Ni oyen ni quieren oír. Tampoco hablan y, lógicamente, no escuchan. Mutismo absoluto y, quizás, selectivo. Raúl, de 53 años, nos enseña agotado su listado de últimas llamadas sin respuesta a sus tres hijos, Raquel, Raúl y David. Tienen entre 15 y 19 años. Es sábado y solo quiere saber con cuántos cuenta para cenar. "Trato de evitar el whatsapp por varios motivos. El primero, porque me gusta tener una conversación fluida con ellos, no una escueta afirmación o negación. Segundo, porque, si vienen, quiero saber si llegan solos o con amigos y a qué hora… ¿Acaso es mucho pedir? Tercero, porque mi presbicia avanza desbocada y cada día me resulta más incómodo acertar con las teclas. ¿Tan extraño es querer hablar con ellos?", insiste con gesto de desesperación y rindiéndose a la evidencia: lo del teléfono para conversar es agua pasada.
Hablamos de la generación muda. Las excusas que le dan a Raúl sus tres hijos para no responder a la llamada son idénticas al resto: no lo oyeron, tenían el móvil en silencio, apenas había cobertura o se quedaron sin batería. Este hombre, piloto comercial y divorciado desde hace seis años, se sacude la cabeza desconcertado e incrédulo. Aunque malhumorado y a regañadientes, termina enviando el whatsapp. Entonces sí, de inmediato la pantalla se inunda con una cascada de monosílabos. El padre se sacude la cabeza de nuevo.
El último dato de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) le deja aún más perplejo: el 81% de los jóvenes siente ansiedad antes de reunir el valor suficiente para hacer una llamada. Prefieren el uso de aplicaciones asíncronas y cada sonido entrante en su pantalla es una suerte de ofensa, una intromisión innecesaria. "Los millennials y la generación Z han integrado la comunicación mediante plataformas asíncronas, en las que no es necesario que coincidan en el tiempo los dos interlocutores, y les resulta más fácil, cómodo y menos intrusivo", indica el autor de esta investigación, el profesor Enric Soler.
El estudio aporta datos poco conciliadores, aunque no deja de ser un alivio pensar que no es una manía exclusiva de nuestra prole. Al 75% de los jóvenes entrevistados una llamada entrante les resulta una intromisión en su vida cotidiana que consume demasiado tiempo. "El joven -añade Soler- no sabe cuánto tiempo le mantendrá ocupado y, además, tiene la percepción de que quien llama tiene más necesidad que quien recibe la llamada".
Más allá del momento puntual y exasperante de no obtener respuesta, a los padres les preocupa el impacto de este hábito en sus relaciones sociales y en sus vidas a largo plazo. Y tienen motivo, según Marc Masip, psicólogo en nuevas tecnologías: "Si dejamos que prime este tipo de comunicación por encima de las relaciones humanas, los jóvenes estarán perdiendo muchas habilidades sociales, incluso para conocer amigos o tener pareja. A veces ni siquiera saben cómo hacerlo. Es especialmente preocupante el número creciente de adolescentes que se comportan valientes y con una gran seguridad cuando tienen la pantalla del móvil delante, pero vacilantes y cobardes cuando tienen que trasladar ese mismo mensaje a la relación física".
La llamada es para los jóvenes una estrategia arriesgada, puesto que no existe la opción de borrar palabras. Es algo que les genera inseguridad y desconfianza. Al parecer, en esta nueva ansiedad han tenido mucho que ver las videollamadas realizadas durante el confinamiento. Los jóvenes tuvieron que enfrentarse a situaciones incómodas y comprometidas que dejaban sus inseguridades al descubierto: miedo a hablar en público y a dejar al descubierto todos aquellos rasgos físicos o de personalidad que le acomplejan, pánico escénico y nerviosismo.
Masip insiste en que el ser humano necesita relaciones reales que permitan expresar amor, cariño, empatía u otros sentimientos que solo pueden transmitirse cara a cara o de viva voz. Lo confirma también el trabajo de la UOC en sus conclusiones: "La falta de seguridad en sus habilidades comunicativas ante la conversación presencial y síncrona hace que pongan en marcha mecanismos de defensa como la evitación. Si no responden, no hay oportunidad de poner a prueba ese déficit de habilidades".
Los últimos informes publicados por la Fundación Telefónica tampoco son muy alentadores. El 96,8% de los jóvenes de 14 a 24 años usa este tipo de mensajería como principal canal para comunicarse con algún familiar o un amigo. Para hacernos una idea, cada minuto enviamos unos 42 millones mensajes. "Con este panorama tengo asumido que el día que alguno de mis hijos tenga que comunicarme que me hacen abuelo será por whatsapp", ironiza Raúl.
A la vista está que nos dirigimos inexorablemente a la vida en modo contactless, sin contacto físico y sin palabras que salgan de nuestros labios. En su último informe Sociedad Digital en España 2020-2021, la Fundación Telefónica lo confirma: "Nos hemos propuesto llevar el tipo de relación presencial física de toda la vida al plano digital: la del vecindario, la panda de amigos, los tertulianos de café o las reuniones familiares". Aunque no dejemos de llevarnos las manos a la cabeza, Masip recuerda que es una situación creada y legitimada por los propios adultos. "Es un error dejarles que usen el móvil antes de los 16, pero más aún resignarse a pensar que es lo normal, en lugar de fomentar las relaciones personales y explicarles las consecuencias que tiene su uso inadecuado o abusivo".
Su consejo a los padres es no dar nada por perdido. "Nunca es tarde -dice- para animar a los hijos a disfrutar de entornos no digitales y provocar situaciones en las que haya que interactuar o conversar con personas de carne y hueso. Aunque sean mayores, cualquier situación se puede revertir con voluntad". De nada sirve lamentarse si mientras nos quejamos estamos conversando por mensajería, colgando fotos en las redes o ensimismados con una serie.