Los que cuidan a los que cuidan: la cuarentena sin besos ni abrazos de las familias de los sanitarios
Hablamos con las familias de dos sanitarios y una limpiadora que están trabajando en hospitales
Miedo, orgullo y medidas de cuidado extremo: en casa se adaptan a la montaña rusa emocional y a las nuevas normas preventivas
"Cuando se va solo podemos decirle hasta mañana o hasta luego. No la podemos abrazar, ni mientras trabaja podemos llamarla", cuenta Raquel (20), hija de Cristina (49), enfermera
Los besos y abrazos se han cancelado hasta nuevo aviso en sus casas. Quienes conviven con trabajadores de hospital estos días han interiorizado la idea. "Mi padre no nos da besos desde antes de que se declarara el estado de alarma", cuenta a Uppers Ángela Ramos (23), hija de Juan Carlos (55), jefe de Pediatría del Hospital de Antequera en una videollamada junto a él, su madre (Virginia, 54) y sus dos hermanos (Virginia y Carlos, de 26 y 18 años). En una cultura del roce como la nuestra y en una familia de "besucones" como la suya, ese primer impulso frustrado de recibir entre besos y abrazos a quien vuelve del trabajo a casa queda grabado en el calendario. Como aquel sanitario que se derrumba llorando cuando su hijo corre a recibirlo a la puerta y se aparta para protegerlo o como aquellos abuelos que en los primeros días de vida de sus nietos hacen de tripas corazón y los conocen a través de sus pantallas. Nuevas normas que capturaba la portada de The New Yorker y que resignifican los afectos: los no abrazos son ahora también una demostración de amor enorme.
La casa y la familia como refugio
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Con un aplauso improvisado antes de hora oficial, reciben a Cristina Juárez (49) sus cuatro hijos, su marido y la que escribe cuando llega a casa en mitad de nuestra entrevista por Skype. Raquel (20), Cristina (18), Helena (14), Pablo (22) y Nacho Pizarro (49) llevan un rato contando lo que esta enfermera del Hospital Clínico de Salamanca, ahora reubicada en una de sus plantas COVID-19, confirma de viva voz: "Llego a casa agotada y medio deshidratada cada día". Durante la mitad de cada turno, que son de entre 7 y 10 horas cada uno, lleva puesto un EPI -que tardó en llegar-: "Es puro plástico y se pasa muchísimo calor con él puesto". Un peso físico que se suma al emocional y que sobrelleva mejor gracias al apoyo de su familia. Su marido también trabaja fuera, en la industria cárnica, por lo que sus hijos están poniendo en práctica la corresponsabilidad. "Cuando llego me apetece estar a gusto, relajarme", cuenta la enfermera. Ella sigue encargándose de "la compra y la intendencia", pero las comidas, las tareas de casa y la ayuda a Helena, la pequeña, con sus deberes de física y matemáticas corren por cuenta de los hermanos mayores. "Toda esa carga la llevan ellos estos días. Me siento apoyada".
"Intentamos quitarle esos trabajos que habitualmente hace en casa y también la carga mental de que se ponga a discutir con uno o con otro porque no los hemos hecho, darle tranquilidad. En función de cómo esté, intentamos adaptarnos. Si quiere contarnos cómo ha ido su día, la escuchamos. Si quiere hablar de otra cosa o evadirse, vemos pelis, jugamos a las cartas… Otras veces solo quiere subirse a la buhardilla y seguir estudiando sobre el virus", cuenta Pablo Pizarro, el mayor de sus hijos.
"Esa situación de alerta que es normal mientras este personal realiza su trabajo en hospitales, debe tratar de disminuirse al salir. En casa hay que intentar relajarse", explica a Uppers María Paz García Vera, catedrática en Psicología y coordinadora de los teléfonos de asistencia psicológica para sanitarios e intervinientes, familiares de enfermos o fallecidos y para ciudadanía en general que ha solicitado el Ministerio de Sanidad a través del Consejo General de la Psicología de España. Emociones latentes estos días como el miedo, la ansiedad o la tristeza "son adaptativas, nos resultan útiles para vivir y sobrevivir. Es normal que una médico o enfermera las sienta mientras hace su trabajo, es incluso bueno: les hace tener cuidado mientras la emoción no sea desbordante". En ese aspecto modular es en el que los psicólogos especializados en gestión de crisis que atienden estas líneas ayudan.
El miedo a contagiarse y contagiar a la familia está ahí. Como apunta la psicóloga García Vera, "en esta crisis, los trabajadores en primera línea en los hospitales y los intervinientes también se saben víctimas" -el 12% de los contagiados en España son sanitarios-. "No están exclusivamente para atender a otros tras la desgracia, como ocurriera por ejemplo en el 11M o el 11S, aquí saben que ellos y sus familias también pueden contagiarse, los perciben en peligro". Y toman todas las precauciones posibles. Como Teresa (pseudónimo), una limpiadora de 58 años trabajando en un hospital sevillano que prefiere no especificar. Según cuenta su hija Sandra (19) a esta publicación, además de las medidas de protección extremas dentro del centro, que la llevan a limpiar con mucha precaución cada pomo de puerta, barandilla o escalera; su rutina al llegar a casa se ha vuelto estricta. Se quita los zapatos antes de entrar, desinfecta el móvil, las llaves, el bolso y va directa a la ducha. Ahora se lava el pelo a diario y, al terminar, limpia el cuarto de baño entero con lejía. Una situación que a Sandra, la pequeña de varios hermanos que es la única que sigue viviendo con sus padres, le tiene "preocupada". "Tanto mi madre como mi padre tienen que seguir trabajando con riesgo de contagio. Intentamos estar lo mejor posible haciendo cosas para distraernos y procuramos enfadarnos lo menos posible para hacer más amena la cuarentena".
