La tensión va en aumento. Artículos en contra y a favor, gresca en redes sociales e incluso partidos políticos posicionándose. Seguro que algo te ha llegado: de un lado están las feministas radicales, rebautizadas por sus 'oponentes' como TERF o feministas radicales transexcluyentes (siglas en inglés), y del otro, la teoría queer y el movimiento trans Y no se ponen de acuerdo, sobre todo en lo que se refiere a qué significa ser una 'mujer'. Conscientes de que nos dejaremos muchos cabos sueltos, porque la historia de los feminismos es intrincada, vamos a darte las claves básicas para entender la polémica del momento y por qué, entre otras cosas, Podemos y PSOE no coinciden en cómo enfocar la nueva Ley Trans, que al final es lo que trae el debate al primer plano mediático.
Para llegar a ello, demos un pequeño paso atrás. Aclaremos primero de qué hablamos cuando hablamos de orientación sexual, género y sexo, porque aquí está una de las claves significativas. Por un lado está la orientación sexual, que es la atracción afectiva, romántica, sexual o psicológica que una persona siente hacia otra persona. Aquí entrarían, por resumir, las categorías heterosexual, homosexual y bisexual. También asexual, que es la carencia de atracción sexual hacia ningún género.
Por otro lado está el género, es decir, la expresión cultural y social del sexo biológico. En El segundo sexo, libro fundamental para el feminismo, Simone de Beauvoir afirma que "no se nace mujer: llega una a serlo". Es decir, lo que entendemos por 'mujer' es un concepto que se construye social y culturalmente con rasgos concretos (impuestos por el patriarcado). ¿Qué rasgos? Un nombre femenino, ciertos atributos psicológicos que se presuponen al género femenino y no tienen por qué (cariñosa, familiar…), el uso de determinadas prendas de vestir (tacones, pendientes…) y la presunción de la maternidad como destino.
Además está el sexo biológico. Existe toda una serie de características adscritas al ámbito científico de la biología y de la medicina (genitales, hormonas, genes, sistema nervioso, morfología, etc) que determinarían si alguien al nacer pertenece al sexo masculino, femenino o intersexual.
Y lo último, antes de entrar de lleno en las claves del debate, es diferenciar entre persona cis y tras, que seguro que lo estás oyendo mucho estos días. En todo este entramado de conceptos, las personas transgénero y transexuales serían aquellas que no sienten que exista correspondencia entre su sexo biológico y el género y desean transitar hacia el otro género o sexo, en función del grado de cambio que deseen (aquí conviene aclarar que hay diferentes modos de transicionar y no todas las personas trans desean pasar por el quirófano o incluso someterse a procesos hormonales y solo quieren, por ejemplo, cambiarse el nombre en el DNI a uno que sienten como suyo). Los que sí sienten correspondencia entre su sexo biológico y su género son las denominadas personas cis. Por aclarar aún más, y muy resumido, una persona cis o trans (hombre o mujer) puede ser homosexual o heterosexual (orientación sexual).
Con las bases puestas, vamos al meollo del debate. Algunas de las reivindicaciones históricas del movimiento trans, como la despatologización de la transexualidad o la libre expresión de la identidad de género (no tener que pasar por un calvario de instituciones psiquiátricas para obtener el visto bueno a un cambio de nombre en el Registro Civil o un proceso hormonal o una operación de cambio de sexo), han encontrado cierto eco teórico en lo que se conoce como Teoría Queer, que por otro lado son muchas teorías juntas.
El objetivo principal de esta Teoría Queer (queer significa 'rarito' en inglés y se utiliza como insulto para homosexuales, así que al autodenominarse de este modo se reapropian del insulto), es justo deconstruir esos conceptos de orientación sexual, género y sexo que explicábamos arriba, para que incluyan mejor la diferencia de todos esos individuos que eran considerados abyectos por el sistema heteropatriarcal y siempre se quedaban fuera y marginados (lesbianas, gais, transexuales, intersexuales, trabajadores y trabajadoras sexuales, personas racializadas, etc).
El quid de la cuestión en esta polémica que intentamos desentrañar es que en ese 'incluir' a los que nunca se incluyen, se ampliaba también la categoría clásica de 'mujer', que hasta entonces representaba solo o mayoritariamente a la mujer heterosexual, blanca y más bien de clase media-alta.
Así, no solo realiza una deconstrucción del género (Judith Butler con su teoría de la performatividad del género es una figura clave en ello) sino que algunas autoras, como decimos, también ponen en entredicho lo que entendemos por sexo biológico, caso del filósofo trans español Paul B. Preciado. No dicen que el sexo no exista, como sus detractoras TERF les acusan de sostener, sino que ponen en entredicho la categorización misma. Su punto de vista se entiende bien si se explica con el ejemplo de la raza: no se puede decir que los negros no existan, como no se puede negar una vagina o un pene, pero sí se puede poner en tela de juicio el concepto mismo de 'raza' (sexo biológico en esta analogía), que no es más que una taxonomía (clasificación) humana y, por tanto, variable históricamente y poseedora de una ideología concreta detrás.
Borges escribió sobre lo caprichoso de las taxonomías en su cuento 'Otras inquisiciones', que cita Foucault en Las palabras y las cosas. En la enciclopedia china que se inventa Borges, los animales no se dividen en mamíferos o reptiles, o que vuelan o no, sino en: "(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, que de lejos parecen moscas". Este ejemplo literario viene al pelo para entender lo arbitraria que puede resultar la tarea de clasificar.
