Ataúlfo, Sigérico, Walia, Teodorico, Turismundo, Alaico… y así hasta Rodrigo, completan la terrible retahíla de los reyes visigodos. Era la España del crucifijo en las aulas, el castigo físico, la enciclopedia Álvarez y los cuadernillos Rubio. La lista tenía carácter casi sagrado. Los niños la cantaban sin una pizca de emoción y de carretilla, como quien rezaba el Ave María o soltaba los ríos de España. Como diría Antonio Burgos, "con pedrea, aproximación y centena". Inevitable trabucarse en alguno.
Los reyes visigodos se convirtieron en una suerte de rito iniciático al mundo estudiantil. Borges decía que, incluso en las universidades más avanzadas, habría que mantener viva la costumbre de memorizar la lista. Con la llegada de la democracia y sus nuevos planes de estudio, fue perdiendo fuerza frente a contenidos más interesantes, como la Declaración Universal de Derechos Humanos.
No cayeron del todo en el olvido y en 'Uppers' hemos seguido el rastro de los nombres de aquellos monarcas que durante tres siglos guerrearon en España, odiaron, ajusticiaron y amaron, escribiendo un capítulo imborrable de nuestra historia. Algunos se han perdido o su presencia es tan insignificante (menos de 20), que ni siquiera figuran en el registro del Instituto Nacional de Estadística (INE). Es el caso de Sisebuto, Atanagildo, Recadero, Chindasvinto o Amalarico, por mencionar algunos. Sin embargo, aún hay 200 personas que se llaman Ataúlfo y su media de edad es de 63,7 años. Rodrigo, el más común de todos, lo llevan 37.746 hombres y a, juzgar por su edad (22,3 años de media), parece que es tendencia actualmente.
El de Sisenando casi lo habríamos dado por perdido, pero el resultado del INE -42 personas se llaman así- nos animó a avanzar y dimos con Juan Antonio Sisenando de la Colina, de 61 años, doctor en Bellas Artes y artista multidisciplinar que reside en A Coruña. De casta le viene al galgo. Su abuelo, Sisenando Martínez Yunta, natural de la localidad malagueña de Mollina (1887) fue el primer Sisenando en su árbol genealógico. Le pusieron ese nombre ajustándolo al santoral (costumbre muy común en la época). "Mi padre, Sisenando Martínez Gil lo heredó. Sus primeros tres hijos varones, Juan Antonio Sisenando, Esteban Sisenando y Manuel Sisenando, lo heredamos a su vez como segundo nombre. Dada su rareza, no quisieron condicionarnos", explica.
Fue al nacer el cuarto, en 1967, cuando se decidieron a bautizarle Sisenando, dejando la opción abierta a que el niño eligiese el segundo (Pedro). "Cosa que no hizo, usando encantado Sisenando". Tan encantado que a su único hijo varón le ha llamado igual, pasando a ser la cuarta generación de la saga. Tiene 16 años y estudia en California. Es el último, de momento, que lo lleva como primer nombre.
Pero aún más. Sisenando fue el vigesimosexto rey de los visigodos en Hispania, entre los años 631 y 636. Casualmente, esta familia desciende, por vía materna, del rey anterior a él, Suintila Baltes y de su esposa Theodora de Coimbra, hija a su vez del rey Sisebuto. "Esto con las prevenciones que siempre hay que tener en estudios genealógicos de tan largo alcance", advierte Juan A. Sisenando al tiempo que muestra su árbol familiar, orgulloso de ser actualmente el primer descendiente de los reyes visigodos que lleva el Sisenando en esta familia, aunque sea como segundo nombre.
Y de tierras gallegas saltamos a Castilla y León, donde nos recibe Leovigildo Santamaría, funcionario jubilado y luthier especializado en instrumentos zamoranos, como la gaita y la zanfona. En su caso no se lo debe a la onomástica ni a la tradición familiar, sino a su padrino, también Leovigildo. "Al no tener descendencia - cuenta- se encaprichó con bautizarme igual que él. Unas veces me llaman Leo y otras Gildo, pero a mí nunca me sonó raro hasta empezar el Bachillerato, en un internado de Zamora. Ahí fui consciente, por primera vez, de la extrañeza de mi nombre, pero siempre me he defendido bien con él".
Como buen estudiante, de niño repitió una y mil veces la lista de los reyes godos como un papagayo, sin prestar demasiada atención. Pero al llegar a Leovigildo, uno de los soberanos más valerosos y admirados de nuestra historia, no podía evitar una sonrisa cómplice. Hoy este artesano comparte nombre con otras 533 personas.