La espera mientras trabajan, lo más difícil
No verlos y poder comprobar en directo o a través de una imagen que están bien hace que los ratos en los que estos trabajadores en primera línea de cuidados frente al virus están fuera sean son los más difíciles para sus familias. "Cuando se va solo podemos decirle hasta mañana o hasta luego", dice Raquel, hija de la enfermera salmantina. "No la podemos abrazar, ni mientras trabaja la podemos llamar porque hasta que no sale de su turno está incomunicada y con el móvil apagado. Es duro. Cuando vuelve la situación es también chocante. Se le saltan las lágrimas al contarnos cómo ha ido el día. El otro día nos decía emocionada que se habían muerto dos pacientes durante su turno. Ayer, sin embargo, vino diciendo que no se había muerto nadie, otra vez con lágrimas pero con un poco de esperanza. Nosotros lo vivimos siempre a la espera de sus noticias".
A Virginia, casada con Juan Carlos, médico, le pasa algo similar: "Cuando está de guardia estoy más preocupada que cuando lo veo aquí en casa". "Se nos coge un pellizco", confirma su hija mayor. Su familia acaba de pasar el momento más crítico desde que empezó la crisis. Días antes de nuestra conversación, sospechaban que Juan Carlos podía estar contagiado. Tenía tos y carraspera. Su exposición en el trabajo, las visitas para tratar a una amiga contagiada que estaba sola en casa con sus dos hijos y el caso de un compañero médico ingresado en la UCI, que como dice Virginia madre, "también afecta al ánimo", terminaron de sembrar la preocupación.
¿Cómo fueron esas 48 horas hasta que llegaron los resultados de la prueba del coronavirus? Su hija Virginia se lleva las manos a la cabeza: "Mucha angustia". "Estaba en casa con su mascarilla y su bote de desinfectante todo el rato -cada uno tiene el suyo propio además de uno de uso común que han puesto en la entrada-. Comía separado, no le dejábamos que hiciese nada para evitar que tocara cualquier cosa. Y en vez de sentarse en el sofá con nosotros, se sentaba en un puf", explica Ángela Ramos. "He tenido miedo esos días por los antecedentes que he visto, con casos de personas sanas como mi compañero que, después de pasar varios días en su casa, ha acabado ingresado grave. Tenía además una sensación como de apestado", cuenta el médico. A lo que su hija Ángela responde: "Él se lo toma como que el miedo es por nosotros, por no contagiarnos. Pero nuestro miedo es por ellos, nuestros padres, que son más mayores. Al principio sobre todo le decía como 50 veces al día cuando libraba 'mañana por favor ten mucho cuidado'. Y se lo sigo repitiendo".
Miedo, orgullo y responsabilidad
El miedo es una constante estos días. Una tensión que se mezcla con el orgullo por la labor que sus familiares están haciendo y que se manifiesta en aplausos aún más intensos a las 20h cuando estos están trabajando. "Es una situación nueva para nosotros, pero como lo es para todo el mundo. Sí, es complicado que mis padres salgan todos los días a trabajar y estén expuestos. Nosotros por nuestra parte seguimos los protocolos y en casa intentamos vivir el día a día", cuenta Cristina (18). "No sabemos si mañana mi madre se va a contagiar o nos va a contagiar a nosotros. Psicológicamente es duro y pesado. Pero creo que estamos todos muy orgullosos de cómo se está portando no solo mi madre, sino todo los profesionales sanitarios. Aunque está agotada, pero son las circunstancias y hay que aceptarlas".
Cada uno se descarga como puede. A Virginia, cuentan sus hijos riéndose, le ha dado por decir palabrotas. "Sí, ahora se me escapa algún que otro taco. De alguna forma tiene una que equilibrar tensiones, ¿no?", bromea. Como explica la psicóloga García Vera, tanto para los familiares como para los profesionales, "tiene que haber un momento al día para desconectar, soltar unas lágrimas si es necesario y soltar la tensión con algo que también resulte placentero. Desde descansar no haciendo nada a ponerse a pedalear con la bici estática, cada uno con lo que le funcione", dice. "Es cierto que estos profesionales se sienten muy reconocidos por la sociedad ya que están ejerciendo no solo de sanitarios, sino de acompañantes, psicólogos y en muchos casos única compañía de los enfermos, y esto precisamente también ejerce una gran presión sobre ellos".
Si la sensibilidad estos días, como dice Carlos Ramos (18), "está a flor de piel, para lo bueno y para lo malo", la sensación se magnifica y es casi inevitable no derramar alguna lágrima cuando estos trabajadores dejan a un lado sus propios miedos y preocupaciones para recordar lo más trágico de esta pandemia. "La gente está pasando esto y se está muriendo sola", recuerdan tanto Juan Carlos como Cristina. Y en este aspecto, no pueden más que reafirmarse en sus creencias para ver lo que ocurre con perspectiva y seguir haciendo. Como dice Nacho, marido de la enfermera: entre vivir para uno mismo o para los demás, "yo elijo lo segundo".