La postura de las TERF o feministas radicales transexcluyentes (recordemos, término peyorativo empleado por los defensores de la Teoría Queer), es diferente. Para ellas, una mujer es la que nace con vagina. Desde su óptica, vivir una infancia y una adolescencia sin vagina, incluso si la persona se siente (es) mujer desde que nace, te impide haber sufrido la opresión del patriarcado. Esa experiencia como mujer desde edad temprana es clave pues para entender la opresión del hombre sobre la mujer, clave en su ideario. ¿Por qué? Porque a muchas menores las mutilan a través de la ablación por el hecho de ser mujeres. Muchas menores son obligadas a casamientos de conveniencia por ser mujeres. De las mujeres se abusa y a las mujeres se las viola por el hecho de tener vagina.
De ahí que las TERF o feministas radicales no incluyan a las mujeres trans como mujeres, puesto que han crecido como 'hombres' y han gozado de los privilegios del patriarcado, considerando que su inclusión en el movimiento feminista sería una especie de caballo de Troya cuya finalidad sería realizar un 'borrado' de la categoría mujer. Se olvidan de que el heteropatriarcado, como sostienen otras feministas y los activistas LGTBI, también oprime aquellas infancias de niños que no entran en las categorías de lo que se entiende por una 'masculinidad' normativa (esto es: el hombre hetero, que juega con pistolas, que no llora, no deja ver sus emociones). Es el caso de los niños afeminados o los niños trans.
Además de la cuestión sobre la categoría 'mujer', ambos 'bandos' han tenido históricamente tensos debates en torno a la pornografía, la prostitución, la representación sexual o las prácticas sexuales consideradas parafílicas, como el sadomaquismo.
Las TERF consideran que tanto la prostitución como la pornografía son formas de violencia ritualizada contra las mujeres y que una sexualidad verdaderamente feminista debería estar libre de estas prácticas. Son, por tanto, abolicionistas de la prostitución. Por el contrario, las feministas prosexo consideran, grosso modo, que tales prácticas no son incompatibles con el feminismo, sino que la libertad sexual es esencial para la liberación de las mujeres y que la pornografía dominante es solo el producto de las prácticas dominantes de una sociedad machista, lo que no quita que se puedan realizar películas porno feministas, como las que hace la directora Annie M. Sprinkle. Es decir, que el problema no es el porno en sí, sino el enfoque.
Algunos de estos debates ya se plasmaron materialmente en leyes como la Ley de Identidad de Género, aprobada en 2007, o en la propuesta registrada en 2018 por Unidas Podemos a propósito de la despatologización de la transexualidad (recordemos, no obligar a las personas trans a pasar por exámenes psicológicos para poder cambiar nombre en el DNI o se sexo quirúrgicamente o procesos hormonales) y de la libre determinación de la identidad y la expresión de género, que reclama que el género no-binario (ni hombre ni mujer) sea una categoría en el DNI.
Ahora vuelven a primer plano porque se empieza a debatir la nueva Ley Trans y la nueva Ley LGTB, que según anunció la Ministra de Igualdad, Irene Montero, tendría prevista su aprobación en torno a finales de este junio de 2020, mes del Orgullo. Algunas de las llamadas TERF se oponen a la proposición LGTB porque, según ellas, pretende cambiar el lenguaje de todas las leyes para que ya no se hable ni de padre ni de madre, por ejemplo, sino de progenitores. En cuanto a la proposición de Ley Trans, las críticas, además de ir por estos derroteros, se enfocan también en los derechos de la infancia, criticando que se dé amparo al cambio de género en menores de 4 o 5 años.
Por resumir mucho, los postulados TERF son más del PSOE y las Teorías Queer más de Podemos, lo que incluye un cambio generacional. Entre las feministas radicales transexcluyentes (TERF) destacan figuras históricas del feminismo como Lidia Falcón (cuyo Partido Feminista fue expulsado de IU antes del 8-M por esta controversia) y las filósofas Amelia Valcárcel y Celia Amorós, que defienden la idea de que el movimiento trans solo sirve para "invisibilizar a las mujeres" y es un "arma ideológica posmoderna del patriarcado […], que lo mismo sirve para defender el negocio de la prostitución que el de las farmacéuticas y la salud".
A ellas se unía hacía poco parte del feminismo del PSOE a través de un comunicado, firmado, entre otras, por la Vicepresidenta Primera del Ejecutivo, Carmen Calvo, en que se decía que "gracias al activismo queer" se estaba empezando a sustituir el concepto de género por el de sexo (biológico), lo que ponía en riesgo el propio concepto jurídico y sujeto político 'mujer'. Muchas feministas trasincluyentes acusaban estas declaraciones de tránsfobas y al PSOE de querer "gestionar la actual guerra de los sexos, pero no erradicarla". Muchas TERF, como vemos en estos ejemplos, ocupan buena parte de las instituciones y la academia de nuestro país.
En consecuencia, además de la brecha ideológica y generacional (aunque algunas figuras jóvenes y mediáticas como Barbijaputa, Anna Prats y Paula Fraga también defienden los postulados TERF) todo apunta a que existe cierta lucha de poder por definir el feminismo para así poder seguir accediendo a todo su capital político, sin ceder ninguna parte.
Lo peligroso de este disenso, que demuestra cierta insensibilidad por parte de las TERF hacia la dura realidad del colectivo trans (un colectivo que lucha básicamente por sus derechos, que son derechos humanos) es que está a punto de convertirse en una fractura dentro del movimiento feminista. En el actual clima antifeminista y homófobo de algunos partidos, sería una pena que se viese mermado el legado que ha llevado años construir y del que deberíamos sentirnos muy orgullosos como sociedad. La unión hace la fuerza.