiene más manías que el otro, es más difícil que las tolere. Mantener un lugar separado, con cierta intimidad personal puede llevar a una mejor convivencia como, por ejemplo, dormir juntos o no. Si alguien ronca, es mejor dormir separados".
En el mismo sentido, un estudio de 2017 realizado por la empresa alimentaria Honest Tea señaló que el 60% de los encuestados creían que los hábitos que cada miembro de la pareja desarrollaba en el baño influía en la calidad de la relación. Otros encuestados afirmaban que cuando el baño generaba algún tipo de discusión se estaba encubriendo otros problemas. No esto lo que piensa Guillermo Fouce: "no creo que esconda nada, creo que más bien facilita la convivencia, puede aportar un espacio de no-conflicto". No es extraño: en el baño compartimos modos de ser y hacer que pueden provocar molestias o tensiones.
La tensión puede empeorar con el paso del tiempo. Cuando la pareja pasa por una crisis o está instalada en esa zona de confort en la que no sucede casi nada excitante y algunas cosas de la convivencia molestan, hacer un divorcio de baños puede ser efectivo. En el baño suceden algunas grandes o pequeñas batallas que pueden erosionar la relación. Estas son algunas de ellas.
Oír el ruido de la cisterna o la cadena del baño, el chapoteo de la ducha o el sonido del secador a modo de despertador suele ocurrir cuando la pareja tiene horarios de trabajo diferentes. Levantarse antes implica la puesta en marcha de grifos, aparatos, alarmas varias, radios, ruidos de todas clases… al lado de tu cama. Trasladar la parafernalia a otro baño parece sensato para que el otro miembro de la pareja pueda despertarse tranquilamente.
A algunas personas no les gusta compartir ni el espacio, sobre todo cuando está destinado a algo tan íntimo como la fisiología y la higiene, ni las cosas: pasta de dientes, crema corporal, jabón de manos, jabón de ducha… Es cierto que compartir es bueno, pero quizá no en el baño. De esta manera, cada miembro de la pareja puede usar los artículos de higiene que más le convenga, según sus gustos y necesidades. ¿Cuántos baños hemos visto con productos duplicados apiñándose en una estantería? O todo lo contrario: mismo champú para los dos aunque cada pelo requiera tratamientos diferentes.
Es un clásico de los baños y uno de los mayores motivos de disputa. Que se caiga el pelo después de lavarlo o mientras nos desenredamos es normal. No limpiar, no. Entrar en el baño y tener que lidiar con los restos de la melena de tu pareja, día tras día, erosiona la relación. Si cada uno tiene su baño, tienes la seguridad de que cada uno, al menos, limpia lo suyo.
Es otro de los grandes clásicos: entrar al baño y ver que en el lugar del papel higiénico, existe un vacío. Ocurre por igual entre hombres y mujeres, y, más que animadversión, lo que hay detrás son prisas y despiste. Con baños separados, la próxima vez que te ocurra esto, la responsabilidad es única y exclusivamente tuya. Y no habrá lugar para recriminaciones.
Excepto raras excepciones, el arsenal cosmético de las mujeres es muy superior al de los hombres. En el reparto del espacio del baño hay tensión y malos humores, y la sensación de que no hay un equilibrio, al menos en lo que respecta al reparto de los metros cuadrados. Todo esta tensión se aliña con la capacidad de orden o desorden de cada uno: si además de tener muchos productos andan desperdigados por la encimera del baño, tarde o temprano habrá discusión.
Quizá es la razón más poderosa. Compartir baño no es sexy o, dicho de otro modo, "la confianza da asco". Mantener la esfera privada más en privado aporta misterio y un toque de elegancia. Si no es posible, al menos, evitemos algunas de estas conductas. Porque, admitámoslo, lo que menos nos gusta de compartir baño es compartir el desorden, los secretos confesables o inconfesables de belleza, los ruidos voluntarios e involuntarios y hasta los olores, no siempre fragantes, de la persona con la que construimos nuestra vida.